EL QUEBRANTAMIENTO Y LA DISCIPLINA
LA CONSAGRACION Y LA DISCIPLINA
Es indispensable una absoluta consagración al Señor para que el hombre exterior sea quebrantado. La consagración por sí sola no resuelve todos los problemas; solamente expresa nuestra disposición a rendir nuestra vida incondicionalmente a Dios. La consagración constituye sólo el comienzo de nuestra jornada y es el primer paso que damos en un momento de decisión, cuando tomamos la firme determinación de entregarnos sin reservas al Señor. No significa que con ella Dios concluya Su obra en nosotros; más bien, la inicia. Tampoco es una garantía de que Dios nos usará grandemente, porque después de ella, todavía tenemos por delante una larga jornada de disciplina de parte del Espíritu Santo. Es crucial que esta disciplina se añada a nuestra consagración, porque en gran parte depende de ello que seamos vasos útiles al Señor. Por lo tanto, debemos cooperar consagrándonos, pues si no lo hacemos, le sería difícil al Espíritu Santo aplicar Su disciplina.
Hay una gran diferencia entre la consagración y la disciplina del Espíritu Santo. Cuando consagramos nuestro ser al Señor, lo hacemos de acuerdo con la escasa luz que recibimos; pero cuando el Espíritu Santo nos disciplina, lo hace según Su propia luz, la cual nos imparte abundantemente. Al consagrarnos, lo hacemos basándonos en nuestra escasa visión espiritual, y ésa es la razón por la cual no alcanzamos a comprender cabalmente lo que nuestra consagración implica. La luz que recibimos es tan limitada que cuando creemos estar en la cumbre de la consagración y bajo la luz más gloriosa, a los ojos de Dios todavía estamos en tinieblas. Es por eso que lo que consagramos a Dios según nuestra luz, jamás satisface Sus requisitos ni complace Su corazón. Pero la disciplina del Espíritu Santo es totalmente diferente; nos calibra bajo la luz divina, según lo que Dios ve, no según lo que nosotros percibimos. El sabe exactamente lo que necesitamos y por medio de Su Espíritu prepara las circunstancias precisas para producir el quebrantamiento de nuestro hombre exterior. Por lo tanto, podemos decir que la obra disciplinaria del Espíritu Santo trasciende enormemente nuestra consagración.
La obra del Espíritu Santo se basa en la luz de Dios y se determina por Su perspectiva. Por eso decimos que es mucho más profunda y completa que nuestra consagración. Muchas veces nos sorprendemos ante las situaciones que se nos presentan y reaccionamos equivocadamente. Por lo general, lo que creemos más conveniente no es lo mejor a los ojos de Dios. Desde nuestra perspectiva sólo alcanzamos a ver una pequeña parte del panorama completo. Sin embargo, el Espíritu Santo prepara las situaciones que nos rodean, en conformidad con la luz de Dios. La disciplina del Espíritu Santo va mucho más allá de lo que nuestro intelecto puede comprender. En ocasiones hay golpes que nos toman por sorpresa, y no nos sentimos preparados para recibirlos; nos parece que son muy severos y repentinos para nuestra condición. Gran parte del quebrantamiento del Espíritu Santo nos llega sin previo aviso y, por ende, en ocasiones, podemos ser sacudidos por un golpe inesperado. Tal vez creamos estar bajo la iluminación de la luz divina, pero para Dios aquello es sólo una luz tenue y vacilante, y en ocasiones, ni siquiera eso. Aunque creemos conocer a fondo nuestra condición, no es así; es por eso que el Espíritu Santo nos disciplina en conformidad con la luz divina. Desde el momento en que fuimos salvos, Dios ha venido planeando y ordenando todas nuestras situaciones con el fin de traernos el mayor beneficio, pues sólo El sabe lo que verdaderamente somos y lo que necesitamos.
La obra del Espíritu Santo en nosotros tiene un aspecto positivo y uno negativo. El primero edifica, y el segundo derriba. El Espíritu Santo mora en nosotros desde que fuimos regenerados; pese a ello nuestro hombre exterior lo restringe. Esto es semejante a un hombre que calza zapatos nuevos; los siente tan duros y apretados que le es difícil caminar con ellos. El hombre exterior le ocasiona tantas dificultades al hombre interior que éste no puede controlarlo. Es por eso que Dios ha venido quebrantando nuestro hombre exterior desde el mismo día en que fuimos salvos, y lo hace de acuerdo con Su sabiduría, no según lo que nosotros pensamos que necesitamos o que nos conviene. El siempre descubre nuestra tenacidad y todo lo que no esté sometido al hombre interior, y precisamente ahí descarga Su disciplina con toda sabiduría.
