Sirviendo en la Emergencia
Hay un poderoso hecho que para nosotros los hombres sobrepasa toda otra consideración y da significado a todo lo que hacemos. Es que la raza humana ha dejado su primer estado, y está caída moral y espiritualmente.
Desde la caída del hombre la tierra ha sido una zona de desastre, y todos vivimos en medio de una crítica emergencia. Nada es normal. Todo está mal, y cada uno está en error hasta que es corregido por la obra redentora de Cristo y la operación efectiva del Espíritu Santo.
El desastre universal de la Caída nos obliga a cada uno a pensar de un modo diferente con respecto a nuestros prójimos. Lo que seria enteramente permisible bajo una situación normal, viene a ser mala en la situación presente. Y muchas cosas se han hecho necesarias debido a esta situación anormal.
Es teniendo en vista esto que debemos evaluar nuestro servicio cristiano. Son las necesidades de la gente, y no nuestra propia conveniencia las que deciden cuan lejos iremos y cuánto hemos de hacer. Si no hubiera habido desastre, el Hijo Eterno no hubiera tenido necesidad de despojarse de Sí mismo y venir al pesebre de Belén. Si no hubiera habido caída, no hubiera habido tampoco encarnación, espinas, ni cruz. Estas cosas se produjeron cuando la divina misericordia se enfrentó con la emergencia humana.
Aunque Cristo era el perfecto ejemplo de una vida humana normal y sana, con todo El no vivió una vida normal. El tuvo que sacrificar muchos placeres legítimos de la vida para poder hacer Su obra completa de rescate moral. Su conducta fue determinada no por lo que era legítimo o inocente, sino por nuestra humana necesidad. No se agradó a si mismo, sino que vivió para la emergencia; y como El era, así tenemos que ser nosotros en el mundo.
Cuando yo esté delante del trono de Cristo mi servicio será juzgado, no por cuanto he hecho, sino por cuánto podría haber hecho. A la vista de Dios mis dádivas son juzgadas no por la cantidad que he dado, sino más bien, por lo que podía haber dado, y por cuánto me he reservado para mí, después de haber hecho mi dádiva. Las necesidades del mundo, y mi capacidad total de ministrar a esas necesidades determinan el valor de mi servicio.
No es por su tamaño que será juzgado mi don, sino por cuánto de mi mismo hay en él. Ningún hombre da hasta que lo ha dado todo. Ningún hombre da nada aceptable a Dios hasta que primero él mismo se ha dado en amor y sacrificio.
El héroe es citado por su patria no solo por la cantidad de personas que ha salvado, sino por el grado de peligro que afrontó en su hazaña. El servicio que se puede hacer sin correr peligro, que no supone pérdida y sacrificio, es de poca estima delante de los hombres y Dios.
En la obra de la iglesia el esfuerzo que un hombre debe hacer para cumplir con determinada tarea se mide por cuan mucho o cuan poco el resto de la compañía tiene voluntad de hacer. Es rara la iglesia donde todos los miembros ponen el hombro por igual a la tarea común. La iglesia típica está compuesta de unos pocos que se lastiman la espalda laborando fielmente, y una gran mayoría que nunca tienen voluntad de colaborar para la obra de Dios y de sus semejantes. Podrá haber una pizca de humor al decir esto, pero no habrá ningún motivo de risa cuando todos debamos dar cuenta a Dios de nuestro servicio.
Pienso a veces que la mayoría de los cristianos serian más felices si el Señor no escudriñase de muy cerca sus asuntos personales. Ellos quieren que Dios los salve, que los mantenga felices y que los lleve al cielo al final, pero que no investigue demasiado acerca de su conducta o servicio. Pero El nos ha investigado y nos conoce; conoce nuestro sentarnos y nuestro levantarnos y todos nuestros pensamientos. No hay lugar donde podamos ocultarnos de esos ojos de llama de fuego, y no hay manera de escapar del juicio de esos pies que son como bronce bruñido. Es algo sumamente sabio vivir con todas estas cosas en la mente.
Dios es amor, y su bondad es infinita, pero El no tiene ninguna simpatía a la mente carnal. Recuerda que somos polvo, indudablemente, pero rehúsa tolerar las cosas de la carne. El nos ha dado Su palabra; nos ha prometido que nunca seremos tentados más de lo que podemos llevar; El se ha puesto a nuestra disposición en respuesta a la oración de fe; ha puesto a disposición de nosotros el infinito poder moral del Espíritu Santo para ayudarnos a cumplir con Su voluntad aquí en la tierra. No hay excusa para actuar tímida y reticentemente.
Antes que pueda haber un servicio aceptable tiene que haber una aceptable vida. Antes de saber cuánto debemos es necesario conocer cuan grandes son las necesidades. Los hombres han sido cogidos en un desastre peor que un terremoto o una inundación, y los redimidos del Señor tienen que trabajar en su rescate.
Al considerar estas cosas no tenemos que ponernos a la defensiva. El Señor ama la simplicidad, la candidez, la ingenuidad. El no puede trabajar con aquellos que discuten, que arguyen, que buscan enredos, o que se excusan a sí mismos. El oculta sus misterios más profundos de los sabios y entendidos y los revela a los niños. Los pobres en espíritu siempre reciben el reino, los mansos heredan la tierra, y los que lloran son consolados y los puros de corazón son los que ven a Dios.
Mi viejo amigo Tom Haire, el plomero de oración, después de varios meses de ministerio en los Estados Unidos, me dijo un día que se volvía a su país para descansar. Con el más marcado acento irlandés me explicó lo que pasaba con él. "Me he agotado en la predicación", me dijo, "y ahora me vuelvo a casa para estar tres meses esperando en Dios. Hay algunas cosas en la vida espiritual que quiero poner derechas. Quiero aparecer delante del trono del juicio ahora, mientras es posible hacer algo acerca de ellas".
A.W. Tozer
¡Jesus es el Señor!