DÍA 21
Padre Nuestro que estás en el cielo
“….Padre nuestro que estás en el cielo….” Mateo 6:9
¿Qué es ese espíritu infantil, ese dulce espíritu del niño que lo hace reconocer y amar a su padre? Yo no puedo decírselo a menos de que usted sea niño; entonces sí sabrá la respuesta. ¿Y qué es el Espíritu de adopción por el cual clamamos: Abba, Padre”? (Romanos 8:15 RVR) Yo no le puedo decir, pero si usted lo ha sentido, sabrá de qué estoy hablando. Es un dulce componente de la fe que sabe que Dios es mi Padre, es amor que lo reconoce como mi Padre, gozo que se regocija en Él como mi Padre; temor que tiembla ante la idea de desobedecerle porque Él es mi Padre, y confiado afecto y confianza que depende y confía plenamente en Él porque sabe por el infalible testimonio del Espíritu Santo que el Señor de la tierra y el cielo es el Padre de mi corazón. ¿Ha sentido alguna vez el Espíritu de adopción? No hay nada como Él, bajo el cielo. Aparte del cielo, no hay nada más bienaventurado que disfrutar el espíritu de adopción. Cuando el huracán de los problemas ruge y cuando se levantan las olas de la adversidad, y cuando el barco encalla en las rocas, cuan dulce es decir: “Mi Padre” y creer que en sus fuertes manos está el timón. Hay música en esta frase. Hay elocuencia. La esencia de la bienaventuranza del cielo está en esta expresión “Mi Padre” cuando la decimos con voz temblorosa por inspiración del Dios vivo.
Nuestras oraciones pueden ser como pedacitos, no podemos juntarlas, pero nuestro Padre nos escucha.
Y así nos presentamos delante de Él. Cuando yo hablo con mi Padre no tengo temor de ser malinterpretado; si me enredo en las palabras, Él entiende lo que quiero decir. Cuando somos niños pequeñitos, apenas si balbuceamos nuestras palabras, no obstante nuestro padre nos entiende. Nuestras oraciones pueden ser como fragmentos que no podemos juntar, pero nuestro Padre nos escucha. ¡Ah, que hermoso comienzo este “Padre nuestro” para una oración llena de faltas, una oración tal vez tonta, una oración en la que pediremos lo que no debemos pedir! Pero el Señor lee su contenido y los deseos de nuestro corazón. Acerquémonos a su trono como los niños se acercan a su padre, y declaremos nuestras necesidades y aflicciones en el lenguaje que el Espíritu Santo nos enseñe.
Espíritu Santo, ¿Cómo es posible ser amados de tal manera por nuestro Padre Celestial? Yo me regocijo en ser hijo de Dios. Amén. Ch. Spurgeon
¡Jesus es el Señor!