LA ADORACIÓN GERMINA INVOLUCRA SENTIMIENTOS
CAPITULO 7
Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al su¬mo sacerdote,
Y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallaba algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén.
Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres. Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.
Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.
Y los hombres que iban de camino con él. Se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, más sin ver a nadie.
Entonces Saulo se levantó del suelo, y aunque tenia los ojos abiertos, no vela a nadie; así que, llevándole de la mano, le metieron en Damasco.
Y estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió. Hechos 9:1-9
¿CUANTO TIEMPO crees que pasará, si el Señor todavía espera, antes de que algunas de las asombrosas nuevas iglesias como las del primitivo Valle Baliem de Irían Jaya, en Indonesia, se lancen a enviar misioneros evangélicos al Canadá y a los Estados Unidos?
Si esta idea te turba, tienes una necesidad desespe¬rada de leer este capítulo.
Tengo una razón para sugerir esto como una posibi¬lidad en algún tiempo en el futuro. En Chicago me presentaron a un hermano cristiano profundamente serio que había venido de su nativa India con un emocionante y agradecido testimonio de la gracia de Dios en su vida.
Le pregunté, naturalmente, acerca de su origen eclesial. No era Pentecostal. Tampoco era anglicano ni bautista. No era ni presbiteriano ni metodista.
Ni siquiera sabía lo que queríamos decir con la eti¬queta de interdenominacional». Era, sencillamente, un hermano en Cristo.
Este indio había nacido en el seno de la religión hindú, pero fue convertido al Señor Jesucristo y vino a ser discípulo de Él leyendo y estudiando seriamente el registro del Nuevo Testamento de la muerte y resurrec¬ción de nuestro Señor.
Él hablaba inglés lo suficientemente bien como para expresar sus intereses cristianos por el mundo y por las iglesias. Le pedí que hablase desde mi pulpito.
Por medio de aquel encuentro, me di cuenta que a no ser que nos despertemos espiritualmente, a no ser que seamos llevados de vuelta a un amor genuino, a una adoración genuina nuestro candelero puede ser quitado. Puede que necesitemos que nos vengan misioneros, desde luego. ¡Puede que los necesitemos para que nos muestren lo que es el cristianismo genuino y vital!
Nunca deberíamos olvidar que Dios nos creó para ser adoradores gozosos, pero que el pecado nos llevó a cualquier cosa menos a la adoración. Luego, en el amor y misericordia de Dios en Cristo Jesús, fuimos restaurados a la comunión de la Deidad por medio del milagro del nuevo nacimiento.
Has sido perdonado y restaurado», nos recuerda Dios. -Soy tu Creador, Redentor y Señor, y me deleito en tu adoración.»
No sé, amigo mío cómo esto te hace sentir, pero yo siento que debo darle a Dios toda la respuesta de mi corazón. Me siento feliz de ser contado como adorador.
Bien, esta palabra «sentir» se ha introducido aquí, y sé que puede que hayas sentido una reacción repentina contra ella. De hecho, he oído a personas decirme muy dogmáticamente que ellos nunca permitirán que el «sentimiento» tenga parte alguna de su vida y experiencia espiritual. Yo les contesto: «¡Lo siento por ti!» Y lo digo porque he expresado una definición muy real de lo que creo que es la verdadera adoración: ¡Adorar es sentir en el corazón!
En la fe cristiana deberíamos poder emplear la pala¬bra «sentir» de manera abierta y sin excusas. ¿Qué cosa peor se podría decir de nosotros como la iglesia cristiana si se pudiera decir de nosotros que somos personas sin sentimientos?
La adoración debe provenir siempre de una actitud interior. Incorpora una cantidad de factores, incluyendo lo mental, lo espiritual y lo emocional. Puede que en unas ocasiones uno no adore con el mismo grado de maravilla y amor que en otras, pero la actitud y el estado de la mente son consistentes si estás adorando al Señor.
Puede que a veces un padre no parezca amar a su familia y gozar de ella con la misma intensidad cuando está desalentado, cuando está cansado de muchas horas de trabajo o cuando unos acontecimientos le han hecho sentirse deprimido.
Puede que no muestre tanto amor exteriormente hacia su familia, pero está ahí, no obstante, porque no es sólo un sentimiento. Es una actitud y un estado de la mente. Es un acto sostenido, sometido a varios grados de intensidad y perfección.
