LA ILUMINACION DE DIOS PONE FIN A LO NATURAL
2 Corintios 4:6: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”.
Hebreos 12:11: “Es verdad que ninguna DISCIPLINA al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”
Otro aspecto de la obra del Espíritu Santo es la iluminación. El Espíritu utiliza dos medios distintos para actuar en el hombre exterior: la disciplina y la iluminación. Algunas veces el Señor usa ambos medios simultáneamente, y otras, los usa en forma alterna. En ocasiones, el Espíritu Santo se vale de las circunstancias para disciplinarnos y golpear nuestro lado más fuerte; y en otras, nos infunde un suministro abundante de gracia, iluminándonos de una forma especial. Debemos entender claramente que nuestra carne sólo puede refugiarse en las tinieblas; pero cuando éstas se desvanecen, no tiene más donde ocultarse. Muchas de nuestras acciones carnales prevalecen porque nunca hemos descubierto que pertenecen a la carne, pero tan pronto brilla la luz, detectamos que son producto de la carne, y tememos seguir actuando de la misma manera.
La luz prevalece cuando hay abundancia en la iglesia, se predica la Palabra de Dios, se tiene un ministerio sólido y la profecía se practica frecuentemente. Una vez que la luz de Dios brilla, entendemos lo que es el orgullo. Tal vez anteriormente nos referíamos al orgullo jactanciosamente sin entenderlo cabalmente, pero cuando vemos el orgullo a la luz de Dios, tenemos que exclamar: “¡Ahora veo cuán maligno y sucio es el orgullo!” El orgullo que vemos bajo la luz reveladora es completamente diferente a la noción tan superficial que teníamos de él anteriormente, el cual no nos parecía tan abominable e inmundo. Pero cuando nos ubicamos bajo la luz divina, lo vemos tal cual es. La luz nos expone a tal grado que entendemos que nuestra verdadera condición es muchísimo peor de lo que habíamos imaginado y expresado. En tales circunstancias, nuestro orgullo, nuestro yo y nuestra carne se marchitarán y se secarán para nunca más renacer.
Lo maravilloso de esto es que todo lo que esta luz pone de manifiesto, lo elimina. La iluminación y la depuración no ocurren en momentos distantes. No recibimos primero la iluminación de nuestros defectos, y después de años éstos llegan a su fin; ése no es el proceso, sino que cuando vemos nuestros defectos bajo la luz de Dios, éstos llegan inmediatamente a su fin; son eliminados al instante. La luz los extermina, lo cual es maravilloso en la experiencia de todo creyente. En el momento en que somos iluminados por el Espíritu Santo, nuestras deficiencias son eliminadas. Por lo tanto, la revelación comprende tanto la iluminación como la exterminación. Por medio de la iluminación todo lo carnal se marchita. La revelación es la manera en que Dios opera; de hecho, la revelación consiste en que Dios opere. Cuando la luz de Dios nos ilumina, logramos ver, y cuando vemos, todo lo natural llega a su fin. Cuando la intensa luz de Dios deja a la vista todo lo natural, lo sucio y maligno de nuestro yo, todo ello llega a su fin.
La mayor experiencia que puede tener el creyente es la exterminación de todo lo natural por medio de la iluminación divina. Cuando Pablo fue confrontado por el resplandor de Dios, no se detuvo para dirigirse a la orilla del camino y ahí arrodillarse a orar, sino que en el mismo instante en que fue iluminado, cayó en tierra. Antes de este encuentro con la luz de Dios, él hacía planes y estaba muy confiado. Pero cuando fue iluminado, su primera reacción fue caer en tierra. Desde entonces se sintió ignorante e incapaz, pues la luz lo había doblegado. Debemos notar que estas dos experiencias se llevan a cabo al mismo tiempo, no en ocasiones separadas. No suceden de la manera que nos imaginamos. Dios no brilla primero sobre nosotros haciéndonos entender, y posteriormente realiza en nosotros la verdad que nos mostró. No nos hace ver primero nuestras deficiencias para corregirlas más adelante. No, Dios no actúa así. El nos muestra cuán malignos, sucios y viles somos. Al recibir esta luz, declaramos: “¡Oh, cuán inmundo y maligno soy!” Nos estremecemos por nuestra condición, caemos al suelo, nos marchitamos y no somos capaces de levantarnos otra vez. Después de que el hombre orgulloso es iluminado, no puede mantener su orgullo, aunque se lo propusiera. Una vez que vemos nuestra verdadera condición bajo la luz de Dios, y lo que en realidad es el orgullo, esa impresión no nos dejará nunca. Un sentimiento de ineptitud y vergüenza permanecerá en nosotros y no nos dejará exaltarnos de nuevo.
