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 EN BUSCA DE LA IDENTIDAD PERDIDA DEL HOMBRE

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MensajeTema: EN BUSCA DE LA IDENTIDAD PERDIDA DEL HOMBRE   EN BUSCA DE LA IDENTIDAD PERDIDA DEL HOMBRE I_icon_minitimeDom Mar 01, 2015 8:39 pm

EN BUSCA DE LA IDENTIDAD PERDIDA DEL HOMBRE
“Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”. Apocalipsis 4:11
El ministerio cristiano está basado en la hipótesis de que existen algunas personas serias que quieren saber quiénes son, qué son, por qué están aquí y adonde van. Quizá no sean muchas si las comparamos con las grandes masas de la población mundial, pero bastan para componer una hermosa congregación, prácticamente, vayan donde vayan. Si me equivoco en esto, más me vale cerrar la Biblia.
En busca de propósito
Estoy firmemente convencido de que hay algunas personas serias en este mundo, que quieren conocer la respuesta a la pregunta: “¿Cuál es el propósito de mi vida?”. Lamentablemente, las masas han recibido una respuesta equivocada, que los aparta aún más del conocimiento de Dios. Esto incluye todas las religiones y las filosofías de nuestro mundo. Este ha sido un truco astuto y eficaz del enemigo del alma humana.
Muchas personas han intentado responder a esta pregunta y, en consecuencia, han descarriado a otros muchos. Vamos a analizar algunas de esas tendencias, y señalaremos lo vacías y fútiles que son en realidad; que Dios nos libre de caer en un absurdo tan grande.
La identidad basada en el trabajo
Algunos insisten en que nuestro propósito central en esta vida es trabajar. No ha habido un lugar en el mundo, desde los tiempos de Abraham y hasta la era moderna, donde el trabajo haya sido más honrado que en Norteamérica. No es que nos guste trabajar, pero sí hablar de lo honroso que es el trabajo.
¿Se ha detenido alguna vez a pensar qué es el trabajo?
Permítame que lo enuncie de la forma más sencilla. El trabajo consiste en mover cosas y recolocarlas. Tenemos una cosa allí y trabajamos para situarla aquí. Tenemos algo en un cubo y lo repartimos por una pared de la casa, y lo llamamos «pintar». Tenemos algo en una alacena, lo metemos en una cacerola y luego en la mesa, para que lo coma nuestro cónyuge, y a eso lo llamamos “cocinar”.
Puede sonreír al leer esta simplificación, pero descubrirá que esta definición del trabajo es muy buena y sólida. El trabajo consiste en tomar una cosa que está en un lugar y colocarla en otro. Para un observador de la humanidad, lo evidente del trabajo es el hecho de que tiene un foco a corto plazo; nunca tiene un propósito a largo plazo.
El granjero tiene grano en su cobertizo, lo siembra en el campo y lo cubre con tierra. Después de que la naturaleza haya trabajado en la semilla tres o cuatro meses, el granjero la saca y vuelve a guardarla en el lugar de donde la sacó, en el que hay más de ella. Al año siguiente el grano ha desaparecido: se lo comió el ganado. Por consiguiente, el trabajo siempre tiene un propósito a corto plazo.
Pero ¿cuál es el resultado de todo esto? ¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué meter esa pintura verde, roja o blanca en ese cubo y usarla en casa? Usted me dirá: “Para que el clima no afecte a la casa, para que esté en buen estado y tenga un aspecto agradable”.
Eso está muy bien, pero aún no se ha construido una casa que no se haya podrido, desvencijado y, al final, haya sido sustituida por algo más nuevo. Nadie puede convencerme de que he sido creado para trabajar como un mero caballo de granja, que carece de todo futuro o de otra razón que no sea trabajar. Un hombre puede trabajar toda una vida, identificarse con su trabajo y luego jubilarse. Poco después de la jubilación, se muere porque su vida ya no tiene propósito. El resultado final del trabajo es la futilidad más absoluta.