Yo entré en el reino de Dios con gozo, sabiendo que había sido perdonado. Sé algo de la vida emocional que viene Junto con la conversión a Cristo.
Pero recuerdo bien que en mi primer tiempo en la co¬munión cristiana los había que me advertían en contra de los peligros de los "Sentimientos». Me citaron el ejem¬plo bíblico de Isaac que sintió los brazos de Jacob, creyendo que eran los de Esaú. ¡Y así el hombre que se dejó guiar por sus sentimientos se equivocó! Esto suena a interesante, pero no es algo sobre lo que se pueda edificar doctrina cristiana.
Pensemos en la mujer enferma, en el registro evan¬gélico, que había tenido un flujo de sangre durante doce años, y que había sufrido muchas cosas de parte de muchos médicos.
Marcos registra que cuando oyó de Jesús, ella acudió entre la multitud y simplemente tocó el borde de Su manto. En aquel mismo instante «cesó su hemorragia, y sintió en su cuerpo que había quedado curada de su aflicción- (Marcos 5:29).
Sabiendo lo que había sido hecho en su interior por el Salvador, ella -vino hacia él, y echándose a sus pies, le dijo toda la verdad- (5:33). Su testimonio fue en ado¬ración y alabanza. Ella sintió en su cuerpo que estaba sanada.
Los que hemos recibido bendición en nuestro propio ser no queremos unirnos a ninguna campaña en favor de -seguir los sentimientos-. Por otra parte, si no senti¬mos nada en nuestros corazones, ¡estamos muertos!
Si te despiertas mañana por la mañana y tienes el brazo derecho totalmente entumecido -no sientes nada-llamarás rápidamente al médico con la mano izquierda buena.
La verdadera adoración es entre otras cosas, un sentimiento acerca del Señor nuestro Dios. Está en nuestros corazones, Y debemos estar dispuestos a expresarlo de una manera apropiada.
Podemos expresar nuestra adoración a Dios de mu¬chas maneras. Pero si amamos al Señor y somos guiados por Su Espíritu Santo, nuestra adoración traerá siempre un sentimiento deleitoso de maravilla admirada y una sincera humildad de nuestra parte.
El hombre o la mujer orgullosos no pueden adorar a Dios más aceptablemente que el orgulloso diablo mismo. Tiene que haber humildad en el corazón de la persona que quiera adorar a Dios en espíritu y en verdad.
La manera en que muchas personas modernas pien¬san acerca de la adoración me inquieta. ¿Puede la verda¬dera adoración ser dirigida y manipulada? ¿Puedes ver conmigo el futuro en que, las iglesias puedan llamar al pastor el ingeniero espiritual?
He oído llamar a los psiquiatras «ingenieros huma¬nos-, y naturalmente están interesados en nuestras ca¬bezas. Hemos reducido tantas cosas a términos de inge¬niería, de ciencia o de psicología que es posible la llegada de ingenieros espirituales». Pero ello nunca podrá tomar el lugar de lo que he llamado la maravilla atónita siempre que se describe a los adoradores en la Biblia.
Encontramos mucha de la maravilla espiritual atónita en el libro de los Hechos. Siempre hallarás presentes estos elementos cuando el Espíritu Santo dirige a hom¬bres y mujeres creyentes.
Por otra parte, no hallaras maravilla atónita en los hombres y mujeres cuando el Espíritu Santo no está presente.
Los ingenieros pueden hacer muchas cosas en sus campos, pero ninguna mera fuerza o dirección humana puede obrar los misterios de Dios entre los hombres. Si no hay maravilla, ni experiencia de misterio, serán inú¬tiles nuestros esfuerzos por adorar. No habrá adoración sin el Espíritu.
Si Dios puede ser entendido y comprendido por medio de cualquiera de nuestros medios humanos entonces no puedo adorarle. Una cosa es cierta. ¡Nunca doblaré mis rodillas diciendo -Santo, santo, santo- a aquello que he podido descifrar e imaginar en mi propia mente! Aquello que yo pueda explicar nunca me llevará a la maravilla. Nunca me dejará atónito ni lleno de maravilla y ad¬miración.
