¿QUÉ FUE PRIMERO,
LOS OBREROS O LOS ADORADORES?
Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Creo en un solo Señor; Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado... Credo de Nicea
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo. Tú eres el Hijo único del Padre. Tú, para liberar al hombre, aceptaste la condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen. Tú, rotas las cadenas de la muerte, abriste a los creyentes el Reino de los Cielos. Te Deum Laudamus
Estas antiguas afirmaciones o credos, como a veces se les llama, los elaboró la Iglesia con el paso de los siglos, para declarar así sus creencias con gran alegría y una actitud de profunda falta de merecimiento. Uno mi voz a la suya y digo que creo en tales cosas. Creo que Él, el Rey de la gloria, el Hijo eterno del Padre, tomó la decisión de liberar al hombre y superó el trance de la muerte, resucitando y abriendo así el camino al reino de los cielos para todos los creyentes.
A la luz de esto, la mente humana debe responder algunas preguntas. Una de ellas es por qué sucedió todo esto. El Dios de Dios y la Luz de Luz nació de una virgen, vivió durante el dominio de Poncio Pilato, superó el trance de la muerte y abrió el reino de los cielos a todos los creyentes. Tras todo esto, debe existir un propósito, porque Dios tiene un intelecto. La inteligencia es uno de los atributos de la deidad, y por consiguiente, El debe tener un propósito razonable que pueda resistir el escrutinio de la razón humana santificada.
¿Por qué hizo Dios todo esto?
Como cristiano evangélico, me siento profundamente inquieto y preocupado —hasta el punto de que me causa sufrimiento— al ver el estado en que nos encontramos los evangélicos hoy día. Por “evangélicos” me refiero a las iglesias libres en términos generales, las iglesias que tienen orden, aquellas que no lo tienen y las que están sumidas en el caos. Las iglesias que tienen cultos hermosos y cultos sencillos, cultos improvisados y espontáneos, e iglesias cuyos ministros piensan que deben hacer un cruce entre el apóstol Pablo, (la Gracia) Moisés (La Ley) y Bob Hope. (Algo común)
El motivo supremo por el que el Señor Jesús nació de la virgen María y padecer luego como Cristo bajo Poncio Pilato, ser crucificado, morir y ser sepultado; el propósito por el que venció la muerte y resucitó de entre los muertos es para poder convertir a los rebeldes en adoradores. Somos los receptores de una gracia destinada a salvarnos de nuestro egocentrismo, para convertirnos en adoradores.
Thomas Boston, dijo que la diferencia entre el hombre y los animales es que una bestia mira el suelo, y el hombre fue hecho para mirar a lo alto. Un hombre puede relacionarse con el Dios de los cielos, mientras que el animal camina y solo ve el suelo que tiene bajo sus cortas patas. El hombre puede mirar los cielos, en lo alto. Una bestia se doblega bajo su carga, pero un hombre levanta su corazón en alabanza a quien la llevó por él, Jesucristo.
A Dios le interesa muchísimo más tener adoradores que obreros. Lamentablemente, la mayoría de los evangélicos no comparten este interés. Se han visto reducidos a la postura en la que Dios es un supervisor desesperado que busca ayuda. Aguardando en el andén de la carretera, intenta descubrir cuántos ayudadores vendrán a rescatarlo, a sacarlo de una situación difícil. Creemos, equivocadamente, que Dios necesita obreros, de modo que decimos alegremente: “Iré a trabajar para el Señor”. Ojalá pudiéramos recordar que, por lo que respecta a sus planes, Dios no nos necesita.
Creo que debemos trabajar para el Señor, pero esto es cuestión de gracia por parte de Dios. Sin embargo, no creo que debamos trabajar hasta que no hayamos aprendido a adorar. Un adorador, puede trabajar, dotando su trabajo de una cualidad eterna, pero un trabajador, que no adora, no hace más que apilar madera, heno y hojarasca para el momento en que Dios haga arder el mundo. El Señor quiere adoradores antes que obreros. Nos llama de vuelta a aquello por lo que fuimos creados: adorarlo y disfrutar de Él para siempre. Y así, de nuestra profunda adoración, fluirá nuestro trabajo para Él. Nuestro trabajo sólo es aceptable para Dios si también lo es nuestra adoración.
