DÍA 8
Hágase tu Voluntad
“Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.” Mateo 6:10
Dios conoce lo que contribuye mejor a sus designios de misericordia. Él ordena todas las cosas según el consejo de su voluntad y ese consejo jamás se equivoca. Aceptemos en adoración que así sea y no deseemos que su sabia voluntad sea modificada. Esa voluntad puede ser costosa para nosotros, pero Dios no obliga nuestras voluntades. Que nuestras mentes sean totalmente obedientes a la voluntad divina. La voluntad de Dios quizá nos traiga privación, enfermedad y pérdida, pero aprendamos a decir: “Él es el Señor; que haga lo que mejor le parezca” (1 Samuel 3:18). No solo debemos someternos a la voluntad divina, sino estar de acuerdo con ella hasta el punto de regocijarnos en las tribulaciones que ella pueda deparar. Este es un gran logro pero somos nosotros quienes determinamos alcanzarlo. Quien nos 0enseñó a orar sometiendo nuestra voluntad practicó este principio sin ninguna restricción. Cuando el sudor como sangre bañaba su rostro y todas las posibles angustias y los temores humanos lo agobiaban, no cuestionó el decreto del Padre, por el contrario, bajo su cabeza y clamó: “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Lucas 22:42).
Si la oración no hubiera sido dictada por el mismo Señor Jesús, la consideraríamos demasiado atrevida. ¿Podría ser que esta tierra, una mera gota comparativamente tan pequeña, pueda tocar el gran mar de la vida y de la luz y no perderse en él? ¿Puede convertirse en el cielo y seguir siendo la tierra? En esta tierra sujeta a vanidad, manchada por el pecado, surcada por la aflicción…. ¿Puede la santidad habitar en ella como si fuera el cielo? Nuestro divino instructor no nos pediría que oráramos por imposibilidades. Él pone en nuestra boca tales peticiones porque pueden ser oídas y respondidas. Esta oración de sumisión y sometimiento sigue siendo una gran oración matizada con lo infinito. ¿Puede la tierra estar en sintonía con las armonías celestiales? Puede y debe estarlo porque el que nos enseñó esta oración no estaba haciendo burla de nosotros con palabras vanas. Esta es una oración valiente que solo una fe proveniente del cielo puede expresar. No es la semilla de la presunción, porque la presunción no anhela que la voluntad del Señor se realice de manera perfecta.
Allá arriba no se juega con las cosas sagradas; los habitantes del cielo “ejecutan la voluntad de Dios obedeciendo a la voz de sus preceptos” (Salmo 103:20). Que aquí abajo no solamente se predique y se cante acerca de la voluntad divina, sino que “se haga…. En la tierra…como en el cielo.”
Padre Celestial, cualquiera que sea el costo de tu voluntad para mí en el día de hoy, es muchísimo menos de lo que le costó a tu Hijo, mi Señor Jesús. Tu voluntad sea hecha en mi vida. Amén.
¡Jesus es el Señor!