Los filósofos llamaban al antiguo misterio de la perso¬nalidad de Dios el -misterium conundrum-. Los que somos hijos de Dios por la fe le llamamos -Padre nuestro que estás en los cielos-. En secciones de la iglesia donde hay vida y bendición y maravilla en la adoración hay también el sentido del misterio divino. Pablo lo recapituló para nosotros como -Cristo en vosotros, la esperanza de gloria-.
¿Qué sucede entonces, en una iglesia cristiana cuando una obra renovadora y vital del Espíritu de Dios trae avivamiento? En mi estudio y en mis observaciones, un avivamiento resulta generalmente en un otorgamiento repentino de un espíritu de adoración No es resultado de ingeniería ni manipulación. Es algo que Dios otorga a personas hambrientas y sedientas de Él. Con la reno¬vación espiritual vendrá un bendito espíritu de adora¬ción amante.
Estos creyentes adoran felices porque tienen una encumbrada visión de Dios. En algunos círculos. Dios ha sido abreviado, reducido, modificado, recortado, cam¬biado y enmendado hasta que ya no es el Dios al que vio Isaías, sublime y exaltado. Por cuanto ha sido redu¬cido en las mentes de tantas personas, ya no tenemos aquella ilimitada confianza que solíamos tener en Su carácter.
Desafortunadamente, los hijos de Dios raramente van más allá de los límites de la gratitud. Pocas veces oigo a alguien en oración adoradora admirando y alabando a Dios por Su excelencia eterna.
Muchos de nosotros somos estrictamente cristianos de -Santa Claus-, Pensamos en Dios como plantando el árbol de Navidad y poniendo regalos para nosotros a su pie. Éste es un tipo muy elemental de amor.
Tenemos que seguir adelante. Tenemos que conocer la bendición de adorar en la presencia de Dios sin el pensamiento de querer salir fuera precipitadamente. Tene¬mos que deleitamos en la presencia de la total e infinita excelencia. Una adoración así tendrá el ingrediente de la fascinación, de una exaltada excitación moral. Es evi-dente que algunos de los hombres y mujeres de la Biblia conocían esta clase de fascinación en su comunión con Dios. Si hemos de conocer, amar y servir a Jesús el Hijo, tenemos que dejar que el Espíritu Santo ilumine nues-tras vidas humanas. Esta personalidad será entonces capturada y movida al éxtasis por la presencia de Dios.
¿Qué es lo que hace que un humano clame así?:
¡Oh Jesús. Jesús, amado Señor!'
Perdóname si por amor TU sagrado nombre repito yo.
Cada día mil veces sin cesar.
Arde. arde, oh amor, dentro de mí.
Arde rugiente noche y día, Hasta que toda la escoria de amores terrenos
Haya ardido, y consumida quede.'
Estas expresiones vinieron del corazón adorador de Frederick W. Faber. Estaba completamente fascinado por todo lo que había experimentado en la presencia y comunión de un Dios y Salvador amante. Estaba, desde luego, lleno con una intensidad de excitación moral. Estaba lleno de maravilla ante la inconcebible magni¬tud y esplendor moral del Ser al que llamamos nuestro Dios.
Esta fascinación con Dios tiene que tener necesaria¬mente un elemento de adoración. Puedes pedirme una definición de adoración en este contexto. Te diré que cuando adoramos a Dios, todos los hermosos ingre¬dientes de la adoración son llevados al blanco vivo in¬candescente con el fuego del Espíritu Santo. Adorar a Dios significa que le amamos con todos los poderes dentro de nosotros. Le amamos con temor, maravilla y anhelo atónitos.
La amonestación a «amar al Señor tu Dios con todo tu corazón... y con toda tu mente- (Mateo 22:37) puede significar sólo una cosa. Significa adorarle.
Empleo la palabra -adorar- con parquedad, porque es una palabra preciosa. Me encantan los bebés, y me encantan las personas, pero no puedo decir que los adoro. La adoración la guardo para el único que la merece. En ninguna otra presencia ni ante ningún ser puedo arrodillarme con temor y maravilla llena de reverencia y anhelo y sentir la sensación de posesividad que clama -¡Mió, mío!»