Muchos de los grandes himnos de la Iglesia nacieron de un avivamiento de algún tipo. Pueden rastrearse por la Reforma luterana, el avivamiento de Wesley y el moravo. Esos himnos nacieron de los tiempos en los que la Iglesia de Dios adoraba y trabajaba. El Espíritu se derramaba sobre ella, los cielos se abrían, y había visiones de Dios; del trono en las alturas bajaba el resplandor que reflejaban los corazones de su pueblo.
Si el diablo tiene sentido del humor, creo que debe reírse sujetándose sus costados inmundos cuando ve iglesias de cristianos muertos, que cantan un himno escrito por un compositor sí despierto espiritualmente y adorador. Hay muchos grandes himnos que no me gustaban hace años, porque cuando los oía en alguna reunión de oración sin vida, con un líder de alabanza reseco que no esperaba nada y que tenía ante sí una congregación yerta que tampoco lo esperaba. Ambas partes se habrían sorprendido si hubiese pasado algo. Tenían un espíritu de falta de expectación. La genuina adoración, agradable a Dios, crea dentro del corazón humano un espíritu de expectación y de anhelo insaciable.
Debemos comprender que el Espíritu Santo solo desciende a un corazón que participa en la adoración. Partiendo de su adoración intensa, Dios lo llamará a la obra. Sin embargo, al Señor no le interesa que usted se ponga de pie de un salto e inicie algún proyecto religioso chapucero.
Aquí es donde se encuentra la Iglesia contemporánea.
Con toda charla absurda, carente de preparación y vacía espiritualmente que propague un individuo un tanto ambicioso, puede dar pie a un movimiento religioso, como el llamado “Tabernáculo del Evangelio de la Hoja de Parra”. Las personas escucharán e intentarán ayudar a aquel hombre que jamás en su vida ha sabido nada de Dios. Muchos confunden este amateurismo alocado como una adoración dinámica espiritualmente, y se lo ofrecen a Dios. Desde mi punto de vista, es improbable que alguien que adore a Dios haga algo inusual o fuera de lugar. Nadie que sea un verdadero adorador se entregará a proyectos religiosos carnales y mundanos.
Cada vislumbre que tenemos de las criaturas celestiales las muestran adorando.
En Ezequiel 1:1-28 y pienso en aquellos seres alados, extraños y hermosos, allá en lo alto; son criaturas que bajan sus alas y se inclinan en silencio ante el trono de Dios, sumidas en adoración reverente. Cuando escuchan la voz del Señor, alzan sus alas y caminan derechas hacia delante, y cuando andan no se vuelven (véase v. 12). Esto también me gusta. Es una imagen gloriosa de las criaturas y del pueblo de Dios, que adoran sumidos en una maravilla y alabanza extáticas.
Luego encontramos, en el capítulo sexto de Isaías, un relato de adoración arrebatada: “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban” (Is. 6:1-2. Se respondían unas a otras, como en una antífona, y decían: “...Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”. Y el templo se llenó de incienso, y sus puertas temblaron, y también sus columnas (vv. 3-4). Aquellos seres adoraban a Dios inmersos en un asombro gozoso y temible. No eran estallidos irreverentes y emocionales, que solo sirven para conmover la carne.
La adoración la encontramos también en el libro de Apocalipsis, capítulo 4: “Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (vv. 9-11).
Y un poco más adelante dice: “Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros, y adoraron al que vive por los siglos de los siglos” (Ap. 5:13-14).
Aquí veo una imagen maravillosa de cierto tipo de seres llamados “ancianos”. No sé si son ancianos como los que elegimos en nuestras iglesias o no. Luego están las bestias, a las que también se les llama “seres vivientes”. Todos adoran al Señor Dios, y siempre que miramos los cielos, los vemos dedicados a la adoración.
Si la adoración lo aburre, no estás listo para el cielo.
La adoración es la atmósfera misma del cielo, que se centra en la persona de Jesucristo.
Creo en la justificación por la fe con tanta firmeza como Martín Lutero. Creo que solo podemos ser salvos por fe en el Hijo de Dios como Señor y Salvador. Pero lo que me preocupa es esa cualidad del proceso de ser salvos, vista hoy día, que lo convierte en algo automático. Funciona más o menos así:
Dios tiene un plan para tu vida.
¿Eres pecador? Si.
¿Quieres ser salvo? Si.
Repite esta oración, no demoras mas de tres minutos… “Señor te recibo en mi corazón, como mi Señor y Salvador, lávame con tu sangre amen”
Y el líder proclama: Ya eres salvo y eres miembro de la iglesia.
