En tu gloria sé prosperado; cabalga sobre palabra de verdad, de
humildad y de justicia, y tu diestra te enseñará cosas terribles.
Salmo 45:4
Si no tuviera otro motivo por el que creer en la Biblia, creería en ella gracias al Salmo 45 y a Isaías 53. Vería cómo los profetas presagiaron, a una distancia de siglos, el gran misterio del llamado Cristo, a quien proclamaron. Aquellos hombres de Dios, lo describieron como un ser radiante, hermoso, una deidad atractiva. Dijeron que era precioso, majestuoso, lleno de gracia, imponente, verdadero, humilde, justo, amante, gozoso y fragante. Agotaron el idioma humano al intentar expresar la opulencia de aquel a quien llamamos Cristo y, al cabo de un tiempo, hasta los profetas renunciaron a su intento por describirlo.
Si buscásemos en el diccionario palabras para describir algo o a alguien, yo me alegraría de caer de rodillas ante esto: Él es un rey imparcial y, sin embargo, está lleno de gracia. No es un rey aislado en su dignidad que mira por encima del hombro al resto del mundo, sino un rey lleno de gracia. Su gracia no reduce su majestad; Él es verdadero y manso. La mansedumbre y la majestad. Me gustaría escribir un himno o un libro sobre este tema, o quizá pintar un cuadro o componer una pieza musical sobre el tema de la mansedumbre y la majestad de Jesús. La mansedumbre y la majestad no suelen ir unidas. La mansedumbre fue su humanidad, y la majestad, su deidad. Fue un ser humano como cualquier otro, pero también era Dios, y en su majestad se presentó ante Herodes y Pilato. Y cuando descienda de los cielos, será revestido de su majestad, la majestad de Dios. Y aún así, seguirá teniendo la majestad del hombre que es Dios.
Nuestro Señor Jesucristo es majestuoso y manso. Ante sus enemigos, resplandece en su majestad; ante sus amigos, se inclina con mansedumbre. Usted puede experimentar la faceta que prefiera. Si no elige la faceta mansa de Jesús, experimentará la majestuosa. Las prostitutas se acercaron a él, y los niños pequeños, los publicanos y los enfermos, la mujer con flujo de sangre y el endemoniado. Llegaron de todas partes, lo tocaron y descubrieron que era tan manso que su persona emanaba un poder que los sanó.
No creo que haya que ser muy imaginativo ni poético, cuando hablamos de adorar al Señor en la hermosura de su santidad, si sabemos que estamos hablando de algo que complacerá a la hueste celestial.
Unidas en la persona de Cristo, hallamos la belleza y la maravilla de Dios, lo cual nos permite adorarlo en la hermosura de la santidad. El aspecto extraordinario de esta adoración es que podemos alabar a Dios donde esté Jesús. El lugar donde lo encontremos siempre será perfecto para adorarlo. No puedo explicar este misterio; solo puedo gozarme en él y arrodillarme ante esta zarza ardiente que es eterna.
Continua en… La Adoracion portátil
“Amados, somos hechos a imagen y semejanza de Dios Gen. 1:26
para adorar a Dios, en el Espiritu y en verdad” Jn 4:23-24
¡Jesus es el Señor!