EL PRIMER PASO: “SABIENDO ESTO... “
Algunos de vosotros, en época de incredulidad, habréis tratado de salvaros. Leíais la Biblia, orabais, asistíais a cultos, contribuíais en las ofrendas. Luego vino el día cuando se os abrieron los ojos y visteis que una plena salvación ya había sido provista en la Cruz. Aceptasteis sencillamente aquella, agradecisteis al Señor, y la paz y el gozo fluyeron al corazón. Ahora bien, la salvación y la santificación operan sobre la misma base. Se recibe la liberación en la misma manera como en el caso del perdón de pecados. Posiblemente se ha tratado de ejercer control sobre uno mismo, y reformarse, y eso durante años, pero todo en vano. Cuando se ve la verdad, se dejará de hacer cosa alguna. La revelación detiene todo esfuerzo humano. En su carta a los Romanos dijo Pablo: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él” (Ro. 6:6). “¿Sabéis esto?” Todo el asunto de la liberación comienza con el saber. Sin ese saber no se puede tener liberación.
La vida cristiana normal debe comenzar con un “saber” muy definido; no meramente saber algo de la verdad, no meramente entender alguna doctrina, no un mero conocimiento intelectual, sino un despertar del corazón para ver lo que tenemos en Cristo. Cuando se ha visto, entonces se sabe sin posibilidad de duda.
Romanos, capítulo 6, versículos 1 al 11, demuestra que la muerte del Señor Jesús es inc1usiva, pues en su muerte todos morimos. Ninguno puede progresar espiritualmente sin entender esto. Si no le hemos visto llevando nuestros pecados en la Cruz no poseemos la justificación: y si no le hemos visto llevándonos en la Cruz carecemos de la santificación. No sólo han sido puestos nuestros pecados sobre Él, sino que nosotros mismos hemos sido puestos en Él.
¿Cómo obtuviste tú el perdón? Te diste cuenta que el Señor Jesús murió y llevó tus pecados en Él mismo, que su Sangre fue derramada para quitar tu contaminación. Cuando viste tus pecados todos quitados en la Cruz, ¿qué hiciste? ¿Oraste? ¿Dijiste: “Señor Jesús, ven y muere por mis pecados”? No, no oraste eso, sino que le agradeciste. No le rogaste que venga y muera por ti, sino que le agradeciste porque ya había muerto en tu lugar. Ahora bien, lo que es cierto de tu perdón, lo es también de tu liberación. La obra está terminada; por consiguiente, no hay necesidad de orar, pero, sí, de alabar. Dios nos ha puesto, a todos, en Cristo, de modo que cuando Cristo fue crucificado, lo fuimos nosotros también. Es cosa terminada. Así que no hay necesidad de rogar: “Soy una persona mala; Señor, haz el favor de crucificarme”. Es todo una equivocación. No oraste acerca de tus pecados; entonces, pues, ¿por qué orar acerca de ti mismo? Tus pecados fueron expiados por su Sangre; y por su Cruz, fue deshecha tu naturaleza pecaminosa. Es cosa terminada. Todo lo que falta hacer es alabar al Señor. Cuando Cristo murió, moriste tú; moriste en Él. Alábale por esto y vive en la luz de esta verdad. “Entonces creyeron a sus palabras, y cantaron su alabanza” (Sal. 106: 12).
¿Confías tú en la muerte del Señor? Naturalmente que sí. Bien, la misma Escritura que dice que murió por nosotros, explica que morimos con Él. Primero dice “Cristo murió por nosotros” (Ro.5:
, y luego “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él” (Ro. 6: 6 ). Yo confío en la muerte del Señor Jesús, y confío en mi propia muerte tan positivamente como confío en la de Él.
¿Por qué crees que murió el Señor Jesús? ¿Porque lo sientes? No, nunca lo has sentido. Crees que murió porque Dios declara que cs verdad. ¿Cómo sabes que fueron crucificados los ladrones? Porque así lo dice la Palabra de Dios. Tú crees en la muerte del Señor y tú crees en la muerte de los ladrones: ahora ¿qué de tu muerte? ¿Has muerto tú? ¿Cómo podrás saber esto? Lo podrás saber por la sencilla razón de que Dios lo ha dicho. Si sientes que Cristo ha muerto, murió; y si no lo sientes, igualmente murió. Si sientes que tú has muerto, entonces moriste, y si no lo sientes, igual moriste. Estos son hechos divinos. Que Cristo ha muerto es un hecho, que los ladrones han muerto también es hecho verídico, como también que tú moriste. Permíteme informarte que tú has muerto. ¡Se ha acabado del todo contigo! ¡Estás excluido! Ese 'yo' tuyo que odias, está en Cristo, sobre la Cruz. Y “el que ha muerto al pecado, libertado está del pecado” (Ro. 6:7. V. M.). Esto es el Evangelio para los creyentes.
Continua: “LA NECESIDAD DE ESTA REVELACION DIVINA”
Tomado de “La vida cristiana normal” de W. Nee
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