LA MUERTE ES NECESARIA
Cuanto más iluminación reciba el creyente de parte del Espíritu Santo, más claramente verá la lamentable condición de la carne y más intensificará su lucha contra ella, pero también más frecuentes y evidentes serán sus fracasos. En la derrota, el Espíritu Santo le revelará con mayor claridad el pecado y la debilidad de su carne, lo cual producirá en él un profundo sentir de reproche para consigo mismo y una intensa determinación de luchar contra el pecado de la carne. Esta reacción en cadena de sentirse miserable se puede extender bastante tiempo, y sólo será librado totalmente cuando comprenda las obras profundas de la cruz.
Es muy significativo y profundo que el Espíritu Santo guíe al creyente por dicha senda, por medio de derrotas y aflicciones. Antes de que la cruz pueda realizar su obra profunda, el hombre debe entrar en un proceso de preparación que le permita con el tiempo aceptar la obra de la cruz sin impedimento de ninguna clase. El propósito del Espíritu Santo al guiar al creyente por este camino es prepararlo para esto.
Por experiencia, puede verse que aunque Dios condena la carne como corrupta e incurable, el creyente mismo no piensa así. El tal vez esté consciente en su mente de que ése es el veredicto de Dios, pero carece de la percepción espiritual para reconocer que la carne es verdaderamente contaminada y corrupta. Puede asentir a lo que Dios dice, pero todavía no ha descubierto que la percepción de Dios nunca está equivocada. Debido a eso, el creyente procura constantemente enmendar su carne; ése es el hecho, aunque él no lo afirme abiertamente.
Dado que muchos creyentes no entienden el camino de la salvación, intentan vencer la carne peleando contra ella. Piensan que la victoria o la derrota se decide por la medida del esfuerzo que hagan. Por lo tanto, esperan con todo su corazón que Dios les dé más poder espiritual para vencer la carne. Esta batalla se extiende por un largo período. Sin embargo, siempre habrá más derrotas que victorias y ningún prospecto de un triunfo total sobre la carne.
Durante este tiempo, el creyente sigue, por un lado, peleando la batalla y, por otro, trata de enmendar y mejorar la carne o someterla y corregirla. El ora, lee la Biblia y establece una cantidad de reglas y preceptos con la esperanza de subyugar, cambiar y controlar la carne. Se fija normas, tales como no toques, no pruebes, no manejes, no gustes, e inconscientemente piensa que la corrupción de la carne se debe a la falta de preceptos, de ética y de educación, y que después de someterla a cierto adiestramiento espiritual, dejará de darle problemas. No sabe que para subyugar la concupiscencia de la carne, las normas y los preceptos son absolutamente inútiles (Col. 2:21-23).
Por un lado, el creyente trata aparentemente de erradicar la carne, pero al mismo tiempo procura mejorarla. En tales circunstancias, el Espíritu Santo le permite seguir luchando y sufrir la derrota, y le deja agobiado en sus propias acusaciones y remordimientos, con el fin de que al pasar por esas situaciones unas cuantas veces, comprenda que la carne no tiene remedio, que su método es inútil y que debe haber otro camino de salvación. De esta manera, lo que sólo conocía intelectualmente acerca de la corrupción de la carne, ahora lo sabe por experiencia.
Si el creyente tiene una fe firme y sincera en lo que Dios dice, y le suplica al Espíritu Santo que le revele la santidad de Dios para poder, bajo la luz de esa santidad, ver la verdadera condición de la carne, indudablemente será oído. De este modo, quizá se ahorre algunos sufrimientos de los que ha experimentado. Sin embargo, hay muy pocos creyentes en esta condición. El hombre siempre desea usar su propio método, y piensa que después de todo, él no es tan corrupto. Pero la lección debe aprenderse; por consiguiente, el Espíritu Santo pacientemente le permite aprender poco a poco mediante la experiencia, acerca de su yo.
Ya vimos que no podemos obedecer a la carne y que tampoco podemos educarla ni enmendarla. No importa el método espiritual que se emplee, simplemente es imposible cambiar en lo más mínimo la naturaleza de la carne. Entonces, ¿qué podemos hacer? La carne debe morir. Es lo que Dios determinó. La muerte es el único camino. Nosotros queremos combatir la carne, cambiarla, hacer resoluciones y usar innumerables métodos para vencerla, pero Dios dice que la carne debe morir. Si la carne muere, todo estará resuelto. La cuestión no es obtener la victoria, sino darle muerte.
Esto es bastante lógico. La razón por la cual somos carne es que nacimos de ella. “Lo que es nacido de la carne, carne es”. De donde se sale, allí se vuelve. Si tratamos de ganar, saldremos perdiendo. Puesto que nacimos de la carne, somos carne. Si morimos, quedamos libres de la carne. La muerte es el único camino. “Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Ro. 6:7). Cualquier método que no le dé muerte a la carne, será inútil. La muerte es el único camino de salvación,
Puesto que la carne es tan corrupta (2 P. 2:10), ni aun Dios puede cambiarla. Fuera de darle muerte, no hay otro camino. Ni siquiera la preciosa sangre del Señor Jesús puede limpiar la carne del hombre. En las Escrituras vemos que la sangre del Señor Jesús sólo nos limpia de nuestros pecados, transgresiones e iniquidades, pero no dice que nos limpie de la carne. La carne tiene que ser crucificada (Gá. 5:24). Tampoco el Espíritu Santo puede mejorar la carne; por eso no mora en el pecador, quien es de carne (Gn. 6:3). Cuando El mora en los creyentes, Su intención no es ayudar a mejorar la carne, sino luchar contra ella (Gá. 5:17). “Sobre carne de hombre [se refiere al aceite de la santa unción como tipo del Espíritu Santo] no sea derramado” (Ex. 30:32). Así nos damos cuenta de que nuestras oraciones y súplicas al Señor para que nos ayude a cambiar, a mejorar y a progresar, a ser amorosos y a servirle mejor, no conducen a nada. Gran parte de nuestra esperanza es vana; la esperanza de que algún día alcanzaremos la santificación, que experimentaremos al Señor cada día y que glorificaremos Su nombre en todas las cosas. No debemos intentar enmendar la carne para que colabore con el Espíritu de Dios. La carne está destinada a morir. Sólo al darle muerte a la carne somos librados. De lo contrario, permaneceremos para siempre como sus esclavos.
Tomado de “El Hombre Espiritual” W. Nee.
¡Jesús es el Señor!