LA UNCION DEL CUERPO
Lectura bíblica: 1 Jn. 2:27; Lc. 3:22; 4:18; Ef. 4:1-10; 30-32; Sal. 133
La Biblia nos muestra que la unción de Dios sólo se da a quien satisface totalmente el corazón de Dios, a saber: Su Hijo, Cristo. Si tal es el caso, ¿por qué, entonces, el Cuerpo recibe la unción? El salmo 133 nos dice que el buen óleo se vertió sobre la cabeza de Aarón y descendió por la barba hasta el borde de sus vestiduras. Cuando un hombre es ungido, el óleo se le derrama sobre la cabeza, no sobre todo el cuerpo. Pero al verterse el óleo, éste desciende y fluye por todo el cuerpo. Puesto que la Cabeza es Cristo, el Ungido, también el Cuerpo es Cristo. Cristo es el Ungido de Dios. La iglesia es Su Cuerpo. Cuando Cristo fue ungido, todo el Cuerpo fue ungido juntamente con El. Cristo es el gran Ungido, mientras que nosotros los miembros somos los pequeños ungidos. En todo caso, no somos ungidos aparte de El; fuimos ungidos en Su Cuerpo, es decir, en Cristo, cuando El fue ungido. Es imposible que seamos ungidos solos, porque la Biblia [hablando del aceite de la unción] dice: “Sobre carne de hombre no será derramado” (Ex. 30:32). De modo que somos ungidos en Cristo.
LA CONDICION PARA SER UNGIDOS ES QUE EL HOMBRE NATURAL SEA SEPULTADO
Lucas 3:22 nos dice lo que sucedió después de que el Señor fue bautizado en el río Jordán. “Y descendió el Espíritu Santo sobre El en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres Mi Hijo, el Amado; en Ti me he complacido”. Lucas 4:18 dice: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, por cuanto me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres”. En estos versículos vemos que el Señor fue ungido con el Espíritu Santo en el río Jordán cuando salió de las aguas del bautismo. Génesis 8 cuenta que después del diluvio, Noé abrió la ventana del arca y envió una paloma. Sin embargo, la paloma no encontró lugar dónde reposar porque toda la tierra estaba llena de agua; así que regresó al arca. (El paso del arca de Noé a través del diluvio tipifica el bautismo.) En el momento del bautismo de Cristo, el Espíritu descendió sobre El como una paloma. Esto indica que en el momento del bautismo, Cristo recibió la unción del Espíritu Santo. De la misma manera, cuando fuimos bautizados, también nosotros recibimos la unción del Espíritu.
El bautismo indica que todo lo que pertenece al viejo hombre natural queda sepultado. El hecho de que la unción venga después del bautismo, indica que para poder recibir la unción del Espíritu, nuestra carne primeramente debe ser sepultada. Sólo aquello que sea del Señor podrá levantarse después del bautismo, puesto que lo que pertenece a los creyentes sólo sirve para ser sepultado. Todo lo que puede salir del sepulcro tiene que salir en resurrección, y resucita porque contiene a Cristo. Cuando somos bautizados en Cristo, pasamos juntamente con El por la muerte, la sepultura y la resurrección. Por lo tanto, cuando El fue ungido, también nosotros fuimos ungidos. Fuimos crucificados, sepultados, resucitados y ungidos juntamente con El.
LA FUNCION DE LA UNCION
La unción tiene tanto valor porque la gracia puede fluir por medio de la unción desde la Cabeza y extenderse por todo el Cuerpo. La función de la unción es mantener la unidad entre la Cabeza y el Cuerpo, y entre todos los miembros. La unción es la operación del Espíritu Santo en el hombre. La relación entre el Espíritu Santo, Cristo y la iglesia, se puede comparar con el sistema nervioso del cuerpo humano. Los nervios dirigen y coordinan todos los miembros del cuerpo. La Cabeza se comunica con todos los miembros y coordina sus movimientos mediante los nervios, y por medio de éstos los miembros se relacionan mutuamente. Todos los miembros del cuerpo actúan según lo ordenen los nervios. Someterse a los nervios es someterse a la cabeza. De igual forma, en el Cuerpo espiritual, el Espíritu lleva a todos los miembros los pensamientos de la Cabeza. Como miembros del Cuerpo de Cristo, tenemos que rendirnos a la autoridad del Espíritu Santo. Cuando nos rendimos a la autoridad del Espíritu Santo, nos rendimos a la Cabeza. Cada vez que contristamos al Espíritu, entorpecemos nuestra relación con la Cabeza. Por lo tanto, al rendirnos al Espíritu nos asimos a la Cabeza.
¡Jesús es el Señor!