Sencillez y pureza
El hombre fue creado para recibir a Dios como vida. Por esa razón el Señor puso en medio del huerto el árbol de la vida, que representa a Dios como vida. Él quiere que lo tomemos como alimento. Todos los arboles que Dios plantó en el Edén eran para alimentar el cuerpo del hombre, pero el árbol de la vida, que estaba en medio del huerto, era para alimentar su espíritu y su alma. En el evangelio de Juan, Jesús nos revela: “Yo soy el pan de vida” (6:48) y “el que cree en mi, tiene vida eterna” (v.47). Además: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo” (v. 51).
Al creer en Jesús, el hombre recibe la vida de Dios y necesita alimentarse continuamente de ella, para crecer hasta alcanzar la madurez. De esta manera, la vida divina será la fuente de nuestro vivir y será responsable por nuestros caminos. Esta vida hará la obra de Dios, pues es la única capaz de realizar Su voluntad, y nos capacitara para reinar con Él. Esta vida requiere únicamente que el hombre sea sencillo y puro con relación a Dios y que obedezca a Sus palabras.
No obstante, no nos olvidemos que Satanás, con su sagacidad, engaño a Eva, según las palabras del apóstol Pablo a los corintios: “Pero temo que como la serpiente con su astucia engaño a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (2 Co 11:3). El objetivo del ataque del enemigo de Dios es la mente. Cuando Satanás la corrompe, nuestras emociones y nuestra voluntad son fácilmente tomadas. La mente es engañada con la seudo-capacidad de juzgar entre el bien y el mal; queda fuera del control del espíritu, se vuelve autónoma y extremadamente estimulada.
En consecuencias, el hombre pierde la sencillez y la sincera fidelidad a Cristo. Nuestra relación con Él siempre debe ser de confianza total y ciega, sin ninguna duda ni recelo con relación a Su palabra. A todo lo que Él diga, sencillamente tenemos que decir sí y amen. Lo que sucede es que, con la caída, la mente perdió la sencillez y se alió a Satanás en la disputa por la autoridad. Por eso el profeta Isaías, después de considerar nuestras justicias como trapo de inmundicia, admite: “Nadie hay que invoque tu nombre…” (64:7). Pero nosotros no queremos perder nunca la sencillez, por eso invocamos continuamente el nombre del Señor con los de limpio corazón y desechamos las cuestiones necias e insensatas, que solo engendran contiendas (2 Ti 2:22-23).
Tomado de : “La genuina autoridad y sumisión” Dong Yu Lan
¡Jesús es el Señor!