La identidad basada en la educación
Alguien más insistirá en que estamos aquí para cumplir un propósito más elevado que trabajar. Nuestro propósito es el de educarnos, desarrollarnos y perfeccionar nuestra naturaleza intelectual. El proceso de cultivar la mente humana es muy extenso.
Una persona joven pasará por la escuela, donde le enseñarán todas las cosas importantes de la vida. Luego quizá siga estudiando en la universidad Ciencia, Arte, Literatura e Historia. Si es ambicioso, realizará un trabajo de postgrado y obtendrá un título. En este escenario, solo detecto un pequeño problema. Ese joven, educado y culto acabará muriendo y llevándose consigo a la tumba toda esa educación. Toda esa cultura, ese amor por Bach, Brahms y todo lo demás, irá a parar a la tumba con él. Todo lo que hagamos por una persona acabará con ella en la tumba cuando muera. Si aquel joven obtiene cuarenta títulos, podrán colgarlos de su lápida, pero no se enterará: estará muerto. La educación por sí sola no es el motivo por el que nacimos.
Nuestro propósito no es perfeccionar nuestra naturaleza intelectual, la educación o el desarrollo de nuestra mente. No estoy en contra de la educación, porque la alternativa es la simple ignorancia. Sin embargo, no responde al propósito eterno de por qué estoy aquí.
La identidad basada en el placer.
Otros tienen un punto de vista más sencillo: nos dicen que estamos aquí simplemente para disfrutar. Epicuro, el padre del epicureísmo, enseñó que el fin primordial del hombre es el placer. Lamentablemente, se labró una reputación espantosa, pero su idea no era tan mala como puede parecer. Epicuro no enseñó que nuestro propósito era irnos de juerga tres semanas seguidas, fumar opio o satisfacer todos los placeres físicos y carnales conocidos por la humanidad. Nos enseñó algo bastante opuesto.
Epicuro nos enseñó que el placer es el fin de todas las cosas: los placeres de la amistad y la belleza de la literatura, la poesía, la música y el arte. “Los placeres nobles de una buena conciencia —escribió— es aquello para lo que nacimos, con miras a disfrutar de la vida”. Aunque tenía buenas intenciones e intentó transitar por el camino más elevado, lo entendió todo mal. Los goces y los placeres acaban pasando.
Un anciano que solía sentarse embelesado a escuchar la música de los clásicos ahora está sentado, cabeceando, en un rincón y no sabe distinguir entre Brahms y Frank Sinatra, porque le falla la mente y, con ella, su capacidad para disfrutar de los placeres. ¿Qué hace un hombre cuando la vida ya no le ofrece placeres? Algunos han reaccionado ante este vacío con el suicidio, un final trágico para una vida que nunca encontró el verdadero propósito de la existencia.
La identidad basada en las emociones.
Los más jóvenes y llenos de energía entre nosotros tienen la idea de que lo único que importa es experimentar emociones. El destino último de la vida es vivir emociones. Es una filosofía que practica y defiende un gran número de personas que no son cristianas. Es la filosofía que dice que el sexo, la comida,
los deportes, las emociones fuertes y la acumulación de bienes son el fin absoluto del hombre y nuestro propósito en la vida. Nuestro propósito en esta vida es hacer cualquier cosa que nos emocione. A aquellos que dedican su tiempo y propósito a buscar las emociones de la vida verán que les pasa una de dos cosas. O bien se agotan físicamente o lo hacen mentalmente, hasta que pierden toda capacidad de experimentar más emociones.
