LOS BUSCADORES DE LA VERDAD
Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida;
nadie viene al Padre, sino por mí.
Juan 14:6
En este mundo tan variopinto en que vivimos, hay un grupo de personas que afirman ser buscadores de la verdad. “Somos buscadores de la verdad”, dicen, como si eso les cualificara como adoradores aceptables, sean cuales fuesen sus creencias o la verdad que buscan. En realidad, algunas iglesias aceptan esta idea o invitan a las personas: “Vengan a nuestra iglesia. No tienen que creer en nada, solamente ser buscadores de la verdad”.
Esto pretende señalar una mente abierta, que acepta cualquier cosa. Según esta forma de pensar, la verdad no es absoluta, sino aquello que creamos en un momento dado o cualquier cosa que hayamos decidido que es verdad. A primera vista, estos “buscadores de la verdad” parecen tener un deseo sincero, o al menos parece que avanzan en la dirección correcta. Sin embargo, en esta época de relativismo, la verdad significa cosas diferentes según la persona. Lo que es cierto para una persona puede no serlo para otra. Lo que fue cierto ayer puede que no sea cierto hoy. Lo único que consiguen estos “buscadores de la verdad” es impedir que las personas busquen la Verdad absoluta, que es Jesucristo, “...el mismo hoy, ayer y por los siglos” (He. 13:
.
Luego están quienes nos informan que en todas las religiones encontramos la verdad. Esto es lo mismo que decir que casi todos los venenos contienen agua y que, por tanto, se pueden beber. Lo que mata no es el agua, sino el veneno. Cuanto más ambiguo sea el veneno, más peligroso es. Cuanto más se acerca una mentira a la verdad, más daño hace. Y el enemigo del alma humana lo sabe muy bien.
Cuando estudiamos las religiones del mundo, descubrimos en ellas muchas cosas que son ciertas. Sin embargo, la verdad parcial es más peligrosa que una mentira. Cuando sé que una cosa es mentira, puedo alejarme de ella.
Volviendo al huerto del Edén, vemos esto: la serpiente no contó a Eva una mentira absoluta; simplemente, le contó una verdad a medias. Solo le dijo lo que quería decirle, para confundirla y obtener su propósito. Lo que generó todos los problemas posteriores a la Caída en el Edén fue lo que no le dijo.
Usted puede decirle algo a una persona y no mentirle directamente, pero sí presentarle la verdad de tal manera que nunca llegue a ella.
Puedo acercarme al zoológico y ver un tigre. Ahí está, tumbado frente a mí, lamiéndose como si fuera un gato grande. Quizá en ese momento esté juguetón, y puedo convencerme de que ese tigre no es peligroso. Es solo un gatito grande. Al tigre se le pueden quitar las garras e incluso esos dientes tan peligrosos. Pero la verdad parcial no altera la naturaleza del tigre. Por naturaleza, es la máquina de matar más eficaz en la tierra verde de Dios. Su actitud juguetona solo es una parte de la verdad.
Ahora bien, si me acerco a ese tigre aceptando solo la verdad parcial, me pongo en peligro de muerte. Lo que puede hacernos daño es lo que no sabemos.
Quienes se jactan de ser buscadores de la verdad corren un riesgo —y someten a otros a este— mayor del que yo correría en la jaula del tigre. El tigre solo puede herir mi cuerpo, pero esas medias verdades sobre la religión pueden conducirme eficazmente a las tinieblas espirituales eternas y a la condenación final.
Toda religión falsa del mundo tiene un fundamento de verdad. Parte de alguna verdad y luego se aleja de ella sutil y maliciosamente, aunque quizá no sea esta su intención. Eva no desobedeció intencionadamente a Dios ni se apartó conscientemente de la verdad fundamental.
Respecto de la adoración a Dios, debemos tener mucho cuidado de no basarla en una verdad a medias, sino en toda la verdad revelada tal y como puede hallarse en la Biblia.
El hombre quiere adorar a Dios, pero quiere hacerlo según su propia forma de entender la verdad. Lo mismo hizo Caín, como los samaritanos y los hombres a lo largo de los tiempos; pero Dios los ha rechazado a todos. Ahora bien, en el interior del corazón humano existe el imperativo de adorar, pero en el caso de Dios no hay tolerancia, no hay manga ancha. Él precisa con claridad los hechos, y todo hombre que sigue sus propias falacias es rechazado sin ambages.
