Las Escrituras
Toda adoración debe comenzar con la Biblia. Este mapa de carreteras divino nos conducirá a Dios. Uno de los mejores trucos del diablo ha sido confundirnos con toda una gama de traducciones. La comunidad cristiana está dividida sobre cuál de esas traducciones es la correcta. Sugiero que usted acabe con este asunto de una vez por todas en su propia mente, cueste lo que cueste, y siga fomentando su crecimiento y su madurez espirituales. Luego sitúe la Biblia en un lugar destacado de su vida cotidiana y no permita que nada interfiera con su lectura y su meditación.
Nuestra lectura no debe ser una maratón, sino una asimilación lenta y deliberada de su mensaje. Los calendarios de lectura bíblica no nos ayudan en este sentido. Hay momentos en los que un versículo, o incluso una frase, ejercerán sobre nosotros un curioso magnetismo. Será imposible seguir adelante hasta que ese versículo haya hecho su obra en nuestro corazón. No flaquee en este punto. Permita que ese pasaje madure en su mente y en su corazón mientras sigue alimentando su alma. Dios le habla y merece nuestro máximo respeto y atención. A menudo nos ajustamos una pauta diaria de lectura bíblica, y nos apresuramos a leer para seguir el ritmo impuesto. La importancia de leer la Biblia no es la actividad en sí, sino la comunión con su Autor. La lectura correcta de la Palabra debe seguir el mismo espíritu de quien la escribió.
Me gusta memorizar pasajes de la Biblia, sobre todo de los salmos de David. Charles Spurgeon solía decir que deberíamos leer la Biblia hasta que nuestra sangre se “biblifique”. Me gusta eso. Memorizar pasajes de las Escrituras nos hará avanzar mucho en nuestra meditación en Dios, sobre todo de noche. El salmista dijo: “En mi corazón he guardado tus dichos...” (Sal. 119:11), y sabía bien lo que era deleitarse en la presencia y en la comunión con Dios.
La oración
En su vida de oración, supere rápidamente la idea de “obtener cosas” de Dios. La oración no es técnica en el sentido de que, si hacemos los movimientos correctos y decimos las palabras adecuadas, nuestra oración será respondida automáticamente. Nuestro objetivo al orar no es tan solo “ver respondidas nuestras oraciones”. No, en este caso vamos más allá de todo eso, deleitándonos en la presencia impresionante de Dios. La oración no es un monólogo en el que le decimos a Dios lo que pensamos o queremos. Más bien se trata de un diálogo entre dos amigos; una comunión íntima que la mayoría de las veces trasciende de las palabras. Las palabras pueden ser torpes y realmente
inadecuadas para expresar cómo nos sentimos de verdad. Tal y como nos animaron a hacer los místicos y los santos, empiece a practicar la presencia de Dios. Esto no es meramente un ejercicio de nuestra imaginación, sino el gozo extático de la comunión. Una vez usted se pierda en una oración arrebatada, nunca volverá a orar por rutina.
La clave para orar es, simplemente, orar. Cuando hablamos con el Dios del universo, nuestros corazones se elevan hacia lo alto, sumidos en asombro y admiración, lo cual da como resultado una adoración espontánea. Nuestro corazón siempre responde a esa incitación celestial. Este tipo de oración es contagioso y, afortunadamente, supone un peligro para nuestra inmovilidad espiritual.
Continua en… “LOS HIMNOS”
Amados, somos hechos a imagen y semejanza de Dios Gen. 1:26,
para adorar a Dios, en Espíritu y en verdad” Jn. 4:23-24
¡Jesús es el Señor!