LA UNCION Y LA LEY
En el Antiguo Testamento los hombres tenían la palabra de Dios, la ley. En el Nuevo Testamento los hombres también tienen la palabra de Dios, pero si esta palabra no tiene la unción del Espíritu, también es una ley. El Señor Jesús expresaba la palabra del Señor, pero esa palabra era espíritu y vida. Los apóstoles también presentaban la palabra de Dios, y esa palabra también era espíritu y vida. Pero cuando los fariseos hablaban la palabra de Dios, la unción del Espíritu no estaba presente, y esas palabras eran leyes muertas. Muchos practican el bautismo, la imposición de manos y el cubrirse la cabeza sólo porque la Biblia así lo indica. Estas cosas son la ley para ellos. Quien actúa según la letra de la Biblia es un discípulo de Moisés, no un cristiano. El cristiano tiene la unción del Señor. En el Cuerpo de Cristo no hay ley; sólo existe la unción del Señor. Por lo tanto, para vivir en el Cuerpo de Cristo, tenemos que andar de acuerdo con la unción del Espíritu, no según la letra. Tenemos que hacerlo todo en conformidad con la unción del Espíritu. Esto es lo que significa andar según la enseñanza del Espíritu.
LA MANERA DE SER UNGIDOS
¿Cómo recibimos la unción? El salmo 133 es un pasaje clave en el Antiguo Testamento con respecto a la unción. Debemos entender que los salmos del 120 al 134 son cánticos graduales o de ascenso. Son los cánticos que los israelitas cantaban tres veces al año, cuando subían de diferentes lugares para encontrarse con el Señor en Sion, que está en Jerusalén, la morada de Dios. Aunque estos cánticos son diferentes entre sí, tienen en común el hecho de que sean cánticos graduales o de ascenso. Mientras subían, la gente no hablaba de la economía, ni de la educación, la guerra ni la política. Sus corazones estaban puestos en Sion, en Dios. Salmos 133:1 dice: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!” Habitar en armonía es algo corporativo; no existe barrera ni separación. Ellos desecharon su desunión, su envidia y su odio. Esto es semejante al buen óleo derramado sobre la cabeza de Aarón, que desciende por la barba y llega hasta el borde de sus vestiduras. En esta condición ellos reciben la unción de Dios. Cuando el óleo desciende, los que están bajo la cabeza reciben la unción espontáneamente. El salmo 133 equivale a Efesios 4. Cuando estamos en el Cuerpo y somos diligentes en mantener la unidad del Espíritu, tenemos la unción del Espíritu. Todos tenemos que someternos a la Cabeza y vivir en el Cuerpo, si queremos recibir la unción. Muchos no reciben ninguna dirección por no estar en el lugar correcto. No están sujetos a la Cabeza ni se han sometido a la autoridad de la misma. Tampoco están en el Cuerpo. A fin de poder recibir la unción, primero tenemos que someternos a la Cabeza y vivir en el Cuerpo.
La comunión de los creyentes se basa en Cristo. Podemos tener comunión unos con otros porque Cristo es la vida y la Cabeza del Cuerpo. Además, el deleite que se tiene de esta comunión es el Espíritu. Cuanto más vivamos en la comunión del Cuerpo, más disfrutaremos de la unción del Espíritu. Pero existe una condición para esto: debemos permitir que la cruz ponga fin a nuestra carne y a nuestra vida natural de una manera cabal. El que un creyente pueda disfrutar esta comunión o no, depende de si su vida natural ha llegado a su fin. Nuestra carne sólo merece morir, sólo merece quedar en cenizas, ser puesta en la cruz. No podemos pensar por nuestra cuenta; no estamos calificados para sugerir nada de nosotros mismos. Debemos permitir que Cristo tenga absoluta soberanía sobre todas las cosas. Debemos permitir que El sea el Señor de una manera absoluta. Si nuestra vida natural es exterminada por la cruz y si nos sometemos a Cristo como Cabeza y vivimos la vida del Cuerpo, entonces tendremos la unción del Espíritu y disfrutaremos de la comunión del Cuerpo.
¡Jesus es el Señor!