DÍA 10
Adoración
“A Él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos! Amén.” Efesios 3:21
En el texto anterior encontramos adoración; no oración, el apóstol ya había orado. Encontramos adoración, no tanto alabanza en la manera en que la conocemos, lo cual es mucho menos de lo que podemos dar. Se me hace bastante difícil describir la adoración. La alabanza es un rio que corre gozoso a través de su propio canal, con flancos en ambos en ambos lados para que fluya hacia su objetivo. Pero la adoración es el mismo rio fluyendo y desbordando sus flancos u orillas, inundando el alma y cubriendo la naturaleza toda con sus grandiosas aguas; y no tanto en movimiento y causando conmoción a su paso, sino en reposo, reflejando cual espejo la gloria que brilla sobre sus aguas, como un sol de verano reflejándose en un inmenso mar de cristal.
La adoración no busca la presencia divina sino que está consciente de ella en un grado indecible y, por lo tanto, se llena de asombro reverente y de paz como el mar de Galilea cuando sus olas sintieron el contacto de los sagrados pies del Maestro. La adoración es la plenitud, la altura, la profundidad, la anchura y la extensión de la alabanza. La adoración se asemeja al cielo estrellado que está siempre contando la gloria de Dios “Sin palabras, sin lenguaje, sin una voz perceptible” (Salmo 19:3). La adoración es el elocuente silencio de un alma tan saciada y tan plena, que no puede expresar su sentir con palabras. Postrarse en el polvo en humildad y no obstante remontarse en sublimes pensamientos, hundirse en la nada y sin embargo, engrandecerse y ser lleno de toda la plenitud de Dios, vaciar la mente de todo pensamiento y llenarla a la vez, perderse totalmente en Dios: eso es adoración.
Debemos establecer un tiempo mayor para este sagrado compromiso. Nuestras vidas serían enriquecidas de manera excepcional si establecemos el hábito de pedirle diariamente al Espíritu Divino que frecuentemente nos eleve por encima de todas las pequeñas preocupaciones e intereses que nos circundan, hasta que seamos conscientes solamente de Dios y de su excelsa gloria. ¡Ah, que el Espíritu Santo nos sumerja en el mas profundo mar de la divinidad hasta que perdidos en su inmensidad, podamos expresar maravillados: “Oh, qué profundidad! ¡Qué hondura ¡” aparte su mirada de todo lo demás y fíjela en Él, el Señor Dios todopoderoso, el Cordero inmolado. Piense en Él solamente y ríndale adoración.
Gloria a TI, Dios Eterno. Por la eternidad Tú eres Dios. Que yo me pierda en la plenitud de tu Espíritu. Amén.
¡Jesus es el Señor!