EL CRISTIANO NORMAL ADORA A DIOS
CAPITULO 9
Dios, habiendo hablado muchas veces y cíe muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas.
En estos últimos días nos ha hablado en el Hijo, a quien designó heredero de todo, por medio del cual hizo también el universo; El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la fiel representación de su ser real y el que sostie¬ne todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de si mismo, se sentó a la diestra de la majestad en las alturas.
Hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos...Mas del Hijo dice: Tu Trono, oh Dios, por el siglo del siglo: cetro de equidad es el cetro de tu reino.
Has amado la justicia y aborrecido la maldad por lo cual te ungió Días, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros.
Y: Tú oh Señor, en el principio pusiste los funda¬mentos de la tierra, y los cielos son obra de tus manos.
Ellos perecerán, mas tú permaneces; y todos ellos se envejecerán como una vestidura, Y como un manto los enrollarás, y serán cam¬biados; pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán. Hebreos 1:1-4, 8-12
¿Qué clase DE cristiano debiera ser considerado un cristiano normal?»
Esta pregunta merece más discusión que la que suscita actualmente.
Algunas personas afirman ser cristianos normales cuando en realidad quieren decir que son cristianos nominales. Mí viejo diccionario da esta definición como uno de los significados de la palabra nominal: Existiendo sólo de nombre: no real o verdadero: por ello, tan pequeño, tenue o así que apenas si es merecedor del nombre.
Con esto como definición, los que saben que son cristianos sólo de nombre nunca deberían tener la pretensión de ser cristianos «normales».
¿Es el Señor Jesús tu más precioso tesoro en el mundo?
Si es así, puedes contarte entre los cristianos normales.
¿Está la hermosura que se encuentra sólo en Jesu¬cristo llevándote constantemente a la alabanza y a la adoración?
Si es así, estás, desde luego, entre aquellos a los que la Palabra de Dios identifica como cristianos normales, creyentes que viven en espíritu expresando y siendo practicantes de la dispensación divina.
Pero casi puedo anticipar una objeción. Cuando alguien se deleita y ocupa tanto con la persona de Jesu¬cristo, ¿no se trata de una persona extremista en lugar de un cristiano normal? ¿Han llegado realmente los profesos cristianos, en sus tendencias humanistas y seculares, a aquel punto en que pueden negar sinceramente que amar a Jesucristo con todo su corazón y alma y fuerzas sea el cristianismo normal? ¡No debemos estar leyendo y estudiando la misma Biblia!
¿Cómo puede alguien profesar ser un perseguidor, discípulo de Jesucristo y no sentirse abrumado por Sus atributos? Estos atributos divinos son testimonio de que El es ciertamente el Señor de todo, completamente digno de nuestra adoración y alabanza.
Como cristianos nos gusta decir que le hemos «coro¬nado de todo el Señor», pero encontramos difícil expresar lo que realmente queremos decir.
He estado siempre interesado en la fraseología de uno de nuestros grandes himnos:
Señor de todo ser, en la lejanía entronizado.
Tu gloria se enciende desde estrellas y sol;
De toda esfera el centro y el alma,
Más cuan cerca de todo amante corazón.
El Señor de todo ser es mucho más que el Señor de todos los seres. Él es el Señor de toda existencia real Él es el Señor de todas las clases de ser: espiritual, natural, físico. Por ello, cuando le adoramos rectamente, abarcamos todo ser.
Cuando los jóvenes comienzan a comprender esta verdad de la sublime posición y estatura en el universo dada a Jesucristo como Señor de todo, comienzan tam¬bién a darse cuenta de la importancia de Su llamamiento a una vida de amante servicio.
Muchos Jóvenes se entregan totalmente a la ciencia, algunos a la tecnología, algunos a la filosofía, a la mú¬sica, a las artes. Pero cuando adorarnos al Señor Je¬sucristo abarcamos y englobamos todas las posibles ciencias, filosofías y artes. Ésta es nuestra respuesta a aquellos en otros marcos religiosos que estén dispuestos a aceptar que Jesús fue un hombre, pero que no aceptan Su declaración de ser Uno con el Padre como el eterno Hijo de Dios.
Estos otros religionistas mantienen que cuando da¬mos adoración al hombre Jesucristo nos hacemos culpa¬bles de idolatría, porque también nosotros confesamos que Él fue hombre. Creemos que Jesús vino entre noso¬tros como el Hijo del Hombre, pero creemos toda la revelación. Esta revelación nos comunica que Él era el unigénito del Padre. Así, Jesús era también Dios.