Nada es más patético que un viejo granuja a quien ya no le quedan emociones por vivir. Es un hombre anciano, aburrido, cansado, derrotado, quemado, que se ha pasado la vida buscando las emociones físicas dondequiera que pudiera hallarlas, a cualquier precio, y ahora es viejo, está cansado y desmotivado. Ya no hay nada que lo emocione. Intentar comunicarse con él es como clavar un punzón para el hielo en una pata de palo. No hay respuesta, no hay reacción, no queda vida ni sentimientos. Si para eso fue creada la vida, pienso que Dios cometió un tremendo error cuando formó este mundo. Si eso es todo, me cubriré el rostro con las manos y clamaré al Dios todopoderoso, y me lamentaré diciendo: «¿Por qué me has hecho así?».
La identidad restaurada
Pero la estupenda noticia es que este no es el motivo o el propósito de nuestras vidas. Yo les traigo las propias Escrituras; no una filosofía humana, sino lo que Dios dice sobre el propósito en la vida. Las Escrituras enseñan una serie de cosas sobre el propósito de nuestras vidas. Nos enseñan que Dios creó todas las cosas por su propia voluntad. “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Ap. 4:11). Cuando Dios decidió crear a la humanidad, fue un día señalado en el cielo, acompañado de una gran celebración, “cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios” (Job 38:7). Allí estaban las huestes celestiales, en plena celebración, cuando Dios decidió crear los cielos y la tierra y, en concreto, al hombre para que lo adorase. Esto es lo que se enseña en toda la Biblia: Dios creó al hombre para que lo adorara. El hombre es el niño mimado del universo, el centro del afecto divino; sin embargo, muchos incrédulos negaron esto.
En cierta ocasión, un hombre muy inteligente, cuando le preguntaron cuál pensaba que era el error más grande que comete el ser humano, comentó: “Considero que el error más grande es pensar que somos objetos de un cariño especial por parte del Dios todopoderoso, y que somos más que las otras criaturas de este mundo; que Dios siente un cariño especial por los seres humanos”.
Independientemente de la opinión de ese hombre, yo fundamento toda mi vida en la creencia de que Dios creó al ser humano con un propósito especial, único y divino. Me da lo mismo lo brillante que sea ese señor, porque no puede destruir mi convicción.
Sería tan inútil como lanzar guisantes cocidos a un edificio de diez plantas para destruir cualquiera de mis creencias, doctrinas o mi compromiso con esta fe. Cuando en este mundo nace un bebé, el padre lo mira intensamente para ver si se le parece. Puede que sea muy duro decir esto, pero todos los padres contemplan absortos aquel rostro arrugado para ver si el niño se les parece o no. Queremos que las cosas se nos asemejen y, si no lo hacen, intentamos que lo hagan a toda costa. Pintamos cuadros, escribimos música, hacemos lo que sea, porque deseamos crear. Todo lo que creamos es un reflejo de nuestra personalidad. En el mundo del arte, un Monetse distingue fácilmente de un Rembrandt. Cada cuadro refleja la personalidad del artista. Dios hizo al hombre semejante a Él, para que lo pudiera complacer más que cualquier otra criatura. El ser humano es la única criatura en la que Dios se mira para verse reflejado, porque fue creado a su imagen. El hombre es el reflejo de la gloria de Dios, que era su propósito e intención originarios. La función suprema del hombre por toda la eternidad es la de reflejar la elevada gloria de Dios, para que Él pueda mirar en ese espejo llamado humanidad y ver reflejada su propia gloria. Por medio del hombre, Dios pudo reflejar su gloria a toda la creación.
Usted es el espejo del Todopoderoso, y este es el motivo por el que fue creado. Este es su propósito. No ha sido creado para simplemente tomar una cosa que esté en un lugar y trasladarla a otro, es decir, trabajar. No fue creado para desarrollar su cerebro de tal modo que pueda hablar de una manera culta —la educación—. Tampoco estamos aquí para disfrutar todo lo que podamos, incluso de los placeres puros de la vida. Y no estamos para experimentar las emociones fuertes que se nos ofrezcan.