La estrategia del Espíritu Santo al enfrentar al hombre exterior, no es fortalecer al hombre interior ni proporcionarle gracia para que éste lo enfrente. No quiero decir con esto que el hombre interior no necesite ser fortalecido, sino que la estrategia de Dios es diferente. Esta consiste en minar la fuerza del hombre exterior por medio de las situaciones externas. Al hombre interior le es difícil enfrentar y someter al hombre exterior, pues éstos tienen naturalezas diferentes. La naturaleza del hombre exterior corresponde a la del mundo exterior, y es por eso que todo lo externo lo afecta, lo oprime, lo golpea y puede derrotarlo fácilmente. Así que, Dios se vale de las situaciones externas para quebrantarlo.
En Mateo 10:29 dice: “¿No se venden dos pajarillos por un asarion?” Y en Lucas 12:6 leemos: “¿No se venden cinco pajarillos por dos asariones?” Con un asarion se compraban dos pajarillos, y con dos asariones, cinco. Esta es una ganga. El quinto pajarillo lo daban gratis. Con todo, “ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre” (Mt. 10:29). Además, la Escritura dice: “Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados” (Mt. 10:30). Esto nos muestra que todo lo que le sucede al creyente ha sido dispuesto por Dios. Nada nos sucede por simple casualidad. Dios desea que nos demos cuenta que todo está bajo Su providencia.
Dios dispone todas las circunstancias conforme a lo que El sabe que necesitamos. El sabe qué es lo mejor para nuestro hombre interior, y cuál es la mejor manera de quebrantar y deshacer nuestro hombre exterior. El sabe perfectamente cuáles circunstancias quebrantan al hombre exterior; y por consiguiente hace que eso mismo nos sobrevenga una vez, dos veces o las que sean necesarias. Tenemos que entender que todo lo que nos ha acontecido durante los últimos cinco o diez años, fue ordenado por Dios con el fin de instruirnos. Si murmuramos contra otros o pensamos que lo que nos acontece es una mala racha o mala suerte, no tenemos idea de lo que es la disciplina del Espíritu Santo. Recordemos que todo lo que nos sucede ha sido calculado por Dios y redunda en nuestro bien. Tal vez no sea de nuestro agrado, pero Dios sabe que aquello es lo mejor que nos puede pasar. Basta pensar un poco en las aflicciones que podríamos haber sufrido si Dios no nos hubiera golpeado y si no nos hubiese puesto en las circunstancias en las que nos puso. Son éstas las que nos han mantenido puros y en el camino del Señor. Pero muchas personas no se someten a la disciplina del Espíritu Santo, pues neciamente murmuran y se resienten en su corazón. No olvidemos que todo lo que nos acontece ha sido medido por el Espíritu Santo, quien sólo busca nuestro bien y lo mejor para nosotros.
Cuando un hombre es salvo, el Espíritu Santo empieza inmediatamente a trabajar en él. Al principio, el Espíritu no encuentra plena libertad para obrar, hasta que llega el día en que el nuevo creyente es motivado a consagrarse al Señor. Quisiera recalcar el hecho de que desde el mismo día en que uno es regenerado, el Espíritu Santo comienza Su obra disciplinaria en uno, pero sólo cuando uno se consagra plenamente le da completa libertad para que aplique Su disciplina. Por lo general, después de que uno es salvo y antes de consagrarse, transcurre un tiempo en el que uno todavía se ama más a sí mismo que al Señor y por eso se resiste a cederle absoluto control de su vida. No podemos decir que durante ese lapso el Espíritu Santo no aplique ninguna disciplina, pero sí que Su esfuerzo se concentra en disponer las circunstancias para atraernos más a Dios y quebrantar nuestro hombre exterior. Finalmente, el creyente es iluminado por Dios y decide consagrarse al Señor, pues entiende que no debe seguir viviendo para sí mismo. Y aunque tal vez la luz que percibe sea débil, es suficiente para acudir a Dios y decirle: “Me consagro a Ti. No importa si me espera la muerte o la vida, te rindo todo mi ser”. Desde ese momento el Espíritu Santo recibe plena libertad para actuar, e intensifica Su tratamiento en él. Por eso es tan importante consagrarse. Es muy probable que después de consagrarnos nos sobrevengan diversas pruebas, pues ya nos hemos entregado incondicionalmente al Señor. Ya le hemos dicho al Señor: “Señor, haz en mí lo que mejor te parezca”. Puesto que nos hemos consagrado de este modo, el Espíritu Santo puede moverse en nosotros sin hallar resistencia de nuestra parte. Por consiguiente, independientemente del grado de nuestra consagración, debemos prestar especial atención a la obra disciplinaria del Espíritu Santo.
Ningún verdadero siervo del Señor debe permitir que sus pensamientos y emociones actúen independientemente. Cuando su hombre interior requiera liberación, el hombre exterior deberá proporcionarle un canal por el cual el espíritu pueda salir y llegar a otros. Si no hemos aprendido esta lección, nuestra efectividad en la obra del Señor será muy limitada.
“Señor, por el bien de la iglesia, por el avance del evangelio, para que Tu tengas libertad de actuar y para que yo mismo pueda avanzar espiritualmente, me entrego a Ti total e incondicionalmente. Señor, con gusto y humildemente me pongo en Tus manos. Estoy dispuesto a que te expreses libremente por medio de mí”.
Watchman Nee
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