Por el misterio de la Encarnación. Jesucristo participó plenamente de la misma carne y sangre que la raza humana, el plan eterno no era traer a Dios al nivel de los hombres, sino llevar la humanidad arriba a Dios. Así, debemos ser unidos en la hermosura y maravilla de la unión teantrópica: Dios y hombre en uno.
La recapitulación de este singular misterio involu¬crando a Dios y al hombre es simplemente éste: todo lo que Dios sea. Cristo lo es. Cuando estamos adorando al Señor Jesús no estamos desagradando al Padre. Jesús es el Señor de todo ser, y es el Señor de toda vida.
El apóstol Juan nos ha dicho con llaneza en su pri¬mera epístola que ninguno de nosotros conocería nada acerca del sentido de la vida si Jesús no hubiera salido del Padre para mostrarnos el verdadero significado de la vida eterna. Pero Él vino, y como resultado, nos asegura Juan, «nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo».
El hecho de que Cristo es ahora la fuente de la vida para los hombres y mujeres redimidos y adoradores quedó expresado de manera sencilla en el himno tan lleno de significado de Charles Wesley,
Jesús, amante de mi alma:
Abundante gracia en Ti se halla,
Gracia para todo mi pecado cubrir;
Que abunden las corrientes sanadoras;
Hazme y guárdame por dentro puro.
Tú de vida eres la Fuente.
Libremente deja que de Ti tome;
Dentro de mi corazón Tú la Fuente.
Sube para la eternidad entera.
Sabemos que hay muchas clases de vida y podemos tener la certidumbre de que Jesús es el Señor de todas las clases de vida. En la primavera, observamos los nue¬vos y anhelantes brotes en los árboles y arbustos. Están listos para abrirse y crecer en las florecientes pautas de vida floral.
Pronto esperaremos el regreso de los pájaros. No per¬dono a los pájaros con demasiada facilidad. Son amigos de tiempo apacible. En los días oscuros y tempestuosos, cuando más los necesitamos, ellos están en Florida. Pero vuelven cada primavera, expresando su propio modo de vida al trinar.
Comenzamos a ver los conejos y los otros animales. Ellos tienen su propia clase de vida. Cristo es el Creador y Señor de todos ellos. Más allá de estas manifestaciones de vida tenemos, por ejemplo, la vida intelectual: la vida de la imaginación y de los sueños.
Sabemos algo también de la vida espiritual. «Dios es Espíritu: y los que le adoran, es necesario que le adoren en espíritu y en verdad» (Juan 4:24). El Hijo eterno de Dios es nuestro Señor. Él es el Señor de los ángeles, y el Señor de los querubines y serafines. Él es el Señor de cada clase de vida: este mismo Jesús.
En nuestros días es importante que descubramos que Jesucristo es el Señor de toda sabiduría y el Señor de toda Justicia!
La suma total de la profunda y eterna sabiduría de las eras reside en Jesucristo como tesoro escondido. No hay ninguna verdadera sabiduría que no pueda ser hallada dentro de Él. Todos los profundos propósitos eternos de Dios residen en Él, por cuanto Su perfecta sabiduría le capacita para planear muy por adelantado. Toda la historia viene a ser el lento desarrollo de Sus propósitos eternos.
Dios, en Su sabiduría, hace que tanto los hombres malos como los buenos, las cosas adversas como las favorables, obren para la revelación de Su gloria en el día en que todo se cumplirá en Él.
La Escritura nos da muchos deleitosos conceptos de la manera en que Cristo es el Señor de toda Justicia.
La justicia no es una palabra fácilmente aceptable para los hombres y mujeres perdidos de un mundo perdido. «Oh, ya me quedaré satisfecho si puedo lograr un buen libro que trate de ética.» Fuera de la Palabra de Dios, no hay ningún libro que pueda darnos una respuesta satisfactoria acerca de la justicia, por cuanto el Único que es Señor de toda justicia es nuestro mismo Señor Jesucristo. Un cetro de justicia es el cetro de Su reino. Él es el Único en todo el universo que ha amado a la perfección la Justicia y aborrecido la maldad.
En el periodo del Antiguo Testamento, había una imagen de justicia en las sombras del sistema de ado¬ración del templo. El Sumo Sacerdote debía entrar en el Lugar Santísimo una vez al año para ofrecer los sacri¬ficios. Llevaba en la frente una mitra, y las palabras hebreas grabadas en la mitra serian, traducidas al castellano: -Santidad a Jehová». Nuestro gran Sumo Sacerdote y Mediador es el Justo y Santo: Jesucristo, nuestro Señor resucitado. Él no sólo es justo, sino que Él es el Señor de toda justicia.
