Voluntad y Emoción en la Vida Cristiana
Emoción, dice el Diccionario de Psicología de Drever, es un estado de excitamiento o perturbación señalado por un fuerte sentimiento y ocasionalmente un impulso hacia una forma definida de comportamiento.
"Excitación, perturbación, sentimiento". Esos son estados de la mente con los cuales estamos familiarizados. En un mundo tan violento y tan lleno de conflicto como este, esos estados vienen y van, surgen y se apagan en el hombre común cien veces al día. El hombre y la mujer normales, en el curso de algunos meses, experimentan todos los estados posibles de emoción, desde el éxtasis intenso hasta la leve depresión, sin que les afecte mucho para bien o mal. Por supuesto, me refiero aquí solamente al hombre y a la mujer normales. La personalidad psicopática queda por ahora fuera de este estudio.
Las emociones no deben ser ni temidas ni desechadas porque son parte de la naturaleza con que Dios nos ha creado. Sin duda que la vida humana total no seria posible sin ellas. Uno siente repugnancia pensar en un individuo que nunca siente ninguna emoción. Resultaría ser un intelecto frío y desnudo, tal como los personajes de ciertas novelas de ciencia ficción, o un mero vegetal, tal como hallamos a veces en las salas de los incurables en nuestros hospitales.
La correcta relación entre intelecto y sentimiento, y sentimiento y voluntad está descrita en Mateo 14:14: "Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos". El conocimiento intelectual de los sufrimientos de ellos movió Sus sentimientos, y Sus sentimientos lo movieron a la acción. Así es como actuaba aquel Hombre perfecto, cuyo ser entero estaba en perfecta armonía consigo mismo, y así es como actuamos nosotros, aunque en una manera menos perfecta.
Un estado de emoción siempre viene entre el conocimiento y el acto. En el corazón humano nunca surgiría un sentimiento de piedad a menos que fuera inspirado por una pintura mental de la necesidad de otros, y sin ese impulso emocional la voluntad nunca actuaría para promover un acto de misericordia. Así es, como estamos constituidos. Sea que la emoción sea provocada por una visión mental de piedad, amor, temor, deseo, pena, no puede haber acto de la voluntad sin ella. Lo que estoy diciendo aquí no es nada nuevo. Cada madre, cada jefe de estado, cada líder de hombres, cada predicador de la Palabra de Dios sabe que debe ser presentada al oyente una imagen mental antes que pueda ser motivado a actuar, aun cuando sea para su propia conveniencia.
Dios determinó que la verdad nos mueva a la acción moral. La mente recibe ideas, imágenes mentales de las cosas como son. Estas excitan los sentimientos, y estos en turno, mueven la voluntad para que actúe conforme a la verdad. Este es el modo en que tendrían que ser las cosas, y hubieran sido a no ser que el pecado entró y trajo daño a nuestra vida interior. A causa del pecado la simple secuencia de verdad-sentimiento-acción, puede ser quebrada en cualquiera de esas tres partes. La mente que ha sido creada para recibir la verdad, a menudo se vuelve a la falsedad, y los sentimientos acuciados por esa falsedad, conducen la voluntad a una mala acción. La contemplación de cualquier cosa mala o prohibida no puede hacer otra cosa que despertar los sentimientos o la simpatía hacia esa cosa mala.
Un lamentable ejemplo de esto lo tenemos en la larga mirada de contemplación que el rey David dirigió a la hermosa Betsabe mientras ésta se bañaba. El rey fue motivado por lo que vio, y actuó en consecuencia, y las amargas y trágicas consecuencias de su acción lo acompañaron por el resto de su vida. El vio, él sintió, él actuó, lo mismo como haría el propio Señor siglos más tarde cuando vio a los enfermos y los sanó. La diferencia de la calidad moral en los actos de los dos hombres estriba en la diferencia de sus sentimientos, y estas diferencias fueron resultado de los objetos distintos que ambos contemplaron y levantaron esos sentimientos distintos. David vio una mujer hermosa; Cristo vio una multitud sufriente. Una mirada condujo al pecado; la otra a un acto de misericordia; pero ambos siguieron la ley simple de su estructura interna.
Otro quiebre en la secuencia de verdad-sentimiento-acción se produce cuando el corazón, por motivos egoístas, se endurece a sí mismo deliberadamente contra la Palabra de Dios. Este es el estado de todos aquellos que aman más las -tinieblas que la luz, y por esa razón, o se quitan de la luz, o son tercamente desobedientes a ella cuando la reciben. El hombre codicioso ve las necesidades físicas de la humanidad, pero cierra su corazón y se niega obstinadamente a hacer algo. Permitir que el impulso de la generosidad surja naturalmente de la vista de la pobreza requeriría de él algo de su amado tesoro, y esto es algo que él no hará. Así la fuente de su generosidad se congela en el mismo comienzo. El avariento conserva su tesoro, el pobre sigue sufriendo en su pobreza, y todo el curso de la vida se trastorna. ¿Es algo raro que Dios odie la avaricia? Pero es seguro que los sentimientos humanos no pueden ser completamente sofocados. Si ellos son privados de su curso natural, lo mismo que un río embalsado romperán por otro cauce en la vida llevando maldición, ruina y destrucción.
El cristiano que se detiene demasiado a mirar los placeres de este mundo, no tardará en sentir alguna simpatía por ellos, y esa simpatía lo conducirá, inevitablemente, a una conducta mundana. Y exponer nuestros corazones a la verdad y consistentemente rechazar o negar los impulsos que despierta, es frustrar los mejores impulsos de la vida interior. Y si persistimos en ello, terminaremos contristando al Espíritu Santo.
Las Escrituras, y nuestra propia constitución humana, se combinan para enseñarnos a amar la verdad y obedecer los dulces impulsos de la rectitud que ella despierta en nosotros. Si amamos nuestras propias almas, no podemos hacer otra cosa.
A.W. Tozer
¡Jesus es el Señor!