CRUCIFICADO A MI
(Gá. 6:14)
Separación del mundo y para Dios es el primer principio de la vida cristiana. Cuando Juan recibió su revelación de Cristo Jesús vio dos extremos irreconciliables, dos mundos tan distintos como lo es un polo del otro. Primero fue llevado en el Espíritu a un desierto para ver a Babilonia, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra (Ap. 17:3). Luego fue llevado en el mismo Espíritu a un monte grande y alto para ver a Jerusalén, la novia, la esposa del Cordero (21:10). El contraste es claro y no podría explicarse más nítidamente.
No importa si somos como Moisés o como Balaam, para poder tener el mismo punto de vista que Dios, debemos ser llevados como Juan a la cima de un monte. Muchos no pueden ver el eterno plan de Dios o si lo ven lo comprenden sólo como doctrina estéril, pues se conforman con permanecer en las llanuras. La mera comprensión jamás nos moverá, sólo la revelación lo hace. Desde el desierto podremos divisar algo de Babilonia pero necesitamos la revelación espiritual para ver la nueva Jerusalén de Dios. Una vez que la hayamos visto jamás volveremos a ser como antes. Como creyentes por tanto todo depende de ese abrir de ojos y, para experimentarlo, debemos estar preparados a dejar los niveles normales y a trepar.
La ramera Babilonia siempre se denomina "la gran ciudad" (16:19, etc.) con el énfasis sobre su logro de grandeza. La novia Jerusalén por contraste es "la santa ciudad" (21:2,10) enfatizándose su separación para Dios. Es "de Dios" y está dispuesta "para su marido". Por esta razón posee la gloria de Dios. Esto es algo que todos podemos experimentar. La santidad en nosotros es aquello que es de Dios, que está completamente separado para Cristo. Se basa en la regla que sólo lo que tiene su origen en el cielo retorna allí, pues ninguna otra cosa es santa. Si dejamos este principio de la santidad, al instante nos encontramos en Babilonia.
Por esta razón es el muro lo primero que menciona Juan en su descripción de la ciudad. Están las puertas que permiten los movimientos de Dios pero el muro se menciona con prioridad. Pues, repito, la separación es el primer principio de la vida cristiana. Si Dios quiere su ciudad con sus medidas y su gloria en "aquel día" entonces debemos construir ese muro en corazones humanos ahora. Esto significa en la práctica que debemos guardar y valorar todo lo que es de Dios y rechazar y rehusar todo aquello que es de Babilonia. Esto no implica una separación entre creyentes. No nos atrevemos a excluir a nuestros hermanos aun cuando no participamos en algunas de las cosas que ellos hacen. No, debemos amar y recibir a nuestros hermanos aunque seamos, en principio, inflexibles en nuestra separación del mundo. Nehemías en su época logró reconstruir el muro de Jerusalén pero sólo enfrentando con firmeza una gran oposición. Satanás odia la distinción y no puede tolerar que los hombres se separen para Dios. Nehemías y sus colegas se armaron pues y así equipados para la guerra colocaron piedra sobre piedra. Este es el precio de la santidad y debemos estar preparados a pagarlo.
Sin lugar a duda, debemos edificar. Edén era un jardín sin un muro artificial para mantener alejados a los enemigos, de modo que Satanás podía entrar. Dios quiso que Adán y Eva lo guardaran (Gn. 2:15), constituyéndose en una barrera moral para él. Hoy día, por medio de Cristo, Dios propone tener en el corazón de su pueblo redimido un Edén al cual, en triunfante realidad, Satanás no tendrá al fin acceso moral alguno. "No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero" (Ap. 21:27).
La mayoría de nosotros estaría de acuerdo en aseverar que al Apóstol Pablo le fue dada una revelación especial de la Iglesia de Dios. De un modo similar sentimos que Dios le dio a Juan una comprensión especial de la naturaleza del mundo. “Cosmos” es en verdad una palabra peculiar de Juan. Los otros Evangelios la utilizan sólo quince veces (Mateo nueve, Marcos y Lucas tres veces cada uno) mientras que Pablo la utiliza cuarenta y siete veces en sus ocho cartas. Pero Juan la usa ciento cinco veces en total; setenta y ocho en su Evangelio, veinticuatro en sus epístolas y tres más en el Apocalipsis.
En su primera Epístola Juan escribe: "Todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo" (2:16). En estas palabras, que reflejan claramente la tentación de Eva (Gn. 3:6), Juan define lo que es del inundo. Todo lo que puede ser incluido bajo concupiscencia o deseo primitivo, todo aquello que excita la ambición desmedida v todo aquello que despierta en nosotros el orgullo o el encanto de la vida, todas estas cosas forman" parte del sistema satánico. Quizá no sea necesario detenernos a considerar las dos primeras pero pensemos por un momento en la tercera. Todo lo que despierta orgullo en nosotros es del mundo. Distinción, riquezas, hazañas: el mundo aplaude estas cosas. Los hombres se enorgullecen justamente del éxito, pero Juan tilda a todo lo que produce esta sensación de éxito como "del mundo".
W. Nee
“No ameis el mundo”
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