También Él es el Señor de toda misericordia. ¿Quién sino Él establecería Su reino sobre rebeldes, rebeldes a los que el mismo ha redimido y en quienes ha renovado un espíritu recto?
Piensa conmigo acerca de la belleza, y en Éste que es el Señor de toda belleza. Sabemos por nuestras propias reacciones y goce que Dios ha depositado algo dentro del ser humano que es capaz de comprender y apreciar la belleza. Dios ha puesto dentro de nosotros el amor a las formas armónicas, el amor y aprecio por el color y por los sones hermosos.
Lo que muchos de nosotros no comprendemos es que todas las cosas hermosas, tan placenteras a los ojos y oídos, son sólo las correspondencias externas de una belleza más profunda y duradera: la que llamamos belleza moral.
En relación con Jesucristo, ha sido la singularidad y perfección de Su belleza moral la que ha atraído incluso a los que han afirmado ser Sus enemigos a lo largo de siglos de historia. No tenemos registro alguno de Hitler diciendo nada contra las perfecciones morales de Jesús. Uno de los grandes filósofos, Nietzsche, él mismo un instrumento de fuerzas anticristianas en este mundo, murió finalmente golpeándose la frente sobre el suelo y gimiendo: -A este hombre Jesús amo. Es Pablo quien no me gusta.»
Nietzsche objetaba a la teología paulina de la justifi¬cación y salvación por la fe, pero se sentía extrañamente movido en su interior por las perfecciones de la belleza moral que se encuentran en la vida y en el carácter de Jesús, el Cristo, el Señor de toda belleza.
Vemos esta perfección en Jesús, pero cuando mira¬mos de cerca el sistema de este mundo y de esta socie¬dad, vemos las terribles y feas huellas del pecado. El pecado ha herido y desfigurado este mundo, haciéndolo inarmónico, asimétrico y feo, de manera que hasta el infierno está lleno de fealdad.
Si te encantan las cosas hermosas, mejor quedarte fuera del infierno, porque el infierno será la quinta¬esencia de todo lo que es moralmente feo y obsceno. El infierno será el lugar más feo de toda la creación. Cuando los hombres que hablan fuerte dicen que algo es «tan feo como el infierno", emplean una comparación apropiada y válida. El infierno es aquella realidad frente a la que se mide toda fealdad.
Ésta es la imagen negativa. Gracias a Dios por la promesa positiva y perspectiva del cielo como lugar de suprema belleza. El cielo es el lugar de los números armónicos. El cielo es el lugar encantador. Aquel que es todo hermosura está ahí. Él es el Señor de toda belleza. Hermano mío, hermana mía, la tierra yace entre todo lo que es feo en el infierno y todo lo que es hermoso en el cielo. Mientras vivamos en este mundo, tendremos que considerar los extremos. Luz y tinieblas. Belleza y feal¬dad. Mucho que es bueno y mucho que es malo. Las cosas placenteras y las que son trágicas y duras.
¿Por qué? Debido al sentido en que nuestro mundo se encuentra a medio camino entre la belleza del cielo y la fealdad del infierno.
En este contexto, permitidme que os hable de alguien que me llamó para hacerme esta pregunta: -Señor Tozer. ¿Cree usted que una persona que es verdaderamente cristiana puede hacer daño a otra persona cristiana?» Me vi obligado a responder: >Sí, creo que sí.» ¿Por qué será que un hombre puede estar de rodillas un día, orando fervorosamente, y al día siguiente hacerse culpable de ofender o dañar a otro cristiano?
Creo que la respuesta reside en que estamos a mitad de camino entre el cielo y el infierno. Es porque caen sobre nosotros las sombras y la luz.
La mejor respuesta es que estamos siendo salvados de todo esto. El Señor de toda belleza está salvando a Su pueblo de la fealdad del pecado. Nuestro, Señor Jesucristo vino a este mundo feo, egoísta y violento para salvarnos y liberarnos a un cielo hermoso.
Nunca podremos comprender el terrible, horrible precio que el Señor de toda belleza pagó para alcanzar nuestra redención. El profeta dijo del Mesías que iba a venir: «No hay apariencia en él. ni hermosura como para que le miremos» (Isaías 53:2). No creo que los artistas hayan dado un concepto apropiado del hombre Jesús. Lo pintan como un hombre hermoso con un rostro tierno y femenino. Ignoran la declaración de que «No hay apariencia en él, ni hermosura como para que le miremos o deseemos.» Jesús fue plenamente uno de nosotros, un Hombre fuerte entre los hombres. Aparentemente se parecía tanto a Sus discípulos que Judas Iscariote tuvo que dar una señal especial para ganarse sus treinta piezas de plata: «Al que yo bese, ése es» (Marcos 14:44).
