La adoración portátil
¿Por qué cuando pensamos en la adoración imaginamos algo que hacemos cuando vamos a una iglesia?
Pobre pueblo de Dios, que avanza a trompicones. Qué confundidos podemos llegar a estar, podemos pasarnos la vida sumidos en el desconcierto y morir confusos. Se escriben libros que nos confunden aún más, y escribimos canciones que confirman esos libros y nos confunden a nosotros y a otros, todavía más; y lo hacemos como si el único lugar donde pudiéramos adorar a Dios fuera una iglesia, a la que llamamos casa de Dios. Entramos en aquel edificio dedicado a Él, hecho de ladrillos, linóleo y otros materiales, y decimos: “El Señor está en su santo templo; que se doble toda rodilla delante de Él”.
Personalmente, me gusta que de vez en cuando un culto empiece así. Pero no puede acabar ahí. Si llega el lunes a las nueve de la mañana, y usted no entra en su oficina y dice: “El Señor está en mi despacho, y todo el mundo guarda silencio delante de Él”, entonces el domingo no estuvo adorando al Señor. Si no puede adorarlo el lunes, es que no lo hizo el día anterior. Si no lo adora el sábado, su adoración del domingo no es auténtica. Algunas personas meten a Dios en esa caja que es el edificio de la iglesia. Dios no está presente en esa iglesia, como tampoco lo está en su hogar. Dios no está en ningún lugar más de lo que está en la fábrica o en el despacho donde usted trabaja.
Cuando era joven, trabajé para la BF Goodrich Company en Akron, Ohio, donde fabricábamos neumáticos. Adoraba a Dios en mi cadena de montaje hasta que se me saltaban las lágrimas. Nadie vio jamás aquellas lágrimas ni me preguntó nada al respecto, pero yo no hubiese dudado en contarles su causa.
A medida que pasaba el tiempo y trabajé en diversos campos, todo se convertía automáticamente en pensar en otra cosa. Algunos se pasan el día soñando; yo adoraba. Llegué hasta el punto de poder hacer mi trabajo con habilidad mientras adoraba a Dios. Él estaba en mi trabajo tanto como en mi iglesia. Por lo que a mí respecta, no había ninguna diferencia. Si Dios no está en su fábrica, si Dios no está en su tienda, si Dios no está en su despacho, entonces Dios no estará en su iglesia cuando usted acuda a ella. Cuando adoramos a nuestro Dios, los cánticos en la tierra hacen que resuenen los órganos celestiales.
Toda la vida, el ser humano por entero, deben adorar a Dios. La fe, el amor, la obediencia, la lealtad, la conducta y la vida; todas estas cosas deben adorar a Dios. Si hay algo en usted que no adore a Dios, entonces no hay nada en usted que adore a Dios muy bien. Si usted compartimenta su vida y permite que ciertas partes adoren a Dios pero otras no, entonces no adora a Dios como debiera. Caemos en un gran engaño si pensamos que una iglesia, o la presencia de la muerte o la sublimidad son los únicos entornos adecuados para adorar.
Usted lleva la adoración dentro de su corazón. Puede llevarla consigo a todas partes. He estado con personas que son muy espirituales cuando se encuentran en la cima de un monte mirando al vacío. Recuerdo que una vez me vi atrapado en una tormenta en las montañas de Pennsylvania, y se podía ver desde lo alto. No sé a cuánta distancia nos dijeron que estaba —creo que rondaba los ochenta kilómetros de donde estábamos—, pero desde allá arriba se veía un panorama impresionante. Nos apretujamos contra una roca mientras nos azotaba la lluvia y el granizo, que
caían sobre nosotros con un ruido atronador. Nos agrupamos en torno al coche, al amparo de la roca, mientras aquella gran tormenta, con su furia blanca, caía sobre la montaña.
No tengo que experimentar una tormenta en la montaña para saber lo celoso que es Dios. Las estrellas y sus órbitas me lo dicen, y también el bebé que llora; la flor que se abre junto al camino lo declara, y la nieve blanda que vuela con el viento. No hace falta que se nos insista de una forma tan evidente para aceptarlo como cierto. Es un gran engaño pensar que, como captamos un sentido de lo poético en la presencia de una tormenta, al ver las estrellas o al estar en un monte, somos espirituales. Eso no es necesariamente cierto, en absoluto, porque los asesinos, los tiranos y los borrachos también pueden sentir algo así.
Nunca ha habido un borracho que, al volver en sí, no sintiera algo parecido; y nunca ha habido un tirano que, después de dar la orden de asesinar a una docena de personas, mientras volvía a su casa, no haya visto algo que le suscitase una adoración poética. Eso no es imaginación; es adoración, hermanos.
La adoración agradable a Dios satura todo nuestro ser. No existe una adoración agradable a Dios si en mí hay algo que le desagrade. No puedo compartimentar mi vida, adorar a Dios el domingo y no hacerlo el lunes. No puedo adorarlo con mis canciones y ofenderlo en mis relaciones. No puedo adorar a Dios en silencio en la iglesia y molestarlo con mis actividades. No hay una adoración que realmente complazca a Dios si en nosotros hay algo que lo ofende.
Sin Jesucristo no hay nada bueno, y no me disculpo al decir que cuando usted adora debe ser de forma completa, abarcando toda su vida. Si usted no adora a Dios en todos los aspectos de su vida por igual, no lo adorará adecuadamente en ninguno de ellos.
Continua en… disciplina de la adoración
“Amados, somos hechos a imagen y semejanza de Dios Gen. 1:26
para adorar a Dios, en el Espiritu y en verdad” Jn 4:23-24
¡Jesus es el Señor!