DIOS AMA AL DADOR ALEGRE
2 Corintios 9; y 11: 18-33.
Un hombre que da a Dios alegremente ha trascendido el espíritu de un siervo, de un esclavo. El esclavo trae su ración, que está obligado a pagar, y la pone a los pies del capataz, y continúa su camino en miseria. Pero el hijo amado, tan complacido de dar a su Padre lo que puede, coloca su pequeña ofrenda en el tesoro de su Padre, en la medida de lo posible sin ser observado por los hombres; contempla la sonrisa del Padre, y continúa gozoso en su camino.
Ustedes no están bajo la ley sino bajo la gracia; por tanto, no deben dar ni hacer ninguna cosa para Dios como por compulsión, como si oyeran el viejo látigo mosaico chasqueando cerca de su oído. Ustedes no deben encorvarse ante el Señor como el hijo de Agar, la esclava, como recién venidos de Arabia y de los temblores del Sinaí; tienen que avanzar alegremente como uno que ha venido del Monte Sion, como el hijo de la promesa: como Isaac, cuyo nombre significa risa; gozándose porque ustedes son capacitados, y favorecidos, y privilegiados para hacer todo por Quien los amó hasta la muerte.
El dador alegre es uno que da de todo corazón, y hay una forma de dar de todo corazón, especialmente cuando la ofrenda es la de su tiempo o de su servicio. Algunos dan a Dios su tiempo el día domingo, pero están medio dormidos. Algunos Le dan sus esfuerzos en la escuela, o las clases, o la predicación callejera, pero no parecen poner nunca toda el alma en sus compromisos. Lo que la iglesia necesita hoy día es un servicio más alegre, de mayor entrega. ¿Acaso no sienten ustedes que se les pone la carne de gallina cuando oyen la predicación de algunos hombres: una palabra hoy y otra palabra mañana; y el gélido sermón es expresado de manera tan suave (cuando podrían hablar lo suficientemente alto, si quisieran) que ustedes mismos pueden atestiguar que no pudieron sacudir sus almas con el tema que pretendían grabar en ellas? Con tales predicadores, las congregaciones se vuelven "gradualmente más pequeñas y menos hermosas," porque están bajo la convicción que el predicador no tiene nada que decir que considere digno, pues, de lo contrario, hablaría claro y con denuedo.
Oh, si todos los ministros de Cristo, y todos los diáconos, y los ancianos, y los maestros de la escuela dominical, y los predicadores en las calles, y los misioneros en la ciudad, tuvieran fuego, ¡qué personas tan diferentes serían! Si el servicio fuera todo alegría en el sentido de ser intenso, lleno de fuerza, involucrando toda la humanidad del hombre, cuántos tiempos de avivamiento, brillantes y alegres, podríamos esperar, pues en este sentido "Dios ama al dador alegre." Ese dador alegre no desempeña su servicio para cumplir simplemente con el deber, o porque es un asunto de rutina y ha llegado la hora y la gente lo espera, sino que lo hace porque le gusta hablar del amor de Jesús, porque le encanta tratar de ganar almas, porque disfruta al declarar todo el consejo de Dios, porque le gusta ver el rostro de esos amados niños, y orar por ellos, y tomarlos y enseñarles acerca del Salvador que se desangró por los pecadores. Allí donde hay un servicio prestado con la entrega del alma, hay bendición; pero si no servimos a nuestro Señor con alegría, y por consiguiente no lo hacemos de todo corazón, Dios no amará ese servicio, y no se obtendrá ningún resultado.
Una cosa sé, que un dador alegre siempre desea poder dar diez veces más de lo que da. Un hacedor alegre siempre anhela tener mayor capacidad para hacer más. Un predicador alegre quisiera poseer mil lenguas, y ninguna de ellas tendría descanso. Amados, ¿acaso no recuerdan haber deseado alguna vez poder alejarse de esta vida monótona, y trepar a una vida espiritual más elevada? ¿Nunca han leído la vida de Henry Martyn, un pulido erudito, un hombre de muchos estudios y gran reputación, que abandonó todo por Cristo y se fue a Persia y allí murió sin haber visto un solo convertido, y sin embargo, estaba tan contento de vivir, y contento de morir en tierras muy lejanas por su Señor? ¿Nunca han leído acerca de Brainerd, viviendo lejos en medio de los indios, laborando arduamente, quien en su vejez enseñaba a leer a un negrito, y daba gracias a Dios porque cuando ya no podía predicar, todavía podía enseñar a leer a ese niño, y así hacer algo por su amado Señor que había hecho tanto por él? Ay, ¿nunca han leído o considerado inclusive a San Francisco Javier, católico romano como era? Sin embargo, ¡qué hombre, cuán consagrado, cuán celoso! Con todos sus errores, y todas sus equivocaciones, recorría mar y tierra, penetraba en los bosques, y se enfrentó a la muerte mil veces, para poder predicar por todas partes las pobres doctrinas extraviadas en las que creía. Así como odio su enseñanza, admiro su celo que sólo puedo llamar milagroso.
