Ateos por conveniencia
Una vez alguien dijo a un predicador: «Cuando joven, yo creía seriamente en Dios. Ahora estoy en la Universidad, y ya no creo más en él.». El predicador, de cincuenta años, dio un golpecito en el hombro del joven y le dijo: «¡Mi hijo, usted no cree más en Dios! Déjeme preguntarle una cosa: Desde que se convirtió en ateo, ¿el ateísmo lo ayudó a ser mejor? ¿Lo hizo más noble y más puro? ¿O le ocurrió lo opuesto?». Aquel joven se sintió avergonzado. Admitió que, desde que negara a Dios, moralmente ha ido cuesta abajo. El predicador continuó: «Siento mucho que esté diciendo que Dios no existe. Usted simplemente desearía que eso fuese verdad».
Muchas personas no están verdaderamente convencidas de que Dios no existe; a ellas simplemente les gustaría que fuese así. Ellas preferirían que no hubiese un Dios en el universo. Les sería mucho más conveniente respecto de muchas cosas.
Yo mismo era una de esas personas. Cuando era estudiante, también decía que Dios no existe. Pero, aunque era extremadamente fuerte en mi afirmación, parece que había Alguien protestando en mi interior. En el fondo de mi corazón yo sabía que Dios existe, pero mis labios rehusaban admitirlo. ¿Por qué? Yo quería tener una disculpa para pecar. Declarando la no existencia de Dios, se me hacía justificable ir a lugares pecaminosos. Así, me hice desvergonzado para pecar. Cuando cree en Dios, usted no se atreve a hacer determinadas cosas. Al poner a Dios de lado, usted se siente libre para cometer los peores pecados sin ningún temor. Si al afirmar la no existencia de Dios usted espera sinceramente elevar su patrón moral, entonces sus argumentos todavía son plausibles. Sin embargo, la única razón por la que el hombre sostiene la no existencia de Dios es poder tener una disculpa para la ilegalidad, la inmoralidad y libertinaje. Por esa razón, toda su argumentación no es digna de consideración. El asunto ahora pasa a ser: «¿Está usted calificado para afirmar que Dios no existe?». Si lo que alguien espera es meramente escapar de la justicia, ya perdió su posición.
Un día, un joven vino a mí y me dijo: «No creo en uno así llamado Dios. El hombre es mayor. Él es la más noble de las criaturas. No hay Dios más allá del hombre».
Estábamos sentados uno enfrente del otro. Después de oír lo que dijo, me levanté, fui hacia un lado de la sala, me incliné, lo miré atentamente, y le dije: «¡Usted es realmente lo máximo!». Entonces, fui para el otro lado de la sala, y lo miré desde otro ángulo. «Es verdad», dije yo deliberadamente: «¡Usted es lo máximo! En la provincia de Kiangsu hay treinta millones de personas como usted, y por lo menos otros cuarenta millones de su especie en China. Y, piense, el mundo contiene sólo dos billones de personas iguales a usted. ¿Supo usted que en los últimos días hubo una inundación en el sur? Los diques a lo largo del río estaban amenazados. Toda la población de Hsing Hwa, con más de doscientos mil habitantes, fue reclutada y conducida a toda prisa y en estado de pánico hacia los diques, cargando tierra para reforzar sus márgenes. Las obras de reparación aún están en marcha».
«Suponga ahora que el mundo sea reclutado para llenar el sol. Se hace un hoyo en su superficie y todos toman un lugar en el interior. Suponiendo que nadie se quemara, ¿usted cree que ellos conseguirán llenarlo? Aunque todas las personas entrasen por ese hoyo, ellos no lo conseguirían. Y eso no es todo. Aunque colocasen varios planetas tierra en el hoyo y agitasen el sol, usted descubriría que aquel gran globo todavía estaría vacío por dentro. Dígame ahora, ¿cuántos soles hay en el universo? ¿Usted sabe que el número de sistemas solares es de centenas de millones?».
Entonces dije al joven: «¡He aquí usted! Todavía no ha recorrido toda la tierra; sin embargo, se considera mayor que todo el universo. Déjeme preguntarle: ¿Usted sabe cuánto mide el universo? Tome, por ejemplo, la luz. Ella viaja a trescientos mil kilómetros por segundo. Intente calcular la distancia de los objetos que están a un año luz uno del otro. Hay algunas estrellas cuya luz demora tres mil años para alcanzarnos. ¡Descubra cuán lejos ellas están de nosotros! ¡Y usted piensa que es tan grande! Yo le aconsejaría, por lo tanto, a todos los ateos y pretenciosos jóvenes eruditos a admitir igualmente su incompetencia como hombres, no sólo moralmente, sino también intelectualmente».
En esa ocasión, cuando estaba en Kaifem, encontré otro de esos jóvenes ateos. Me acerqué a él y, dándole un golpecito en la espalda, le dije: «¡Hoy vi a Dios!». Él me miró con curiosidad y exigió una explicación. Respondí: «¡Usted es Dios! Si sabe que Dios no existe, entonces usted mismo debe ser Dios». Él me pidió una explicación. Yo le dije: «Ya que está convencido de que Dios no existe, usted debe haber viajado por toda la tierra. Si Dios no está en Shangai, él puede estar en Nankin. Usted debe haber estado en ambos lugares. Pero eso no es todo. Debe haber estado en Tientsin y en Pekín. Aún así usted no puede obtener esa conclusión estando simplemente en China. Usted debe haber viajado por todo el mundo. Nunca se sabe si Dios está escondido en el Polo Norte o el Polo sur, o en alguna floresta o en algún desierto. Así, usted también debe haber recorrido todas esas regiones. Y para que su conclusión sea correcta, usted debe haber viajado por el espacio, hasta la luna, el sol y las demás galaxias».
«Eso no es todo. Usted sabe que Dios no existe en Shangai hoy. Pero ¿y ayer? ¿Y el año pasado? ¿Y mil años atrás? Muy bien, usted entonces debe ser alguien eterno y que conoce todas las cosas del pasado y del futuro. Usted tiene que ser alguien que trasciende el tiempo y el espacio. Debe ser alguien omnipresente y omnipotente. ¿Quién más que usted podría ser el mismo Dios?».
Algunos inmediatamente darán un paso atrás diciendo: «No se puede jamás decir si Dios existe o no». Bien, si usted no puede arribar a una conclusión, pediré a algunos testigos que considero dignos de confianza que le presenten argumentos y le prueben la existencia de Dios.