Pueden llegar a cambiar las expresiones en los himnarios, pero siempre que los hombres y las mujeres se extasíen en adoración clamarán: -Oh Dios, mi Dios eres tú: de madrugada te buscaré- (Salmo 63:1). La adoración se convierte en una experiencia de amor totalmente personal entre Dios y el adorador. Así fue con David, con Isaías, con Pablo. Así es con todos aquellos cuyo deseo ha sido poseer a Dios.
Ésta es la feliz verdad; Dios es mi Dios.
Hermano o hermana, hasta que puedas decir Dios y yo nunca podrás decir nosotros en ningún sentido. Hasta que hayas podido hallar a Dios en soledad de alma, solo tú y Dios -como si no hubiera nadie más en el mundo-, nunca sabrás lo que es amar a las otras personas en el mundo.
En Canadá, los que han escrito de la piadosa santa Ana dijeron: -Ella habla con Dios como si no hubiera nadie más que Dios y como si Él no tuviera otros hijos más que ella.» Y ésta no era una cualidad egoísta. Había encontrado el valor y el deleite de derramar su devoción y adoración personales a los pies de Dios. La consagración no es difícil para la persona que ha encontrado a Dios. Allí donde hay una genuina adoración y fascina¬ción, el hijo de Dios no quiere nada más que la oportuni¬dad de derramar su amor a los pies del Salvador.
Un hombre joven me hablaba acerca de su vida espi¬ritual. Había sido cristiano por varios años, pero estaba preocupado porque podía no estar cumpliendo la volun¬tad de Dios para su vida. Me habló de frialdad de corazón y de carencia de poder espiritual. Me di cuenta de que estaba desalentado y temeroso de la dureza de corazón.
Le di una expresión auxiliadora que proviene de los escritos de Bernardo de Claraval: -Hermano mío sólo el corazón endurecido no sabe que está endurecido. Sólo está endurecido el que no sabe que está endurecido. Cuando estamos preocupados por nuestra frialdad, es debido al anhelo que Dios ha puesto ahí. Dios no nos ha rechazado.»
Dios pone el anhelo y deseo en nuestros corazones, y Él no se aparta burlándose de nosotros. Dios nos pide que busquemos Su rostro en arrepentimiento y amor, y entonces encontramos toda Su plenitud en gracia esperándonos En la gracia de Dios, ésta es una promesa para todo el ancho mundo.
Habrás leído acerca de Blas Pascal, el famoso cientí¬fico francés del siglo XVII, y a menudo designado como uno de los seis más grandes pensadores de todo tiempo. Fue considerado como un genio en matemáticas, y sus indagaciones científicas tocaron muchos campos. Era filósofo y escritor. Pero lo mejor de todo fue que una noche experimentó un encuentro personal, abrumador, con Dios que cambió su vida.
Pascal escribió en una hoja de papel un breve relato de su experiencia, dobló el papel y lo guardó en un bol¬sillo cerca de su corazón, aparentemente como recuerdo de lo que había sentido. Los que le asistieron durante su agonía encontraron el papel, gastado y arrugado. En la misma escritura de Pascal, decía:
Desde alrededor de las diez y media de la noche hasta alrededor de media hora después de medianoche, ¡fuego! Oh Dios de Abraham, Dios de Isaac. Dios de Jacob no el Dios de los filósofos y de los sabios-. El Dios de Jesucristo que puede ser conocido sólo en los caminos del Evangelio. Seguridad - sentimiento - paz - gozo - lágrimas de gozo. Amén.
¿Eran éstas las expresiones de un fanático, de un extremista?
No. La mente de Pascal fue una de las más eminentes. Pero el Dios viviente había traspasado e ido más allá de todo lo que era humano, intelectual y filosófico. El ató¬nito Pascal sólo pudo describir de una manera la visitación en su espíritu: «¡Fuego!»
Compréndase que ésta no era una declaración en oraciones gramaticales para que otros las leyeran. Era el pronunciamiento extático de un hombre entregado durante dos asombrosas horas en la presencia de su Dios.
No hubo ingeniería ni manipulación humana aquí. Había sólo maravilla, asombro y adoración obrado
s por la presencia del Espíritu Santo de Dios mientras Pascal adoraba.
Lo que necesitamos entre nosotros es una visitación genuina del Espíritu. Necesitamos un repentino otorgamiento del espíritu de adoración entre el pueblo de Dios.
¡Jesús es el Señor!