Tengo montones de poesías religiosas y he leído la mayoría de ellas. Las personas que no han encontrado a Dios, que no han experimentado el nuevo nacimiento y al Espíritu Santo en sus vidas, sienten aun así el impulso antiguo a adorar algo. Si proceden de un país tercermundista, donde carecen de una buena educación, es posible que maten un pollo, se pongan una pluma en la cabeza y dancen en torno a una fogata mientras llaman a un brujo. Sin embargo, si son un poco más cultos escriben poesía.
Edwin Markham (1852-1940) fue un poeta estadounidense que escribió dos o tres cosas buenas. Escribió “Lincoln” y “El hombre con el azadón”, que son grandes poesías. Sin embargo, lo menciono porque es un ejemplo del modo en que funciona la mente humana. El mundo está repleto de montones de poesías como esta, que pueden desecharse; es ese tipo de poesía y de religión que no tiene ancla alguna, ni Dios ni sumo sacerdote, donde no hay sangre ni altar, sino que revolotea por ahí como una mariposa borracha, que flota y aletea sin saber muy bien adonde quiere llegar; todas esas poesías dicen lo mismo.
Hice un peregrinaje para hallar a Dios; quise oír su voz entre santos sepulcros, busqué las huellas de sus pies eternos en el polvo de altares derruidos; mas me volví con el corazón vacío. Mas cuando a casa retornaba brilló sobre mí gran resplandor y oí la voz de Dios en el nido de una alondra, percibí su dulce rostro en una rosa abierta; recibí su bendición en un pozo junto al camino; contemplé su hermosura en el rostro de un amante; vi su mano luminosa saludarme desde el sol.
Era un buen poeta en muchos sentidos, pero su ornitología no era muy fiable. En primer lugar, las alondras que están nidificando no cantan. En segundo lugar, dijo que escuchó a Dios cantando como un pájaro. Luego añadió: “Percibí su dulce rostro en una rosa abierta; recibí su bendición en un pozo junto al camino; contemplé su hermosura en el rostro de un amante; vi su mano luminosa saludarme desde el sol”.
Ahí lo tiene: no es un loco ni un brujo procedente de las selvas de Nueva Guinea. Aquí tenemos a una persona cuya poesía figura en todas las antologías. Escribe entre los poetas del mundo y sale a buscar a Dios. Y lo buscó en el primer lugar, el cementerio, y no lo encontró. Buscó en los altares rotos y tampoco pudo hallarlo; luego, cuando iba de regreso, escuchó cantar a un pájaro y dijo que era Dios. Vio a un amante feliz que tenía entre sus manos las de su amada, y dijo que era Dios. Y vio una rosa que se mecía al viento y dijo que era Dios. Así que cuando llegó a casa escribió un poema.
Ahora, bien, lo que me gustaría saber es: ¿cómo pudo caer tan bajo? ¿Cómo pudo este hombre, en una tierra llena de Biblias, donde se predica el evangelio, escribir que fue a buscar a Dios en los altares y las tumbas, y en los lugares oscuros y polvorientos, y no lo encontró? Y cuando volvía a su casa, lo vio y lo escuchó bajo la forma de una alondra que estaba en su nido, lo vio en una rosa y en el rostro de un joven enamorado. Luego alzó la vista, y ¡fíjese usted!, Dios le hizo señales desde el sol. Yo nunca he recibido señales procedentes del sol y no conozco nadie que haya dicho nada semejante, excepto Edwin Markham.
Creo que este tipo de cosas hay que sacarlas a la luz. Debemos decir al mundo que Dios es Espíritu, y que quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad. Hay que recurrir al Espíritu Santo y a la verdad. No se lo puede adorar solo en espíritu, porque el espíritu sin la verdad no puede nada. No se lo puede adorar solo en verdad, porque eso sería una teología sin fuego. Debe ser la verdad de Dios y el Espíritu divino.
Cuando un hombre, creyendo y cediendo a la verdad de Dios, está lleno del Espíritu Santo, entonces su susurro más cálido y breve será adoración. Por lo tanto, podemos descubrir si adoramos a Dios por cualquier medio, si estamos llenos del Espíritu y cedemos a la verdad. Sin embargo, cuando no aceptamos la verdad ni estamos llenos del Espíritu, no hay adoración que valga. Dios no puede recibir en su corazón sagrado cualquier tipo de adoración.
Jesús dijo que “los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren” y dejó claro para siempre cómo debemos adorar a Dios. Él formó la llama viva y dio la mente que razona, de modo que solo Él puede reclamar la adoración del hombre. Pero en lugar de adorar a Dios, cada hombre adora según le parece.
