La Importancia de Juzgarse a Sí Mismo
Pocas cosas revelan tan bien el temor y la incertidumbre entre los hombres como su renuencia a mirar dentro de sí mismos, no solo por los demás, sino aun por sus propios ojos.
Casi todos los hombres viven de la infancia a la muerte detrás de una cortina opaca, emergiendo de ella solo después de algún fuerte choque emocional, para retirarse enseguida otra vez a su ocultamiento. El resultado de esta larga simulación es que la gente rara vez conoce a sus prójimos como realmente son y peor que eso, el camuflaje es tan perfecto, que a veces ni se conocen a ellos mismos.
El conocimiento propio es tan importante en nuestra búsqueda de Dios y Su Justicia, que estamos bajo la seria obligación, cualquiera sea el esfuerzo, de remover todo disfraz y conocernos como somos. Es una verdadera tragedia en la religión que cada uno tenga un concepto tan elevado de sí mismo cuando la verdad está precisamente en el otro extremo. La admiración propia que cada uno siente por sí, bloquea cualquier posible esfuerzo para poner remedio a nuestra situación. Solo el hombre que sabe que está enfermo irá al médico.
Nuestro verdadero estado moral y espiritual solo puede ser descubierto por la Palabra de Dios y el Espíritu Santo. El juez final de todo corazón es Dios. Hay un sentido en el cual no debemos juzgarnos unos a otros (Mateo 7:1-5), y ni aun juzgarnos a nosotros mismos (1 Corintios 4:3). El juicio definitivo pertenece a Uno cuyos ojos son como llama de fuego, y cuya mirada penetra los pensamientos e intenciones del corazón Yo soy uno que con gusto deja la palabra final con El.
Sin embargo, hay lugar todavía para hacer un juicio propio y una real necesidad de hacerlo (1 Corintios 11:31; 32). Aunque el conocimiento que obtengamos de nosotros mismos será necesariamente incompleto, con todo hay buena razón para que trabajemos junto con el Espíritu Santo en su benigno esfuerzo de localizar nuestro malestar para que hagamos los debidos ajustes conforme a las circunstancias. Que Dios nos conoce del revés y el derecho es enteramente cierto (Salmo 139:1-6). Resta que nosotros aprendamos a conocernos igualmente. Por esta razón ofrezco algunas reglas para el conocimiento propio. Y si los resultados obtenidos no son lo que nosotros deseamos, por lo menos serán mejor que nada. Nosotros podemos ser conocidos por lo siguiente:
1. Por aquello que deseamos más. Es cosa de quedarnos quietos, recoger nuestros pensamientos, esperar que la más pequeña excitación dentro de nosotros se calme, y entonces esperar el débil llamado del deseo. Pregunte entonces a su corazón, ¿Qué es lo que más deseas en este mundo? Rechace toda respuesta convencional. Insista en la verdadera, y cuando haya obtenido esta respuesta, entonces usted sabrá qué clase de persona es.
2. Por aquello en lo cual pensamos más. Las necesidades de la vida nos compelen a pensar en muchas cosas, pero la prueba verdadera es aquello en lo cual pensamos voluntariamente. Entonces es casi seguro que nuestros pensamientos se apiñan en aquello que para nuestro corazón es nuestro especial tesoro, y' cualquiera sea ese tesoro, revelará quiénes somos. "Porque donde estuviere vuestro tesoro, alli estará vuestro corazón".
3. Por la forma como usamos nuestro dinero. Otra vez debemos olvidar todas aquellas obligaciones en las cuales no somos verdaderamente libres. Debemos pagar impuestos, y proveer para las necesidades de la vida para nosotros y para nuestra familia, si la tenemos. Esto es rutina meramente, y dice poco acerca de nosotros mismos. Pero lo que hacemos con el dinero que sobra cuando tenemos perfecta libertad de gastarlo, eso si revela bastante. Vale la pena ver.
4. Por la forma como empleamos nuestro tiempo libre. Gran parte de nuestro tiempo pertenece a las obligaciones de la vida civilizada, pero con todo, algo de tiempo libre nos queda. Lo que hacemos con él es vital. La mayoría de la gente gasta el tiempo libre escuchando radio, mirando televisión, leyendo periódicos o charlando con otros. Lo que yo hago con el tiempo libre que tengo revela la clase de hombre que soy.
5. Por las compañías que nos agradan más. Hay una ley de atracción moral que lleva a todo hombre a la sociedad más parecida a si mismo. "Cada uno se fue con su compañero",-dice la Biblia. Donde yo voy, cuando tengo plena libertad de ir donde quiero, es una casi infalible muestra de nuestro carácter.
6. Por aquellos a quienes admiramos, y por qué los admiramos. Tengo una grave sospecha de que la mayoría de los cristianos evangélicos, si bien se mantienen dentro de una línea, debido a la presión de los grupos de opinión, siente una secreta, y cuasi ilimitada, admiración por el mundo. Podemos aprender cual es el estado de nuestra mente examinando nuestras secretas admiraciones. Israel admiró a menudo, y aun envidió a las naciones paganas vecinas, y por eso olvidó la adopción, y la gloria y el pacto y la ley y las promesas y los padres. En vez de culpar a Israel, examinémonos a nosotros mismos.
7. Por aquello de lo cual reímos. Nadie que tenga gran consideración por la sabiduría de Dios dirá que hay pecado en la buena risa, dado que el humor es un componente legítimo de nuestra compleja personalidad. La falta de buen humor es una enfermedad del alma.
Pero la prueba que estamos haciendo no es si reímos o no, sino de qué cosas nos reímos. Algunas cosas caen fuera del campo del puro y sano humor. Ningún cristiano reverente, por ejemplo, halla motivos de risa en la muerte, el nacimiento o en el amor. Ningún hombre lleno del Espíritu Santo hará burla de la Biblia, o de la iglesia que Cristo compró con Su sangre, o de la oración o del dolor y pena ajenos. Y seguramente ningún hombre que ha llegado algún breve momento a .la presencia de Dios podrá hallar chiste en una historia despectiva de la deidad.
Estas son algunas pocas pruebas. El cristiano sabio hallará muchas más.
A.W. Tozer
¡Jesus es el Señor!