LA ENSEÑANZA DE LA UNCION
En la Biblia se usan muchos símbolos para representar al Espíritu Santo, como por ejemplo el viento, el agua de vida y el fuego. Al mismo tiempo, el Espíritu también es vida, poder, etc. Sin embargo, 1 Juan 2:27 es un versículo particularmente hermoso en su descripción del Espíritu Santo como unción. La unción es la enseñanza del Espíritu Santo. El Espíritu nos enseña por medio de la unción. Jamás podremos conocer la voluntad de Dios estudiando y analizando los puntos a favor y en contra de algún tema. Sólo podemos conocer la voluntad de Dios por medio de la unción. El Espíritu Santo es quien nos da a conocer la mente de Cristo. No tenemos que preguntarnos constantemente: “¿Es ésta la voluntad de Dios?” porque “nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Co. 2:16). Cuando la Cabeza desea que uno de los miembros actúe, se lo comunica por medio de la unción, y a medida que nosotros nos rendimos a la unción, la vida fluye libremente desde la Cabeza. Cuando nos resistimos a la unción, entorpecemos la relación que tenemos con la Cabeza, y el fluir de vida se detiene. Muchos creyentes no perciben la dirección del Señor porque no están sometidos a la Cabeza. La unción no viene directamente sobre el Cuerpo, sino sobre la Cabeza. Los creyentes sólo pueden recibir la unción que fluye desde la Cabeza y se extiende por el Cuerpo, cuando están directamente sometidos a la Cabeza.
La unción es muy fina y apacible. La enseñanza del Espíritu Santo no es tosca ni brusca. No sopla sobre nosotros como el viento ni nos quema como el fuego, sino que como el aceite, nos unge. Es así como el Espíritu nos enseña. Dondequiera que esté el aceite, allí estará Dios actuando. Su obra no depende de palabras ni de interpretaciones bíblicas ni de razonamientos ni de juicios respecto a lo bueno y lo malo, etc. Dios actúa y nos dirige en nuestro interior por medio de una especie de sentir de vida interno. Este sentir es la unción del Espíritu. La Cabeza no se vale de medios externos ni físicos para gobernar el Cuerpo. “La vida era la luz de los hombres” (Jn. 1:4). Si procuramos conocer la voluntad de Dios, no la hallaremos preguntándonos: “¿Es esto bueno o malo?”, sino: “¿Me dirige la vida con respecto a esto?” Si nos sentimos muertos por dentro, entonces no tenemos la unción; y si obramos sin la unción, lo hacemos sin la autoridad de la Cabeza. Por ejemplo, es posible que deseemos visitar a alguien, pero interiormente nos sentimos fríos e indiferentes. En lo que respecta a doctrinas y sentimientos humanos, o a principios bíblicos, deberíamos visitarlo. Pero cuanto más nos proponemos ir a visitarlo, más fríos nos sentimos. Esto indica que el Espíritu nos dice que no vayamos. En otra ocasión, quizás visitemos a alguien y sintamos como si estuviéramos bajo una hermosa unción; todo es apacible y agradable. Esta es la enseñanza que proviene de la unción del Espíritu. Cuanto más nos movamos con esta unción, más fuertes seremos, y tendremos un “amen” más firme en nuestro interior.
La enseñanza de la unción del Espíritu no tiene nada que ver con lo bueno y lo malo ni con lo que se debe o no se debe hacer ni con lo que es cierto o falso. Es un sentir de vida interno. Muchas personas siguen actuando según el principio del árbol de la ciencia del bien y el mal, el árbol del que Adán comió. Esto es andar conforme al principio del bien y el mal; sin embargo, la obra de Dios en Cristo es un asunto de vida y de la unción del Espíritu. Donde está la unción, allí hay vida. Mientras uno tenga la unción y la vida, todo es correcto y concuerda con el deseo de Dios. Aquellos que son versados y conocen muy bien las doctrinas de la Biblia, no necesariamente están más familiarizados con la manera en que Dios obra. Algunas veces un hermano o una hermana del campo puede saber más acerca de la manera en que obra el Señor. Quizás no tengan conocimiento, pero tienen vida. Si Dios no obrara así, sería injusto. Los campesinos iletrados estarían perdidos por no tener un conocimiento intelectual y no tendrían posibilidad de conocer la voluntad de Dios. Pero nuestro Dios no hace acepción de personas. Sea que tengamos el conocimiento intelectual o seamos eruditos o no muy versados, la enseñanza de la unción aún permanece en nosotros. Mientras andemos según la unción interior del Espíritu, sabremos cuál es la voluntad de Dios, y conoceremos la manera en que Dios obra.
¡Jesús es el Señor!