Cuando Dios nos ilumina, nuestra fe es fortalecida y nos postramos ante El, mas no para hacer peticiones. Muchos son los hermanos que importunan a Dios con peticiones y ruegos mientras El les habla. Esto les impide recibir luz del Señor. Dios, al realizar Su obra, sigue el mismo principio que usó cuando nos salvó. En el momento en que fuimos alumbrados y recibimos salvación, no hicimos más que caer sobre nuestras rodillas y orar: “Señor, te acepto como mi Salvador”. Como resultado recibimos salvación inmediatamente. Pero si una persona, después de escuchar el evangelio, repite por varios días esta oración: “Señor, te ruego que seas mi Salvador”, no sentirá que el Señor la salve. En consecuencia, cuando Dios nos ilumine, debemos postrarnos y decir: “Señor, acepto Tu disciplina; estoy de acuerdo con Tu juicio”. Si hacemos esto, Dios nos dará más luz, nos mostrará nuestra condición miserable, y el proceso se repetirá.
Siempre que la luz de Dios brilla sobre nosotros, cambia nuestra visión espiritual. Descubrimos que detrás de las obras que asegurábamos haber hecho en el nombre del Señor y por amor a El, había motivos impuros y bajos. Aunque pensábamos estar entregados incondicionalmente al Señor, descubrimos que sólo nuestros planes estaban centrados en nosotros mismos. Cuando descubrimos semejante egoísmo en nuestras vidas, no podemos hacer otra cosa que humillarnos ante Dios. Nuestro yo es muy escurridizo y procura ocultarse, pero su intención es usurpar la gloria de Dios. Su egoísmo lo hace creerse omnipotente. Pero tan pronto brilla la luz sobre nosotros, y recibimos la revelación de Dios, queda al descubierto lo que realmente somos. Anteriormente sólo Dios conocía nuestra condición, pero después de que Su luz brilla, nuestros ojos son alumbrados y podemos vernos a nosotros mismos. Esta luz penetrante descubre, tanto ante El como ante nosotros, todos los pensamientos e intenciones del corazón, y cuando esto sucede, no nos atrevemos ni a levantar nuestro rostro. Antes de ser expuestos estábamos ciegos a nuestra condición y éramos engañados fácilmente por nuestro egoísmo; pero cuando nos vemos a la luz de Dios, quedamos tan avergonzados que no encontramos dónde escondernos. Esto pasa cuando nos damos cuenta de la clase de personas que somos, pues aunque por mucho tiempo hicimos alarde de ser mejores que los demás, ahora no podemos siquiera describir lo impuro y maligno de nuestro egoísmo. Estábamos tan ciegos que nunca vimos nuestra verdadera condición. Cuanto más vemos nuestra vileza, más avergonzados nos sentimos. Sólo nos queda postrarnos arrepentidos ante el Señor y decir: “Señor, me arrepiento de mi egoísmo, aborrezco mi yo y reconozco que no tengo remedio”.
¡Aleluya! Ya que al arrepentirnos, al avergonzarnos, al aborrecernos y al humillarnos por haber sido iluminados, podemos ser librados de todo lo negativo que nos había oprimido por años. La salvación del hombre viene en un momento de iluminación de Dios. Vemos nuestro egoísmo y somos libres de él en el mismo momento. Esta iluminación no sólo nos salva, sino que también nos permite ver, para que seamos librados. ¡Cuánta falta nos hace la visión que nos proporciona esta luz! Pues sólo así desaparecerá el orgullo, cesarán las actividades carnales y será quebrantado el hombre exterior.
“El quebrantamiento del hombre exterior y la liberación del Espiritu. Pags. 96-99”
Ningún verdadero siervo del Señor debe permitir que sus pensamientos y emociones actúen independientemente. Cuando su hombre interior requiera liberación, el hombre exterior deberá proporcionarle un canal por el cual el espíritu pueda salir y llegar a otros. Si no hemos aprendido esta lección, nuestra efectividad en la obra del Señor será muy limitada.
“Señor, por el bien de la iglesia, por el avance del evangelio, para que Tu tengas libertad de actuar y para que yo mismo pueda avanzar espiritualmente, me entrego a Ti total e incondicionalmente. Señor, con gusto y humildemente me pongo en Tus manos. Estoy dispuesto a que te expreses libremente por medio de mí”.
Watchman Nee
¡Jesús es el Señor! - Jesus is Lord - Jesus ist der Herr - Yeshua adonai - Gesù è il Signore - Jésus est Seigneur - Ιησους ειναι ο Λορδος - Иисус – Господь - يسوع هو الرب - 耶稣是主 - 主イエスは - Jesus é o Senhor - Jesus är Herre
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