Cuando pienso en hombres como ésos, y quiero censurar sus errores, sólo puedo censurarme a mí mismo que ni siquiera puedo pensar, o únicamente puedo pensar en llevar una vida como la que ellos vivieron. ¡Oh, que pudiéramos aprender el secreto de la completa consagración! ¡Oh, que pudiéramos recibir el vehemente anhelo y el deseo de una dedicación perfecta de nuestro ser a nuestro Señor y Maestro! Entonces nuestro diario bregar brillaría con la gloria de la santidad. Entonces reluciríamos como serafines al tiempo que nos esforzamos como hombres comunes aquí abajo. Entonces enseñaríamos, y predicaríamos, y oraríamos, y trabajaríamos, y ofrendaríamos con tal espíritu y divina unción, que el mundo se preguntaría de dónde proceden, y dónde aprendimos esas artes sagradas. Es esta alegría, esta entrega, esta sinceridad, esta intensidad, este fuego del alma, lo que Dios ama. ¡Oh, que tuviéramos eso! Oh, que pudiéramos alcanzar eso, pues Dios ama a tales hacedores y a tales dadores.
¿POR QUÉ AMA DIOS A UN DADOR ALEGRE?
Recuerden que esta frase no se refiere a todos los hombres. Está dirigida a los miembros de una iglesia cristiana. Dios los ama a todos ellos, pero tiene una complacencia especial por aquellos a quienes, por Su gracia, ha enseñado a ser dadores alegres. Un dador alegre que no fuera cristiano no caería para nada bajo el enunciado hecho aquí. Todavía sería alguien con quien Dios está airado cada día. Es de hombres salvos, hombres cristianos, hombres unidos a la iglesia cristiana, que se dice, "Dios ama al dador alegre."
Ahora, el hombre cristiano, o el que profesa ser cristiano, que no es dador, o siendo dador, no es un dador alegre, está fuera de orden con el sistema que gira en torno al pacto de gracia y la cruz de Cristo; está fuera de tono con la sangre y las heridas de Jesús; está fuera de orden con los propósitos eternos del Altísimo; no fluye para nada con la corriente de la gracia divina; debería estar bajo la ley, aunque en eso, en verdad, ni siquiera cumple con la letra; pero como el espíritu del Evangelio es todo libertad, y gracia, y amor, y abundancia, el hombre no está en armonía con él, y no lo entiende del todo. Entonces, debido a que el dador alegre, hecho así por la gracia divina, está a tono con la redención y con la naturaleza, conforme a su medida y su llamamiento, es ensalzado por el Señor.
Además, Dios se deleita en un dador alegre, porque en tal creyente ve la obra de Su Espíritu. Se requiere mucha gracia para convertir a los hombres en dadores alegres. Con algunos, la última parte de su naturaleza que llega a la santificación es su bolsillo. La gracia de Dios se abre paso en la moralidad de su negocio, y en las actividades de la casa, pero esas personas no parecen reconocer que la riqueza debe ser consagrada tanto como su corazón.
Pero hay una razón por la que Dios ama al dador alegre que debo considerar con mayor detalle, es decir, porque Él mismo es un dador alegre. El hombre ama generalmente lo que es semejante a él mismo. Nosotros nos gratificamos de esa manera. Generalmente nuestros afectos van tras un objeto que es congruente de alguna manera con nuestro propio carácter. Ahora, el Señor es el más alegre de todos los dadores. Quiero que piensen en eso un momento. "El que no escatimó ni a su propio Hijo." ¡Oh, qué don fue ése! Madres, ¿ustedes podrían dar a sus hijos? Padres, ¿ustedes podrían no escatimar a sus hijos? Bien, tal vez podrían hacerlo por su país, pero no podrían hacerlo por sus enemigos.
Pero Dios, el dador alegre, no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, como dice la palabra. ¡Y desde entonces, qué dador alegre ha sido! Nos ha dado sin necesidad que le pidamos. Nosotros no le pedimos que hiciera el pacto de gracia. No le pedimos que nos eligiera. No le pedimos que nos redimiera. Todas estas cosas fueron hechas antes que nosotros naciéramos. No le pedimos que nos llamara por Su gracia, pues, ¡ay!, no conocíamos el valor de ese llamado, y estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, pero Él nos dio libremente por ese amor ilimitado que nosotros ni habíamos buscado. La gracia que previene vino a nosotros, superando en velocidad a todos nuestros deseos, y a todas nuestras inclinaciones, y a todas nuestras oraciones. Primero nos hizo orar; nos dio el espíritu de súplica, pues de lo contrario nunca hubiéramos orado. Él nos dio la voluntad de venir a Él, pues de lo contrario habríamos permanecido alejados. Entonces Él fue un dador alegre para nosotros.
Y cuando nos acercamos a Él con nuestros corazones quebrantados, ¡cuán alegremente nos concedió el perdón! ¡Cómo corrió y tuvo compasión de nosotros, y nos abrazó y nos besó! ¡Cuán alegremente nos condujo al banquete con música y danzas, pues Su hijo que era muerto revivió, y el que se había perdido, fue encontrado!
"Dios ama al dador alegre," y ustedes saben lo que Él les pide. Prosigan su camino, comerciantes, y den con generosidad conforme Dios les da. Prosigan su camino, tenderos, y esparzan como puedan, pues Dios primero les proporciona los medios. Prosigan su camino, ustedes obreros y ustedes trabajadoras esforzadas, y den de acuerdo a su capacidad. Den, ustedes, ricos, porque son ricos, y den ustedes, pobres, porque no se van a volver más pobres, pero puede ser que sí se vuelvan más pobres si no ofrecen a Dios Su porción.
Pero, primero, ¿ya le han dado su corazón? ¿Han puesto su confianza en Jesús? Si no es así, este sermón no es para ustedes; pero si su corazón pertenece a mi Señor, y han sido lavados en Su preciosa sangre, entonces que mi texto se grabe profundamente en sus oídos, y todavía más profundamente en sus corazones: "Dios ama al dador alegre."
Charles Spurgeon
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¡¡¡Jesús es el Señor!!!