LA CRUZ Y EL YO DEL ALMA
En Mateo 16:24-25 el Señor Jesús también habló de la relación que hay entre la vida del alma y la cruz: “Entonces Jesús dijo a Sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque el que quiera salvar la vida de su alma, la perderá; y el que la pierda por causa de Mí, la hallará”. En estos versículos, de nuevo nuestro Señor hace un llamado a Sus discípulos a que tomen la cruz y a estar dispuestos a hacer morir y perder la vida del alma. Lo que dice aquí y lo que dijo en Mateo 10 no es lo mismo. La parte de la vida anímica que se destaca en Mateo 10 es el afecto, mientras que aquí en el capítulo dieciséis es el “yo” del hombre el que aparece en primer plano. Si leemos el pasaje anterior, veremos que el Señor Jesús les habla a los discípulos de la clase de sufrimientos que El tendría al ir a la cruz. Entonces Pedro, debido a su intenso afecto por el Señor, le dijo: “¡Dios tenga compasión de Ti, Señor!” Debido a que Pedro estaba poniendo su mente en las cosas del hombre, no estaba dispuesto a permitir que su Señor sufriera en la carne sobre la cruz. No entendía que el hombre debe poner su mente exclusivamente en las cosas de Dios. Aun si se trata de sufrir la muerte de cruz, debía poner la mente en las cosas de Dios. El no sabía que debía amar más la voluntad de Dios que a su yo. Era como si hubiera pensado: “Señor, vas a ir a la cruz a sufrir de tal manera, y aunque estás haciendo la voluntad de Dios, llevando a cabo Su propósito y actuando de acuerdo a Su plan, ¿qué va a ser de Ti? ¿no piensas en los sufrimientos que pasarás por hacer la voluntad de Dios? Señor, ¡ten misericordia de Ti!”
El Señor le indicó, que tal manera de condolerse de uno mismo viene de Satanás, y luego se dirigió a Sus discípulos como si dijera: “No sólo yo iré a la cruz, sino también todo aquél que quiera seguirme y ser Mi discípulo. Mi destino también debe ser el vuestro. No creáis que Yo soy el único que debe hacer la voluntad de Dios, pues vosotros Mis discípulos también deben hacerla. Así como no me preocupo por Mí y aun estando en la cruz, incondicionalmente sigo haciendo la voluntad de Dios, así vosotros no debéis preocuparos por vuestra vida anímica, sino estar dispuestos a perderla para hacer lo que Dios quiere”. Pedro le preguntó que por qué no tenía compasión de Sí mismo, pero el Señor le respondió que uno debe “negarse a sí mismo”.
Hay que pagar un alto precio para hacer la voluntad de Dios. Al oír esto la carne tiembla. Cuando lo que nos gobierna es la vida del alma, no podemos ser gobernados por la voluntad de Dios. Esto se debe a que la vida del alma quiere seguir las intenciones del yo, pero no quiere obedecer la voluntad de Dios. Cuando vemos que Dios nos llama a ir a la cruz y a negarnos a nuestro yo, a sacrificarnos y perder todas las cosas por causa de El, inconscientemente nuestra vida del alma produce una actitud de autocompasión. A menudo, nuestra vida anímica nos impide estar dispuestos a pagar el precio necesario para obedecer a Dios. Cada vez que estamos dispuestos a escoger el camino angosto de la cruz y a sufrir por causa de Cristo, la vida anímica sufre pérdida. Solamente de esta manera perdemos nuestra vida anímica, y sólo por este medio podemos obtener la vida espiritual de Cristo para que nos gobierne totalmente y de una manera pura dentro de nosotros, y nos capacite para hacer lo que Dios desea en beneficio de toda la humanidad.
Si prestamos atención a la ubicación de los pasajes anteriores, comprenderemos la perversidad de la obra de la vida anímica. Pedro dijo esto poco después de recibir revelación de Dios, por la cual comprendió el misterio que el hombre no podía entender. Dios el Padre personalmente le había revelado que el humilde Jesús, a quien los discípulos seguían, era el mismo Cristo, el Hijo del Dios viviente. Sin embargo, inmediatamente después de recibir tal revelación, fue controlado por la vida de su alma y le aconsejó a su Señor que tuviera compasión de Sí mismo. Debemos saber que una revelación espiritual o un conocimiento maravilloso no pueden garantizarnos que no seremos controlados por el alma. Por el contrario, la vida anímica de quienes poseen conocimiento y experiencias elevadas puede ser más difícil de detectar que la de otros y, por ende, más difícil de ser eliminada. Si no aplicamos la cruz para ponerle fin a la vida anímica, ésta siempre permanecerá en el hombre intacta.
En esto vemos la incapacidad total de la vida del alma. La vida anímica de Pedro se manifestó, no para su propio beneficio, sino para el del Señor Jesús. El amaba al Señor, tuvo compasión de El y deseaba que el Señor fuera feliz; no deseaba que el Señor pasara por ningún sufrimiento. Su corazón no era malo, y de hecho, su intención era muy buena, pero esto no era más que su afecto humano, el cual procedía de su alma. El Señor no quería ningún sentimiento de conmiseración de parte del alma. A la vida anímica no se le permite ¡ni siquiera amar al Señor! Aquí vemos que es perfectamente posible ser anímico al servir al Señor, al adorarle y al expresarle nuestro amor. También vemos que la vida del alma no es aceptable ni aun en el asunto de amar al Señor o ser solidario con El. El propio Señor Jesús sirvió a Dios haciendo a un lado Su alma. Del mismo modo, El no desea que el hombre le sirva por medio de su alma. El Señor insta a sus discípulos a hacer morir la vida anímica no sólo porque ésta puede amar al hombre, sino porque hasta es capaz de adorar al Señor. Lo que al Señor le interesa es de dónde procede la realización de Su comisión, no qué tan bien se lleve a cabo.