Todos los santos profetas y los apóstoles enseñan que el hombre cayó de su primer estado y destruyó la gloria de Dios, rompiendo así el espejo. Dios ya no podía mirar al hombre pecador y ver reflejada su gloria. El hombre incumplió el propósito de su creación, que era adorar a su Creador en la hermosura de la santidad. Olvidó esto, renunció a esa capacidad por el pecado y hoy está preocupado por encontrar otras cosas que llenen ese vacío. Es terrible ver a qué cosas acuden las personas cuando pierden a Dios. Si El no brilla en sus ojos, los llenan de cualquier otra cosa; y si no disfrutan adorando al gran Dios todopoderoso que los creó, encuentran algún otro objeto de su adoración.
Si una persona no tiene a Dios, debe tener alguna otra cosa. Quizá sean los barcos o el dinero convertido en un ídolo; puede ser ir a fiestas o, simplemente, pasarlo todo lo bien que puedan. Han perdido a Dios y no saben qué hacer, de modo que buscan alguna actividad; por eso se han inventado todos los placeres de la vida.
Dios creó al hombre para que reflejara su gloria; pero, lamentablemente, el hombre no lo hace. Las flores siguen siendo tan hermosas como Dios quiso que fueran. El sol luce con fuerza allá en lo alto, en el firmamento espacioso. Caen las sombras por la tarde, y la luna retoma su hermosura y nos cuenta que la mano que lo creó todo es divina. Las abejas siguen recolectando el néctar de flor en flor, y las aves entonan mil canciones, y los serafines siguen cantando “Santo, santo, santo” ante el trono de Dios. Sin embargo, el hombre, de entre todas las criaturas, continúa amargado en su cueva. El ser humano, hecho más como Dios que cualquier otra criatura, ha dejado de parecerse a Él más que cualquier otro ser creado. El hombre, formado para ser espejo que reflejase la deidad, ahora sólo refleja su propio pecado. Arisco, encerrado en su cueva mientras las estrellas relatan calladas su historia, el hombre guarda silencio ante el universo, si exceptuamos sus malas palabras, fanfarronadas, amenazas, maldiciones y todas esas risas y canciones nerviosas y mal concebidas carentes de alegría.
Ahora, cambiemos la imagen de un espejo a un arpa. Dios puso en el hombre un arpa más grande que cualquier otra cosa, y pretendía que esa arpa estuviera afinada para Él. Sin embargo, cuando el hombre pecó y padeció ese episodio trágico y terrible al que llamamos la Caída, el hombre arrojó al fango esa arpa; ahora está sucia de sedimentos y de arena, y sus cuerdas se han roto. El desastre más tremendo que haya conocido el mundo fue que el alma humana, más semejante a Dios que cualquier otra cosa y más acorde con la música divina que cualquier otra de las criaturas, vio cómo se apagaba la luz de su mente y el amor de su corazón, y ahora camina a trompicones por un mundo oscuro en busca de una tumba. Desde el punto de vista de Dios, el hombre necesitaba la redención. ¿Cuál es el propósito de ese acto? La redención nos devuelve de nuevo a Dios; pone nuevas cuerdas al arpa; la purga, la limpia y la renueva mediante la gracia del Padre y la sangre del Cordero.
Tengo para usted una noticia maravillosa. Dios, que nos hizo así, no renunció a nosotros. No dijo a los ángeles: “Borren sus nombres y apártenlos de mi memoria”. En cambio, dijo: “Aún deseo que ese espejo brille, aquel en el que puedo mirarme para contemplar mi gloria. Quiero seguir admirándome en mi pueblo; quiero tener un pueblo que me disfrute y me ame para siempre”. Movido por esta pasión insaciable, Dios envió a su único Hijo, que se encarnó en forma de hombre; quien cuando caminó por este mundo, era la gloria de Dios reflejada. Por fin Dios tenía a su hombre.

El Nuevo Testamento dice: “el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia...” (He. 1:3).
