Introducción Diseñados para adorar
La adoración como estilo de vida, Tozer pagó un precio por su estilo de vida de adoración. Muchas personas, incluso en su propia familia, no lo comprendían ni asimilaban su insistencia en estar a solas. Algunos incluso lo consideraban un tanto excéntrico; pero lo que otros pensaran de él no le inquietaba lo más mínimo. Su objetivo primario era la adoración a Dios. No había nada más importante que eso.
Para apreciar el ministerio de Tozer, usted debe entender su pasión por la adoración. Si no es así, es probable que malentienda no solo sus palabras, sino también sus actos. Él estaba totalmente volcado en esta actividad solemne, a la que se dedicaba con toda la pasión que tenía. Las ideas de Tozer sobre la adoración se habían condensado en una certeza que dominaba su vida y su ministerio. Tal como explicaba Tozer: «La adoración consiste en sentir en su corazón y expresar de un modo adecuado una sensación, humilde pero encantadora, de asombro, admiración y sobrecogimiento, y de amor irrefrenable en presencia del Misterio más antiguo, esa majestad a la que los filósofos llaman la Causa Primera, pero a la que nosotros llamamos nuestro Padre celestial».
Tozer marchaba al son de un tambor distinto, pero no por ser simplemente un rebelde. Puede que eso tuviera un cierto peso en su vida, pero el factor principal era su entrega absoluta a Jesucristo.
La familia, los amigos e incluso el ministerio tenían que ocupar una segunda posición frente a este anhelo que él sentía.
Quizá su ensayo «El santo debe caminar solo» explique hasta cierto punto su idea de lo que era la verdadera espiritualidad. Su punto de referencia en la vida era la persona de Jesucristo, y haría todo lo que estuviera en su mano para verlo con mayor claridad.
Un corazón para la adoración
Toda su energía espiritual y toda su disciplina iban encaminadas por esa singular vía. En consecuencia, y en cierta medida, era una persona de trato difícil, no porque fuera exigente o irascible, sino sencillamente porque estaba concentrado en Dios.
En ocasiones se sentaba a cenar con su familia, sobre todo cuando sus hijos ya habían abandonado el hogar, y no pronunciaba una sola palabra. No es que estuviera enfadado con alguien; estaba centrado en Dios y no interrumpía esa concentración ni siquiera para tener comunión con su familia o sus amigos. Tozer no dedicaba mucho tiempo a pulir sus habilidades para socializar, lo cual era, posiblemente, una debilidad flagrante de su carácter. Sin embargo, realizar la obra que él creía que Dios le había encomendado le exigía pasar mucho tiempo alejado de otras personas y encerrado a solas con Dios.
Tozer cultivaba diariamente su capacidad de centrarse en el Señor. Esto apaciguaba su corazón, y de esa calma nacía la adoración y la alabanza para el Dios trino. A menudo, durante una prédica, Tozer parecía preocupado.
No dejaba de meditar sobre algún aspecto de Dios. Una vez afirmó que soñaba con Él; hasta tal punto sus pensamientos se centraban en la Deidad. Aunque tenía bastantes conocimientos sobre diversas materias, y poseía opiniones firmes sobre muchas de ellas, al final de su vida Tozer definió aún más su relación con Dios y dejó a un lado cualquier otro asunto que no fuera la adoración. Tozer compartió generosamente las lecciones que había aprendido sobre la adoración con todos los que quisieran escucharlo. Sus prédicas y sus escritos eran las declaraciones diáfanas de lo que experimentaba en sus encuentros privados con Dios.
Al salir de su burbuja de oración, empapado de la fragancia de la Presencia divina, estaba ansioso por informar de todo lo que había experimentado. Tras uno de estos sermones durante su ministerio en Chicago, un miembro de la congregación observó: «Ha superado a David».
¡Jesús es el Señor!