Aunque Pedro expresaba su amor hacia el Señor, ese amor era la manifestación de Pedro mismo. El adoraba más al cuerpo físico del Señor Jesús que la voluntad de Dios, y le aconsejó al Señor que se preocupara por Sí mismo. Esta era la manifestación de Pedro mismo. Por eso el Señor hizo este llamado. La vida del alma tiende a ser independiente, a servir a Dios de acuerdo con lo que ella considera bueno, pero no está dispuesta a andar según la voluntad de Dios. Hacer la voluntad de Dios equivale a perder el alma. Cada vez que la voluntad de Dios es llevada a cabo, la intención del alma es quebrantada. Cada quebranto de la intención del alma es una aplicación práctica de la cruz.
El Señor Jesús llamó a Sus discípulos a abandonar la vida anímica debido a que Pedro habló según su alma. Pero el Señor también notó que las palabras de Pedro venían de Satanás. Así vemos cómo Satanás utiliza la vida anímica del hombre. Si esta vida no es llevada continuamente a la muerte, Satanás tiene una herramienta con la cual trabajar. Pedro dijo aquello debido a su amor por el Señor, pero Satanás lo utilizó. Pedro oró al Señor y le pidió que tuviera misericordia de Sí mismo, pero Satanás lo inspiró a hacerlo. Es un hecho que Satanás puede decirle al hombre que ame al Señor y que ore. El no teme que el hombre ore ni que ame al Señor; lo que teme es que el hombre no utilice la vida anímica para amar y orar al Señor. Si la vida del alma sobrevive, Satanás puede expandir su obra. Espero que Dios nos haga comprender el daño que esta vida causa. Los creyentes no deben pensar que son espirituales solamente porque aman al Señor y anhelan las cosas celestiales. La vida del alma tiene que ir a la muerte. De lo contrario, la voluntad de Dios no se cumplirá, y la vida del alma será utilizada por Satanás.
La autocompasión, el amor propio, el temor a los sufrimientos y la evasión de la cruz son las manifestaciones de la vida del alma. La meta principal de la vida del alma es preservar su existencia. Por eso, no está dispuesta a sufrir ninguna pérdida. Por lo tanto, el llamado del Señor es que debemos negarnos al yo y tomar nuestra cruz, para así perder la vida de nuestra alma. Siempre que estamos ante la cruz, somos instados a perder nuestro yo. Debemos tener un corazón que haga caso omiso de nuestro yo, para que mediante el poder de Dios nos neguemos a nuestra vida anímica por causa de otros. El Señor dice que la cruz es nuestra porque es lo que cada uno de nosotros recibió de Dios. A fin de llevar a cabo la voluntad de Dios, El nos llama a tomar nuestra cruz. Es nuestra porque Dios nos la dio, pero también está relacionada con la cruz de Cristo, ya que cuando estamos dispuestos a tomar nuestra propia cruz, mediante el Espíritu de la cruz de Cristo, la fuerza de la cruz de Cristo entra en nuestro ser y nos capacita para perder la vida de nuestra alma. Cada vez que tomamos la cruz, perdemos nuestra vida anímica, pero cuando evadimos la cruz, nutrimos y preservamos la vida de nuestra alma.
Nótese bien que lo que el Señor Jesús dice aquí no es algo que pueda cumplirse de una vez por todas, mediante un gran esfuerzo. En Lucas 9:23 se agrega la expresión “cada día” a la frase “tome su cruz”. Esta clase de cruz es continua e incesante. Con respecto a nuestra muerte al pecado, sabemos que esta cruz ya es un hecho cumplido que sólo requiere nuestro reconocimiento y aceptación. Pero con respecto a perder la vida del alma, esta cruz es distinta. No se refiere a un hecho logrado, sino que requiere una práctica y una experiencia diaria. Esto no significa que nunca perdemos la vida del alma o que gradualmente la perdemos; sino que la relación efectuada en la cruz con relación a la vida del alma es diferente a la relación realizada en la cruz con respecto al pecado. La muerte al pecado fue lograda por Cristo a favor de nosotros; pues cuando El murió, todos morimos con El. Pero perder la vida del alma no es un hecho logrado, sino que requiere que diariamente tomemos nuestra propia cruz mediante el poder de la cruz del Señor, determinándonos a negar el yo hasta que se pierda por completo.
Perder la vida del alma no es un asunto que pueda llevarse a cabo de una vez por todas, haciendo un gran esfuerzo, ni en un corto tiempo. Con respecto a morir al pecado, una vez que reconocemos nuestra posición de estar clavados en la cruz (Ro. 6:6), somos libres inmediatamente del pecado, y su poder no nos puede oprimir ni nos puede esclavizar más. La victoria completa se puede obtener en un instante. Sin embargo, la pérdida de la vida natural es un proceso que se realiza paulatinamente. Cuando la Palabra de Dios (He. 4:12) penetra cada vez más profundo, la obra de la cruz también se hace más profunda, y el Espíritu Santo hace que la vida espiritual crezca más, uniéndola más al Señor. El creyente no puede negarse a la vida anímica si no la conoce. La revelación de la Palabra de Dios debe incrementarse; entonces la obra de la cruz será más profunda. Por consiguiente, debemos tomar esta cruz diariamente. Cuanto más entendimiento haya acerca de la voluntad de Dios y de nuestro yo, más necesidad habrá de la obra de la cruz. “El Hombre Espiritual” W. Nee
¡Jesus es el Señor!