LAS COSAS DE LA CARNE
La carne tiene muchas salidas. Ya vimos que ante Dios, la carne es enemiga de El, y es imposible que ella le agrade. Sin embargo, si el Espíritu Santo no le revela esto al creyente o al pecador, no podrán saber cuán despreciable, cuán horrible y cuán contaminada es la carne a los ojos de Dios. Solamente cuando Dios por Su Espíritu, revela la verdadera condición de la carne, el hombre puede rechazarla de acuerdo con la perspectiva de Dios.
Por el lado del hombre, las manifestaciones de la carne son evidentes. Si no se justifica a sí mismo ni satisface “los deseos de su carne” (Ef. 2:3), seguramente verá cuán corruptas son las manifestaciones de la carne desde la perspectiva del hombre. En Gálatas 5:19-21 se enumeran los pecados de la carne para que no haya posibilidad de que alguien entienda mal: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, contiendas, celos, iras, disensiones, divisiones, sectas, envidias, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas”.
Al enumerar estos pecados, el apóstol dice: “Manifiestas son las obras de la carne”. Estas obras son evidentes a los que les interesa ver. Cualquiera que quiera saber si es de la carne o no, sólo debe preguntarse si practica alguna obra de la carne. El que es de la carne no necesita cometer todas las obras enumeradas en esta lista para ser reconocido como una persona de la carne. Si practica uno solo de estos pecados, eso es suficiente para determinar que él es de la carne, porque si la carne ya no tuviera autoridad, nada de eso se expresaría. La presencia de cualquier obra de la carne es evidencia de que ésta existe.
Los pecados mencionados pueden dividirse en cinco categorías: (1) pecados del cuerpo que son extremadamente corruptos, tales como la fornicación, la inmundicia y la lascivia; (2) pecados asociados con Satanás y comunicaciones sobrenaturales con él, tales como la idolatría y la hechicería; (3) pecados relacionados con el mal genio, como por ejemplo las enemistades, los pleitos, los celos y las explosiones de ira; (4) pecados relacionados con divisiones religiosas, tales como las disensiones, las divisiones, el sectarismo y la envidia; y (5) pecados relacionados con el libertinaje, tales como las borracheras y las orgías. Todos estos pecados pueden verse fácilmente, y cualquiera que practique alguno de ellos es de la carne.
Después de dividir estos pecados en cinco categorías, podemos ver que algunos de los pecados parecen menos viles, y otros más corruptos. Sin embargo, no importa cómo los vea el hombre, a los ojos de Dios todos ellos provienen de la misma raíz, a saber, la carne, independientemente de si ésta es corrupta o civilizada. Los creyentes que cometen los pecados más corruptos, se dan cuenta fácilmente de que ellos son de la carne. Es más difícil para los que pueden vencer esos pecados que son comparativamente más corruptos. Por lo general, ellos piensan que son mejores que los demás, y no admiten fácilmente que todavía son carnales. Piensan que si no cometen los pecados más viles, no andan según la carne y no se percatan de que la carne es carne, no importa cuán civilizada parezca. Aunque “enemistades ... disensiones, divisiones, sectas” puedan parecer más limpias en comparación con “fornicación, inmundicia, lascivia ... orgías”, todas ellas son fruto del mismo árbol. Ojalá que podamos orar con respecto a éstos tres versículos delante de Dios, para que el Señor abra nuestros ojos y podamos conocernos a nosotros mismos. Que nos humillemos por medio de tal oración. Que oremos hasta llorar y gemir por nuestros pecados, hasta que comprendamos que solamente hemos asumido el nombre de cristianos, o peor aún, el de cristianos espirituales, cuando en realidad nuestra vida sigue llena de las obras de la carne. Que podamos orar hasta ser reavivados en nuestros corazones y estemos dispuestos a abandonar todo lo que es de la carne, para que la gracia de Dios nos sea aplicada.
El primer paso en la obra del Espíritu Santo es dejar al creyente convicto de pecado (Jn. 16:
. A menos que el pecador esté consciente del pecado por medio del Espíritu Santo, no podrá ver la perversidad de sus pecados ni podrá refugiarse en la obediencia de Cristo para huir de la ira futura. Pero tal persona debe estar consciente del pecado una vez más; ya que como creyente debe estar convicto de pecado. Si no nos damos cuenta de lo horrible y lo perverso de la condición de nuestra carne, lo cual produce una profunda contrición, no llegaremos a ser hombres espirituales. Los pecados cometidos difieren de una persona a otra, pero todos somos igualmente carnales. Esta es la hora en que debemos humillarnos, postrarnos delante de Dios y permitir voluntariamente que el Espíritu Santo nos deje convictos de nuestros pecados una vez más.
Tomado de “El Hombre Espiritual” W. Nee.
¡Jesús es el Señor!