Ore con sinceridad
El segundo ingrediente de la adoración es la sinceridad, que no es lo mismo que el formalismo o la duplicidad. Tenemos ejemplos extremos y terribles de esta última, de los que nos informaron nuestros misioneros. Ellos nos hablaron de los paganos que adoraban a su dios, mientras al mismo tiempo, les gustaba engañarlo.
Usted no tiene que acudir a una sociedad pagana para ver esto. Algunos de nosotros nos hemos endurecido mucho en este sentido. Hacemos promesas a Dios que no tenemos intención de cumplir, pensando que así podemos sacarle lo que queramos. Creemos que podemos engañar al Señor, y cruzando los dedos, Él no nos oirá, no se dará cuenta.
Tenemos que ser totalmente sinceros si queremos adorar a Dios, pero la sinceridad no equivale al formalismo. No sé si algo que se haga puramente por formalismo tiene algún sentido. Es posible asistir a un ritual religioso y no saber siquiera qué hacemos o por qué; sencillamente, gesticulamos sin sentido y repetimos palabras y frases vacías.
El Señor señaló a un niño pequeño y dijo que era un ejemplo. Creo que lo mejor de un niño pequeño es su sinceridad absoluta. Da igual las cosas vergonzantes que pueda decir; un niño siempre es totalmente sincero. Y es esta sinceridad la que debemos cultivar en oración si queremos que el Dios todopoderoso acepte nuestra adoración.
Qué espantoso es pasarse la vida haciendo ofrendas al Todopoderoso que nunca son aceptadas. Caín hizo su ofrenda al Todopoderoso, pero Dios no respondió ni quiso aceptarla, y el rostro de aquel se entristeció.
Ore con honestidad
La honestidad es el tercer ingrediente. Debemos incluirla en todas nuestras oraciones, y no es lo mismo que el simple decoro.
Supongo que la honestidad y la sinceridad son hermanas gemelas, inseparables, aunque en realidad estén separadas y no sean idénticas. Pero ante Dios debemos manifestar una honestidad completa. Si me pongo de rodillas y oro diciendo: «¡Oh, Señor, te ruego que alcancemos nuestro presupuesto para las misiones», y el Señor sabe que no voy a dar nada para contribuir a ellas, sabe que no estoy orando honestamente.
Si oro diciendo: «Señor, salva a este hombre», pero nunca he hecho nada para llevarle el evangelio, soy deshonesto. Si le pido a Dios cosas que yo podría hacer, mi oración no es honesta. Pero hemos utilizado tantos eufemismos para ocultar esto que casi nos escandaliza oírlo. A pesar de ello, es cierto.
Ore con sencillez
En cuarto lugar, debemos adorar con sencillez, en lugar de recurrir a la sofistería y a la sofisticación.
He oído a personas formular oraciones que eran realmente sencillas, casi vergonzosamente simples. Nacían de un corazón tan sencillo que uno podía pensar que, quizá, les faltaba profundidad intelectual. Pero no existe ninguna incompatibilidad entre la capacidad intelectual y la sencillez de corazón. Jesucristo, nuestro Señor, era tan sencillo que en sus relaciones personales era muy directo. La simplicidad lo era todo para nuestros viejos amigos los cuáqueros, que vivieron hace varias generaciones.
Cuando los cuáqueros ingleses se presentaban ante el rey, no se quitaban sus sombreros de ala ancha, porque pensaban que eso suponía atribuir demasiado respeto a un hombre. Delante de Dios harían lo que fuera, pero insistían en no descubrirse ante nadie, y muchos fueron a parar a la cárcel por este motivo.
Personalmente, no creo que quitarse el sombrero tuviera nada de malo; yo lo habría hecho. Desde luego, hacerlo no supone adorar a nadie; pero la idea es que ellos hicieron lo que creían, y Dios los honró por vivir conforme a su fe. Sencillez, una sencillez absoluta. Usaban pronombres antiguos y se llamaban Mary y John (independientemente de cuál fuera su verdadero nombre). Ellos enseñaban a la Iglesia de Cristo cómo ser sencilla.
Si alguna vez fuéramos quebrantados, enfrentándonos de repente a la muerte o alguna otra tragedia o terror, nos veríamos obligados a ver lo antinaturales que somos, distintos a lo que debemos ser. Hemos vivido como los leones del zoológico, no como los leones que viven en las sabanas de África. Estamos atrapados en nuestra civilización.
Antes de orar o de adorar a Dios, debemos ser sencillos. Usted debe adorar a Dios con sencillez; y me da igual quien o qué sea usted, debe ser sencillo.
Para adorar a Dios aceptablemente, hace falta tener sencillez y humildad. La mayoría de nosotros somos media docena de personas. Yo tengo cuatro o cinco reputaciones. Para algunas personas soy una cosa, para otras soy otra, y supongo que a todos nos pasa igual. Cuando intentamos vivir a la altura de nuestras reputaciones, siempre nos resulta difícil, y constantemente nos metemos en problemas.
Continua en… Ore desde el corazon
“Amados, somos hechos a imagen y semejanza de Dios Gen. 1:26
para adorar a Dios, en Espiritu y en verdad” Jn 4:23-24
¡Jesus es el Señor!