El Dador y el Tomador
"Los dones de Dios", decía Meister Eckhart, "son repartidos de acuerdo al tomador y no al dador". Si disfrutáramos de los dones de Dios de acuerdo al dador, nunca habría pobreza espiritual en nuestras vidas, porque con toda seguridad que no hay escasez en Dios.
Si me fuera ofrecida oportunidad de recibir bendiciones espirituales de acuerdo a mi capacidad de pedir o según el deseo de Dios de dar, no vacilaría un momento. Caiga yo en las manos de Dios y no en las de los hombres, ni siquiera en las mías propias. Yo no puedo desear un beneficio espiritual tan ardientemente como Dios desea dármelo. Mis peticiones están limitadas por muchos factores humanos, y seguro que mi petición más atrevida será siempre pequeña. El deseo de dar que tiene Dios es ilimitado, y su capacidad de dar lo que promete no reconoce limitaciones.
Cuando la reina de Saba visitó al rey Salomón recibió dos clases de tesoros. El primero estuvo de acuerdo a su pedido: "El rey Salomón le dio a la reina de Saba conforme a todo su deseo todo lo que ella le pidió". Es imposible decir de cuanto ella se privó por haber limitado su pedido. Modestia, orgullo, timidez, duda—cualquier cosa de esas que hubiera estado en su corazón la hubieran privado de pedir todo lo que deseaba. No tenemos que mirar más que dentro de nuestro corazón para descubrir como ella actuó. Ella tan humana era como nosotros.
Pero el rey Salomón quiso desplegar ante ella su magnanimidad de modo que le dio todo lo que le pidió, "y además le dio de su propio tesoro", así que ella se fue rica, tanto por lo que pidió, como por lo que Salomón en su gracia quiso darle. Por lo que sabemos de Salomón ¿no es razonable pensar que el don de Salomón fue mucho más grande que su expectación? Porque ella le había traído al rey dones de oro y piedras preciosas y especias. Seguramente que Salomón sobrepasó la generosidad de ella.
Desde que Dios es infinito, todo lo que a El se refiere es infinito también. Es decir que nada que tenga que ver con El puede tener limitaciones. Desde el momento que nos permitimos pensar que Dios puede tener limites, aquel en quien pensamos no es Dios sino alguien o algo menos que Dios y diferente a El. Para pensar rectamente acerca de Dios tenemos que imaginarlo siempre como sin límites en Su amor, gracia, misericordia y bondad, y en todo lo que se le puede atribuir correctamente a la Deidad.
No es suficiente que reconozcamos los recursos infinitos de Dios; también debemos creer que es infinitamente generoso para concederlos. Creer la primera cosa no demanda mayor esfuerzo de nuestra fe. Aun el deísta admitiría que el Altísimo, poseedor de los cielos y la tierra, debería ser rico más allá de toda imaginación humana. Pero creer que Dios es un gran dador, lo mismo que un gran poseedor, ya demanda una fe algo más avanzada, y presupone alguna revelación especial a ese efecto, que da validez a nuestras esperanzas. Y esa revelación se ha producido. Nosotros la llamamos la Biblia.
Si creemos en todo esto, ¿por qué los cristianos somos tan pobres? Quizá porque todavía no hemos comprendido que los dones de Dios son repartidos según el recibidor, y no según el dador. Aunque es todopoderoso, e inmensamente sabio. Dios no puede poner un don grande en un recipiente pequeño.
Para recibir en una medida más de acuerdo a lo que Dios puede dar son necesarias cinco cosas.
La primera es fe. Debemos estar convencidos que Dios es bueno, generoso, de buen corazón y listo siempre a conceder Sus bendiciones a Su pueblo del tesoro de un rey. Para tener fe tenemos que sumergimos en las Escrituras. Y la fe tiene que ser ejercida si es que va a ser efectiva. La fe es como un músculo: se hace fuerte con el ejercicio.
La segunda cosa es capacidad. Que cada uno de nosotros difiere de otro en capacidad es algo que no necesita ser demostrado; pero la razón por la cual tenemos distinta capacidad es un misterio grande y muy profundo para comprenderlo, por cierto demasiado profundo para discutirlo aquí. Pero sea dicho otra vez más, que cualquiera sea la capacidad que tiene un hombre, ella puede ser aumentada si desea. El alma humana no es un tanque de acero con una medida fija; es una cosa viviente, capaz de crecer y expandirse cuando es movida por las acciones de gracia del Espíritu Santo.
La tercera cosa es receptividad. Y un factor que está siempre presente en la receptividad es el interés. Es virtualmente imposible recibir en nuestra mente algo en el cual no tenemos interés. Un hombre de mente ordinaria puede con el tiempo lograr maravillas en un campo donde ponga verdadero interés, y dejar atrás a muchos hombres de genio que no tienen ese interés. A veces un interés puede sobreponerse a otro. Me pregunto cuantos Rubinsteins o Heifetzs en potencia se quedaron en la oscuridad simplemente porque cuando eran muchachos pusieron menos interés en sus clases de piano o violín que en el partido que se estaba jugando en el potrero de la esquina. Así se destruye muchas veces la receptividad espiritual porque ponemos demasiado interés en las cosas de este mundo.
La cuarta cosa es responsabilidad. Los dones de Dios son dados a quien los usará. Cuando ellos no son usados, se atrofian. La parábola de los diez talentos debe ser una advertencia para nosotros. Cuando Pablo escribe acerca de los dones del Espíritu, dice que esos dones son para provecho de todos. Actitudes egoístas respecto a los dones de Dios pueden destruir su utilidad. Tenemos una responsabilidad seria en este asunto.
La quinta cosa es gratitud. Es imposible ser demasiado agradecido a Dios, pero seria bueno tratar de intentarlo. Nuestro sabio Padre celestial a menudo no nos da un segundo don si no le hemos agradecido suficientemente el primero.
A.W. Tozer
¡Jesus es el Señor!