Tenga en cuenta que solo existe una manera de adorar a Dios: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6). Cuando somos amables y caritativos permitiendo que se sustente la idea de que Dios acepta la adoración de cualquiera, y en todo lugar, en realidad perjudicamos y ponemos en peligro el futuro del hombre o de la mujer a los que permitimos pensar eso. Todo aquello que sea incompatible con la naturaleza santa de Dios perjudica el alma humana y, en última instancia, la condena eternamente.
Yo haría lo mismo que hizo el escritor de himnos Isaac Watts en el siglo xvii cuando intentó poner en verso el libro de los Salmos. No dejaba tranquilo un salmo si no decía algo sobre Jesús. Siempre añadía una estrofa sobre Jesús antes de acabar. Personalmente, me alegro de que lo hiciera.
Se trata de una cosa u otra. O bien un adorador se somete a la verdad de Dios o no puede adorarlo en absoluto. Una persona puede escribir poemas y sentir cómo se elevan sus pensamientos cuando ve un amanecer. Puede oír cantar al polluelo de la alondra, aunque la verdad es que estos no cantan. Podrá hacer todo tipo de cosas, pero no puede adorar a Dios a menos que tenga fe. Hacerlo supone que debe someterse a la verdad revelada sobre Dios. Tiene que confesar que Él es quien dice ser. Además, tiene que declarar que Cristo es quien afirma ser. Tiene que admitir la verdad acerca de sí mismo y reconocer que es un pecador tan malo como Dios dice que lo es. Luego debe admitir la verdad de la expiación, la sangre de Jesucristo que limpia el pecado y libra de él. Por último, debe seguir el camino de Dios. Tiene que renovarse conforme a la imagen de Aquel que lo creó.
El único que puede adorar a Dios de forma aceptable es el hombre redimido. Solo un hombre renovado puede adorar a Dios aceptablemente, y creer la verdad tal como Él la revela en su Palabra.
Por lo tanto, esas personas que tienen iglesias y oran en nombre de “todo lo bueno” y “el Padre que es todo” no tienen idea de qué es la verdadera adoración aceptable a los ojos de Dios. Tropiezan en medio de las tinieblas espirituales. Preferiría pasear por el parque con mi Nuevo Testamento. Así puedo encontrar a mi Dios, no el dios que se encuentra en una rosa, sino Aquel que está sentado en el trono de las alturas, junto al cual se sienta aquel cuyo nombre es Jesús, que tiene todo el poder tanto en el cielo como en la tierra. Y podría tener comunión con Dios mientras caminara por la calle, en lugar de adorarlo en un altar de Baal.
El hombre debe ser renovado y recibir el Espíritu de verdad. Sin esa infusión del Espíritu Santo, no puede darse la verdadera adoración.
¡Qué grande es Dios y qué completa es la obra de Cristo! ¡Qué imperativos son el arrepentimiento y la regeneración en el Espíritu Santo! Al rechazar al Espíritu, cegamos nuestros ojos y andamos a trompicones en las tinieblas, ciegos y perdidos. No seamos culpables de este pecado en estos tiempos de Biblias abiertas y abundantes de verdad.
Bernardo de Claraval (1091-1153), en su gran himno, expresa cómo es el corazón de quienes buscan sinceramente la verdad.
Oh Jesús, dulce memoria,
fuente de verdadera alegría para el corazón;
pero por encima de toda dulzura,
dulce es Su presencia.
Nada se canta que sea más suave,
nada se oye que sea más alegre,
nada se piensa que sea más dulce,
que Jesús, Hijo de Dios.
Jesús, esperanza de quien se arrepiente,
¡cuán piadoso eres con quien te desea!
¡Cuán bueno eres con quien te busca!
Pero ¿qué serás para quien te encuentre?
Ninguna boca puede decirlo,
ninguna palabra puede expresarlo:
solo quien lo ha experimentado puede comprender
qué significa amar a Jesús.
Sé tú, oh Jesús, nuestra alegría,
tú que eres el premio futuro:
esté en ti nuestra gloria,
siempre, en todo tiempo. Amén.
Oración
Oh Dios, ¡qué maravillosa es la obra de tu Hijo! Llena todo el universo
de belleza, temor reverente y admiración. Mi corazón se ve saturado
con la intensidad de semejante obra dentro de mi ser. Te busco, pero
solo te encuentro cuando te busco con todo mi corazón y toda mi mente.
Mi temor rendido ante ti ha agotado mis expresiones de alabanza y de
adoración. Tu presencia es mi consuelo de día y de noche. Amén.
Continua en… ¿QUÉ FUE PRIMERO,
LOS OBREROS O LOS
ADORADORES?
“Amados hechos a imagen y semejanza de Dios Gen. 1:26
para adorar a Dios, en el Espíritu” Jn 4:23-24
¡Jesús es el Señor!