MANTENGAMOS UN ESTILO DE VIDA DE ADORACIÓN VIBRANTE
Yo Juan soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube
oído y visto, me postré para adorar a los pies del ángel que me
mostraba estas cosas. Pero él me dijo: Mira, no lo hagas; porque
yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de los que
guardan las palabras de este libro. Adora a Dios.
Apocalipsis 22:8-9
A lo largo de esta serie de capítulos, he sostenido que la adoración no es un evento, sino un estilo de vida. Cuanto más tratemos la adoración como un evento, más se convertirá en una caricatura de la intención de Dios, algo inaceptable para Él. Para mantener un estilo de vida de adoración, debemos practicarlo cada día. Si usted regula la adoración como un acontecimiento que tiene lugar una vez por semana, es que no la entiende en realidad, y tendrá una prioridad baja en su vida.
Por naturaleza, la adoración no es una actuación, algo que hacemos, sino una Presencia que experimentamos. A menos que en nuestra adoración hayamos experimentado la Presencia de Dios, no podremos decir que realmente es adoración cristiana. Ya he señalado que la adoración puede existir aparte de Dios, pero que no es cristiana. Estoy convencido de que una vez experimentemos la Presencia de Dios real, perderemos todo interés por el cristianismo barato, con todas sus campanas y silbatos, que intenta competir en vano con el mundo.
Para que la adoración forme parte vital de la vida cotidiana, debemos alimentarla sistemática y cuidadosamente.
Permítame ofrecerle algunas sugerencias para ayudarle en este proceso. En este punto, es importante mantenerse alejado de todos esos regímenes estériles, mecánicos, que defienden una talla única para todos. Cada uno de nosotros es distinto a los demás, y aunque avanzamos por el mismo camino, tenemos personalidades diferentes. Hay una serie de factores esenciales que debe formar parte de nuestro caminar cotidiano si queremos mantener una vida de adoración vibrante. Estas son algunas cosas que me han ayudado en mi viaje por el camino con Dios.
La calma
He puesto la calma en primer lugar porque, a menos que podamos encontrar un lugar carente de distracciones, el resto se verá perjudicado. Debemos alejarnos del mundo y encontrar nuestro reposo en Dios. En medio de un mundo tan frenético como el nuestro, es casi imposible hallar espacios de quietud. Nuestro mundo está invadido por ruidos de todo tipo e intensidad. No solo en el mundo, sino que cada vez más la Iglesia se hace eco de esta conmoción. Encontrar un rincón donde descansar en paz es un reto importante, pero que vale la pena.
Cuando me hice cristiano, me resultaba difícil hallar un lugar tranquilo. Al final encontré un refugio en una esquina de nuestro sótano, donde podía concentrarme en la adoración sin interrupciones. Allí pasé momentos deliciosos de comunión con Dios, echando los cimientos no solo de mi caminar con Él, sino también de mi ministerio venidero.
Creo firmemente que es importante que estemos en calma y esperemos en Dios. Y es mejor que lo hagamos a solas, preferiblemente con la Biblia abierta ante nosotros. Por lo general, tengo mi versión King James de la Biblia, pero no creo que la versión sea lo más importante. Lo importante es estar a solas con la Palabra de Dios. Allí, en la quietud del instante, y cuando nos acerquemos a Dios, empezaremos a escuchar cómo habla a nuestros corazones. Esta es la parte más importante de nuestro caminar inicial con Dios. Seguir al Señor arbitrariamente es una cosa, pero mucho me complace el pasaje de las Escrituras que dice: “el que tenga oídos para oír, oiga” lo que el Espíritu dice (Lc. 8:
. Los santos de la Antigüedad siguieron esa voz. Hallaron la calma suficiente para escuchar ese “silbo apacible y delicado” de Dios que les hablaba.
En el caso del creyente promedio, la progresión será más o menos así: primero, un sonido como el de una Presencia que camina en el Edén; luego una voz, más inteligible, pero que aún dista de ser clara. Luego el momento feliz en que el Espíritu comience a iluminar las Escrituras, cuando aquello que había sido solo un sonido, o como mucho una voz, se convierte en palabras inteligibles; tan cálidas, íntimas y claras como la voz de un amigo querido. Luego llegarán la vida y la luz y, lo mejor de todo, la capacidad de ver y de reposar en Cristo Jesús, abrazándolo como Salvador y Señor de todos.
La clave consiste en esperar pacientemente y en calma en Dios. No hace falta correr. El ruido es enemigo del alma; y en medio de nuestra cultura, donde los ruidos abundan, es posible que cueste conseguirlo, pero el resultado vale la pena el esfuerzo. Aguarde hasta que Él quiebre el duro caparazón de su conciencia.
Cultivar la calma es una disciplina ausente hoy en la Iglesia cristiana. Parece que en muchas iglesias existe una conspiración patética para arrebatar a los santos la quietud necesaria para alimentar su vida interior, que está escondida en Cristo, en Dios. Los santos de la Antigüedad practicaban lo que ellos llamaban “esperar”. Se ponían de rodillas y esperaban en la presencia de Dios hasta que se hacía la luz en sus corazones. A veces tardaban toda la noche, pero la espera valía la pena.
¡Jesús es el Señor!