Afirmación y Negación
La noción de que entramos en la vida cristiana por un acto de aceptación es cierta, pero no es toda la verdad. Hay mucho más. Hacerse cristiano supone una aceptación y un rechazamiento, una afirmación y una negación. Y esto no solo en el momento de la conversión, sino que sigue día por día en todas las batallas de la vida, hasta que el cristiano llega al hogar celestial y todas las luchas terminan.
Vivir una vida por completo positiva es, afortunadamente, imposible. Si algún hombre consigue lograr eso seria solo por un momento. Vivir positivamente seria lo mismo que inhalar siempre sin nunca exhalar. Además de ser imposible, seria fatal. La exhalación es tan necesaria para la vida como la inhalación. Aceptar a Cristo hace necesario que también rechacemos todo lo que es contrario a El. Este es un hecho que muchos evangelistas ignoran a menudo, en su afán de obtener resultados. Lo mismo que el vendedor que pondera solo las bondades del producto, pero nada dice de sus desventajas, el "ganador de almas" mal preparado afirma lo positivo sin mencionar lo negativo.
No debemos alarmamos por la sugestión que hay desventajas en la vida con Cristo. Ciertamente, las hay. Abel fue asesinado; José fue vendido como esclavo; Daniel echado en el foso de los leones; Esteban apedreado hasta la muerte; Pablo decapitado; y una larga y noble fila de mártires muertos en distintas y dolorosas maneras a lo largo de los siglos. Y donde la hostilidad no llegó a tales grados de violencia, (y mayormente no llegó ni llega) los hijos de este mundo se encargaron de hacerle la vida pesada a los hijos de Dios con mil crueldades. Todo aquel que ha vivido por Cristo en un mundo sin Cristo ha sufrido algunas pérdidas y ha soportado algunos dolores que hubiera podido evitar por el simple expediente de abandonar su cruz.
Sin embargo, los dolores son pocos y las pérdidas inconsecuentes comparadas con la gloria que seguirá, "porque nuestra ligera aflicción, que dura solo por un momento, nos obra un sobremanera alto y eterno peso de gloria". Pero mientras andamos aquí entre los hombres con nuestros sensibles corazones expuestos a la frialdad de un mundo incrédulo, es imperativo que tengamos una visión realista de las cosas, y que aprendamos como tratar con sus desventajas. Y es importante que digamos toda la verdad a aquellos que estamos tratando de ganar.
El astuto autor Mark Twain decía una vez que las iglesias que hacen la vida cristiana demasiado fácil no aumentan su membresía, en tanto que las que aprietan las clavijas tienen una membresía floreciente. El misionero experimentado sabe que los libros o las porciones bíblicas que se regalan son menos apreciados que aquellos que venden, aunque sea por unas monedas. Y cuanto más alto es el precio, más preciosa es la compra.
El Señor llamó a los hombres a servirle, pero nunca hizo el camino fácil. Por el contrario, uno queda con la impresión que el Señor fue demasiado exigente. Muchas veces dijo a sus discípulos y candidatos a discípulos cosas que nosotros discretamente evitamos decir cuando tratamos de ganar almas. ¿Qué evangelista de los de hoy se atreve a decir a las personas que manifiestan deseo de seguir a Cristo, "cualquiera que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame, porque cualquiera que quiera ganar su vida la perderá, y cualquiera que pierda su vida por causa de mi, la hallará?" Y muchas veces nos vemos en figurillas para contestar a la pregunta que nos hace una persona sobre el significado de las palabras de Jesús, "No penséis que he venido a traer paz a la tierra, porque no he venido a traer paz, sino espada. Porque de aquí en adelante un hombre estará contra su padre, y la hija contra la madre, y la nuera contra su suegra". Esta clase de vida cristiana, áspera y sacrificada, la dejamos para algún raro misionero solitario o quizás para los cristianos que se encuentran detrás de las varias cortinas de este mundo. Las masas de cristianos nominales carecen del músculo espiritual que los capacitaría para tomar un camino tan definitivo y final como éste.
El clima moral contemporáneo no facilita una fe tan maciza y sólida como la que fue enseñada por nuestro Señor y los apóstoles. Los delicados y frágiles cristianos de invernáculo que estamos produciendo hoy en día se pueden comparar difícilmente con aquellos cristianos robustos que una vez dieron su testimonio entre los hombres. Y la culpa la tienen nuestros líderes. Son demasiado tímidos para decirle al pueblo la verdad. Le están pidiendo a la gente que dé a Dios únicamente lo que no les cuesta nada.
Hoy en día nuestras iglesias están llenas (o una cuarta parte llenas) de una blanda generación de cristianos que deben ser alimentados con una dieta de inofensivas diversiones para mantenerles el interés. Conocen muy poco de teología o de Biblia. Apenas habrán leído uno que otro de los clásicos de la iglesia, pero están muy familiarizados con libritos de ficción religiosa y películas. No es de extrañar que su fibra espiritual y moral sea tan débil. Podrían ser llamados meros adherentes a una fe que nunca comprendieron.
¿Cuándo comprenderán los cristianos que si desean amar justicia tienen que aborrecer el pecado? ¿Y que para aceptar a Cristo es imprescindible rechazarse a sí mismos? ¿Que para seguir el camino bueno hay que abandonar el malo? ¿Que el que se hace amigo del mundo se constituye enemigo de Dios? ¿Y que Dios no tolera una zona gris de medias luces donde el creyente pueda refugiarse para escapar, tanto del infierno por venir, como de una presente y rigurosa disciplina?
A.W. Tozer
¡Jesus es el Señor!