Podemos bien decir que cuando el Hijo eterno tomó la forma de hombre, sólo Su alma permaneció hermosa. Sólo cuando fue repentinamente transfigurado en el monte «su rostro resplandeció como el sol, y sus vestidu¬ras se volvieron blancas como la luz» (Mateo 17:2). Sólo entonces vieron Sus discípulos más cercanos cuan hermoso Él era. Su belleza estuvo velada mientras anduvo entre los hombres.
Hay una eficaz ilustración en los tipos y figuras del Antiguo Testamento que nos recuerda los adornos de la gracia y belleza que marcarán al cuerpo creyente de Cristo, la Iglesia, preparada como la esposa que espera al Esposo celestial. Es la memorable historia de Isaac y Rebeca en Génesis 24. Abraham envió a su siervo de confianza a su antigua patria para seleccionar una esposa para Isaac. Naturalmente. Rebeca pasó todas las pruebas que el siervo de Abraham propuso. No hay ninguna declaración acerca de la belleza de Rebeca, pero es de suponer que era hermosa.
El adorno de su belleza consistió en las joyas y ves¬tidos que vinieron como dones de amor del esposo al que aún no había visto.
Ello es un recordatorio de lo que Dios está haciendo en medio de nosotros justo ahora. Abraham es tipo de Dios Padre. Isaac, nuestro Señor Jesucristo, el Esposo celestial. El siervo que salió con sus dones al país lejano para buscar una esposa para Isaac es un buen tipo del Espíritu Santo, nuestro Maestro y Consolador.
Pregunto: ¿cual es nuestra verdadera belleza al ser llamados uno por uno para tomar nuestros puestos por la fe en el Cuerpo de Cristo para esperar Su venida? Dios no ha dejado esto al azar. Él nos da una por una las bellezas, los dones, las gracias del Espíritu Santo, tipi¬ficadas sólo imperfectamente por aquellas joyas y pie¬dras preciosas que el siervo entregó en nombre de Isaac. Así estamos siendo preparados, y cuando encontremos a Jesucristo como nuestro venidero Señor y Rey, nuestro ornato será nuestras gracias y dones recibidos de Dios. ¡Por este medio podremos estar con Aquel que es el Señor de toda belleza!
Si no le conoces y adoras, si no anhelas estar donde Él está, si nunca has conocido maravilla y éxtasis en tu alma por Su crucifixión y resurrección, tu afirmación de ser cristiano carece de base. No puede estar relacionado en absoluto con la verdadera vida v experiencia cristianas.
Mientras tanto, creo que como cristianos debemos estar dispuestos a permitir que todo lo feo en nuestras vidas sea crucificado. Tenemos en verdad que adorar al Señor de toda belleza en espíritu y en verdad. No es algo popular, porque tantos cristianos Insisten en que tienen que ser entretenidos mientras están siendo edificados. He sido por mucho tiempo un estudioso de la vida y el ministerio de Albert B. Símpson, el fundador de la Alianza Cristiana y Misionera. Os transmito esta adver¬tencia suya de que podemos llegar a enamoramos tanto de los buenos dones de Dios que descuidemos adorar al Dador.
El doctor Símpson fue una vez invitado a predicar en una conferencia bíblica en Inglaterra, acerca del tema que le habían asignado de "santificación-. Cuando llegó, descubrió que debía estar en la plataforma con otros dos maestros bíblicos. A los tres les había sido dado el mismo tema: «Santificación».
El primer orador empleó su tiempo poniendo en claro su postura de que la santificación significaba erradicación. -La persona santificada ha quedado privada de su vieja naturaleza carnal, tal como eliminaríais un yerbajo de vuestro huerto; erradicada.»
El segundo orador se levantó y expuso su postura de que la santificación significaba la supresión de la vieja naturaleza. -El "viejo hombre" siempre estará ahí», dijo él, -y vuestra victoria es sentaros sobre la tapadera y mantenerlo abajo, venciéndolo en su propio juego. Tiene que ser suprimido».
Ésta no era una situación fácil para el doctor Simpson que estaba programado como el tercer y final orador.
Le dijo al auditorio que sólo podía presentar al mismo Cristo como la respuesta de Dios. -Jesucristo es vuestro Santificador, vuestra santificación, vuestro todo en todo. Dios quiere que apartéis vuestras miradas de los dones, de las fórmulas, de las técnicas. Quiere que vuestra mirada se fije en el Dador, en el mismo Cristo. Él es vuestro Señor. Adoradle.»
Ésta es una palabra maravillosa para los que quieran adorar rectamente.
Antes era la bendición;
Ahora es el Señor.
¡Jesús es el Señor!