Cuando Dios contempló al hijo de María, se vio reflejado en El. Jesús dijo: “Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras” (Jn. 14:11). ¿Qué quería decir Jesús con las palabras: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”? “Te he glorificado en la tierra —dijo Jesús—. He acabado la obra que me diste que hiciera”. Y en ella Dios se glorificó en su Hijo, ese Hijo que fue a la muerte; y toda aquella gloria fue desfigurada más que la de cualquier hombre, y su rostro más que el de toda persona. Le tiraron de la barba, golpearon su rostro, le arrancaron los cabellos y le hicieron chichones en la frente. Luego lo clavaron en la cruz, donde durante seis horas sudó, se retorció y gimió, hasta que al final entregó el espíritu. Las campanas sonaron en los cielos, porque el hombre había sido redimido. Al tercer día., Jesús resucitó de entre los muertos, y ahora está sentado a la diestra de Dios; y Dios se ocupa en la redención de las personas para que vuelvan a Él y recuperen su propósito originario: ser espejos que reflejan su gloria.
Tengo la esperanza de explicar qué es la adoración y señalar lo trágicamente pobre que es entre las iglesias. Espero definir la adoración y explicar cómo podemos recuperarla para nuestra generación y para las venideras.
La adoración es el motivo pleno de la existencia del hombre.
La adoración es la razón por la que nacemos y por la que nacemos de nuevo.
La adoración es el motivo de nuestra primera y de nuestra segunda génesis, a la que llamamos regeneración.
La adoración es el porqué de la Iglesia, la asamblea de los redimidos. Toda iglesia cristiana, en todos los países del mundo, en toda generación, existe para adorar a Dios en primer lugar, no en segundo; no para abordar la adoración al final del culto, como algo secundario, sino para adorar a Dios primariamente, de modo que todo lo demás venga después. Nuestro llamado primordial es a adorar a Dios.
John Keats escribió acerca de un ruiseñor sin lengua (La víspera de santa Inés): “Igual que un ruiseñor sin lengua esforzaría en vano su garganta, y moriría, con el corazón ahogado, en su nido”. A menudo he pensado que esta gran metáfora era muy hermosa. El ruiseñor sin lengua muere ahogado porque tiene muchos trinos que no puede liberar. A nosotros nos pasa lo contrario.
Tenemos una lengua grande, pero la usamos poco. Disponemos de un arpa que no tiene igual en el universo de Dios, pero la tañemos con poca frecuencia y mal. Cuando el santo Hermano Lawrence agonizaba, alguien le preguntó qué estaba haciendo. Sin dudarlo, el Hermano Lawrence dijo, sencillamente: —Estoy haciendo lo mismo que he hecho durante los últimos cuarenta años, y lo que espero hacer toda la eternidad. —¿Y qué es? —preguntó su interlocutor.
—Adorar a Dios. Por lo que respectaba al Hermano Lawrence, la muerte era secundaria, una mera cita en su agenda. Su ocupación consistía en adorar a Dios antes y por encima de todo lo demás. Llevaba cuarenta años adorando a Dios, y el hecho de enfrentarse a la muerte no alteraba eso. Cuando sentía que le invadía la depresión, seguía adorando a Dios. Al final murió, y su cuerpo fue enterrado en algún lugar, pero el Hermano Lawrence sigue adorando al Señor en aquel sitio tan codiciado al que llamamos “la presencia de Dios”.
Usted seguirá adorando a Dios mucho después de que todo lo demás haya dejado de existir. Es una lástima si no aprende a adorarlo ahora, para evitar aprender apresuradamente para último examen. Por mi parte, quiero adorar a Dios en mi vida privada tan plena y satisfactoriamente hasta el final, que no tenga que estudiar en el último momento para ese examen. Me invade tal paz que podré dejar de respirar y decir: “Lo adoro; sigo adorándolo, y espero adorarlo por toda la eternidad”. Para esto se encuentra usted aquí, para glorificar a Dios y disfrutar de Él plenamente y para siempre, diciéndole al universo lo grande que es el Creador.
Continúa… La via de la perfección
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