LOS PELIGROS DEL LADO BUENO DEL ALMA
“Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Co 15:58)
Después que Adán y Eva comieron del árbol de la ciencia del bien y del mal, fueron expulsados del huerto de Edén (Gn 4:3-4). Ellos cohabitaron y Eva dio a luz dos hijos: Caín y Abel.
Caín era un labrador y Abel se convirtió en un pastor de ovejas. Entonces, Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda para el Señor. Abel, por su parte, ofreció a Dios de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y Dios miró con agrado a Abel y a su ofrenda, pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya.
Como labrador, efectivamente, Caín laboró y sufrió mucho para ofrecer del fruto de la tierra a Dios. Tal vez pensó que si se esforzaba mucho eso podría agradarle, pero aquello que pensó no sucedió, porque su ofrenda provenía de su alma. Él estaba usando el lado bueno del alma para servir a Dios, algo que el Señor abomina.
Cuando las personas que viven en su vida del alma pasan por situaciones semejantes no pueden entender y razonan algo como esto: “¿Por qué Dios no aceptó todo el esfuerzo que hice para Él?”. Lo que sucedió con Caín nos ilumina para que percibamos que no importa cuánto nos esforcemos por agradar a Dios; si la fuente de aquel servicio es el alma, Él no aceptará nada.
Lamentablemente, incluso hoy, hay muchos cristianos que escogen comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal –el fruto que alimenta el alma–, y no del árbol de la vida. La mayoría es dominada por su alma, por creer que pueden servir a Dios basados en ella. Piensan que pueden analizar la palabra de Dios y servirlo de acuerdo con su entendimiento y esfuerzo natural.
El conocimiento del bien y del mal son los dos lados de un mismo árbol. Tanto el uno como el otro tienen una fuente diferente a Dios. Cuando nos alimentamos del fruto de este árbol, fortalecemos nuestra alma y actuamos de manera independiente de Dios, aunque estemos intentando agradarle. Eso fue lo que ocurrió con Caín, y esto es lo que Dios no tolera.
Después de haber sido rechazado por Dios, es probable que Caín no haya entendido por qué su ofrenda no fue aceptada. Quizás consideró que había hecho lo que Dios le había ordenado a su padre: labrar la tierra (Gn 3:17-19, 23). Mientras más pensaba, más se airaba (4:5-7). Cuando alguien se aísla en su alma, mientras más piensa y analiza lejos de la comunión con Dios, más descontento se queda y, como resultado, no logra oír el hablar de Dios.
Caín debió haber comparado su fatiga en el campo con el trabajo de pastoreo de su hermano. Él sabía que un pastor no necesita levantarse temprano, porque la hierba con el rocío no es saludable para las ovejas; no necesita correr porque las ovejas andan lentamente; tampoco necesita darles de comer ni de beber, sólo debe llevarlas a la orila del río en donde hay pasto y pasar todo el día observándolas. En comparación con el trabajo del labrador que se fatiga de sol a sol, el pastor de ovejas lleva una vida muy fácil.
¿Cómo pudo Caín entender que Dios había aceptado la ofrenda de Abel y rechazado la suya? Al ver este contraste, tuvo envidia de su hermano. Finalmente, comenzó a odiar a Abel. Sin embargo, no expresó ese odio abiertamente, sino que lo mantuvo escondido en su corazón, hasta que un día invitó a su hermano al campo y allí lo mató (v.
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La historia de Caín nos sirve de advertencia: si damos libertad a nuestros pensamientos, sin el control y la dirección del Señor, la parte buena de nuestra alma nos llevará a la parte mala y, como resultado, Dios nos rechazará.