LA SANGRE DE CRISTO
¿Cuál es la vida cristiana normal? Hacemos bien, al comienzo, en considerar cuidadosamente este tema. El objeto de estos estudios es demostrar que es algo muy diferente de la vida del cristiano común. Verdaderamente una consideración de la palabra de Dios -del Sermón del Monte, por ejemplo- debería conducimos a preguntar si tal vida ha sido alguna vez vivida sobre la tierra, salvo Únicamente por el Hijo de Dios mismo. Pero en esta Última frase está precisamente la contestación a nuestra pregunta.
El apóstol Pablo nos da su definición de la vida cristiana normal en Gálatas 2:20: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. He aquí su resumen de la vida cristiana: Ya no vivo más, sino Cristo vive su vida en mí. Solamente una respuesta tiene Dios para cada problema humano: su Hijo Cristo. En todo su proceder con nosotros, Él obra desplazándonos a nosotros y colocando a Cristo en nuestro lugar. El Hijo de Dios murió por nosotros para nuestro perdón. El vive por nosotros para nuestra liberación. Así que tenemos dos sustituciones: un Sustituto en la Cruz que asegura nuestro perdón, y un Sustituto en nosotros que asegura nuestra victoria.
Tomemos la carta a los Romanos como base al estudiar la vida cristiana normal, considerando nuestro tema desde el punto de vista experimental y práctico.
NUESTRO DOBLE PROBLEMA - PECADOS Y PECADO
Los primeros ocho capítulos de Romanos forman una unidad. En primer lugar será de ayuda destacar que ésta sección de Romanos se divide naturalmente en dos partes, y notar a la vez la sorprendente diferencia entre los temas de cada una de ellas. La primera termina en el verso 11 del capítulo 5 y la segunda en el fin del capítulo 8. La primera se dirige a los pecadores, y la segunda a los creyentes; y hay considerable diferencia entre las dos. Por ejemplo, en la primera sección se usa la palabra “pecados” repetidamente; en la segunda casi nunca. En]a primara sección tenemos “pecados” en el plural; en la segunda tenemos “pecado” en singular.
¿Por qué es esto? Porque en la primera sección es cuestión de los pecados que he cometido ante Dios, que se pueden enumerar, mientras en la segunda es asunto del pecado como principio de vida en mÍ. No importa cuántos pecados cometo, es siempre el mismo principio de pecado que conduce a ellos. Lo primero necesita perdón, lo último liberación. Aunque alcance perdón por todos mis pecados, todavía por causa de mi condición de pecador no gozo de constante paz del alma.
Cuando al comienzo la luz divina penetra en mi corazón, mi único clamor es por perdón, porque reconozco que he cometido pecados a su vista; pero, una vez recibido el perdón de pecados, descubro algo nuevo, a saber, el pecado, y me doy cuenta que no sólo he cometido pecados delante de Dios sino que hay algo mal en mí. Hay una inclinación interior hacia el pecar, un poder que me lleva al pecado. Cuando ese poder me vence, cometo pecados. Puedo buscar y recibir perdón, pero luego peco de nuevo. Y así sigue la vida en un círculo vicioso, pecando y siendo perdonado, y volviendo a pecar. Aprecio el perdón divino, pero ansío algo más que eso: ¡Liberación! Necesitamos perdón por lo que hemos hecho, pero también necesitamos liberación de lo que somos.
EL REMEDIO DOBLE DE DIOS - LA SANGRE Y LA CRUZ
Así en estos primeros ocho capítulos de Romanos se nos presentan dos aspectos de la Salvación - Perdón de pecados y Liberación de pecado. Ahora debemos notar otra diferencia.
En la primera parte (3:25 y .5:9) se menciona la Sangre del Señor Jesús pero nunca la Cruz. En la segunda parte, en el versículo 6 del capítulo 6, se introduce un nuevo tema: el ser “crucificado” con Cristo. La enseñanza de la primera parte se centraliza en aquel aspecto de la obra del Señor Jesús representado por “la Sangre” derramada para nuestra justificación por la “remisión de pecados”. Estos términos no se usan en la segunda sección, donde la enseñanza se centraliza ya en el aspecto de su obra representado por “la Cruz”, es decir, por nuestra unión con Cristo en su muerte, sepultura y resurrección.
¿Por qué esa distinción? Es que la Sangre trata con todo aquello que nosotros hemos hecho, mientras que la Cruz procede con lo que nosotros mismos somos. La Sangre es para expiación, y tiene que ver con nuestra posición ante Dios y nuestro sentido de pecado. La Sangre puede quitar, remitir mis pecados, pero queda el “viejo hombre”. Se necesita la Cruz para crucificarme a mí, el pecador. Tomado de “La vida cristiana normal”
W. Nee
¡Jesús es el Señor!