DÍA 20
Dulces para Dios
“…tenían… copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos.” Apocalipsis 5:8
Las oraciones que el Señor acepta no son las de los religiosos, las letanías de los sacerdotes, o las solemnes notas de un órgano; deben ser las oraciones de los Santos. En la vida, el carácter y el alma del creyente es donde yace la dulzura que complace al Señor. Sólo las oraciones de los santos son aceptadas por Dios. ¿Y quiénes son los santos? Son los que el Señor ha santificado por el poder de su Espíritu Santo, cuya naturaleza ha sido santificada, que han sido lavados en la preciosa sangre de Jesús y apartados por Él mismo; los que Dios llenó con su Espíritu Santo para que le adoren. Ellos lo aman, lo alaban, se postran ante Él con solemne reverencia y elevan sus almas en amorosa adoración.
Sus pensamientos, deseos, anhelos, confesiones, plegarias y alabanzas son dulces para Dios. Son música a Sus oídos, perfume para Su corazón, deleite para Su mente infinita y agradable para Su Espíritu Santo, porque “Dios es Espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en Espíritu y en verdad” (Juan 4:24). De ninguna otra manera puede ser adorado un Dios espiritual.
La fe debe ser uno de los componentes de la fragancia de la oración.
Lo que es dulce para Dios en la oración no son las palabras utilizadas, aunque deben ser apropiadas; pero la dulzura no radica en algo perceptible a los sentidos externos, sino en las cualidades secretas que son comparables a la esencia y aromas de las fragantes especias. Hay en el incienso una esencia sutil y casi espiritual que la acción de los carbones encendidos hace que se esparza por todo el ámbito hasta que todos aspiran su fragancia. Y así ocurre con la oración. Nuestras oraciones podrán ser muy hermosas en apariencia, y pueden lucir como expresión de piedad, pero a menos que haya en ellas una fuerza espiritual secreta, son completamente vanas; la fe debe ser uno de los componentes de la fragancia de la oración. Cuando escucho a una persona orando no puedo decir si tiene fe o no, pero Dios si percibe la fe o la ausencia de ella, y recibe o rechaza la oración según sea el caso.
Nuestro Dios y Padre, Tú conoces las profundidades de mi alma. Que mis oraciones te sean agradables. Amén. Ch. Spurgeon.
¡Jesus es el Señor!