Pregunta: ¿Donde esta el arrepentimiento y la fe en la obra expiatoria de Cristo en la cruz? del supuesto nuevo creyente? Es así de sencillo. Después de eso, usted es salvo. Cuando le pregunten, si eres salvo limítese a decir: “ya hice la oración de “fe” acepté a Jesús y firmé en el papel”. Muy bien, no tiene nada de malo poner nuestra firma para que sepamos quiénes somos. El problema es que esa sea la única manera de que sepamos si algunas personas son cristianas. Qué trágico.
El cristianismo no es el resultado de venir a Dios y convertirse en un cristiano automático sacado del molde, al que se
le imprime la frase “Talla única”; “Dios hará por usted lo que ha hecho por otros”. Estas son expresiones maravillosas, que contienen cierto grado de verdad, pero nos alejan de la verdad absoluta. Nos acercamos a Cristo para ser redimidos individualmente, para ser hechos a su imagen; para ser cristianos vibrantes, individuos únicos que aman a Dios con todo su corazón y que lo adoran en la hermosura de la santidad.
La adoración no solo es la tarea normal de los cristianos, sino también un imperativo.
El libro de Lucas nos dice que cuando se acercaron al monte de los Olivos, toda la multitud de discípulos empezó a regocijarse y a alabar a Dios a gran voz, por todas las obras poderosas que habían visto (Lc. 19:37). Algunas personas creen que están adorando cuando hacen mucho ruido, mucho escándalo. Nunca pueden adorar sin que haya ruido y conmoción. El ruido religioso y la adoración no significan necesariamente lo mismo.
Por otro lado, quiero hacer una advertencia a las personas cultas, calladas, contenidas, serenas y sofisticadas, tan seguras de sí mismas que les avergüenza que alguien diga “amén” en voz alta durante un culto en la iglesia. A lo largo de la historia, el pueblo de Dios siempre ha sido un poco ruidoso.
Una querida santa inglesa, que vivió hace seiscientos años, llamada lady Juliana de Norwich. Un día estaba meditando en lo alto y sublime que era Jesús y, aun así, en cómo se había humillado para adecuarse a la parte más ínfima de nuestro deseo humano. De pronto, no pudo controlarse. Dejó escapar un grito y oró en voz alta en latín, diciendo “¡Bien, pues gloria a Dios! ¿No es esto algo maravilloso?”.
Si esto le molesta, algo anda mal.
Nuestro Señor se enfrentó a esta crítica: “Cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto” (Lc. 19:37). Estoy bastante seguro de que no todos afinaban bien. Cuando vemos a una multitud de personas a las que el Señor ha bendecido, que se dejan llevar por la adoración y la alegría, siempre cabe la posibilidad de que no canten a Dios con una gran calidad musical.
“Diciendo: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas! Entonces algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos” (vv. 38-39). A los fariseos les ofendió que alguien cantase en público la gloria de Dios. Por eso dijeron a Jesús: “Maestro, reprende a tus discípulos”.
“Él, respondiendo, les dijo: Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían” (v. 40). Lo que dijo Jesús es que Él era digno de adoración. A aquellos fariseos les hubiera dado un pasmo si hubieran oído a una piedra alabar a Dios. Aquellas pobres personas alababan a Dios a voz en cuello.
La adoración es un imperativo moral, sin embargo creo que es la joya ausente en los círculos evangélicos. Tenemos la corona, pero faltan las joyas. La Iglesia se ha vestido con todos los ornamentos, pero le falta una joya reluciente: la adoración.
Esto tiene consecuencias prácticas en la iglesia local.
Por ejemplo, un hombre que nunca asiste a las reuniones de oración se encuentra haciendo parte en la junta de la iglesia, tomando decisiones por todos sus miembros. Jamás ira a una reunión de oración, porque no es un adorador, sino simplemente un sujeto que dirige la iglesia; y según su forma de pensar, ambas cosas se pueden separar. Hermanos, no es posible hacer eso.
No creo que nadie tenga derecho a debatir sobre un tema relativo a la iglesia, o votar, a menos que sea una persona que ora y adora. Solo un adorador tiene la capacidad de tomar decisiones espirituales dentro del contexto de la iglesia local. Si no somos adoradores, malgastamos el dinero de otros y solo conseguimos acumular madera, heno y hojarasca para que se quemen aquel último día. Podría parecer la tarea de todos los días, pero no es una adoración gloriosa.
La adoración es algo extraordinario, y prefiero adorar a Dios antes que a cualquier otra cosa que exista en todo el planeta.
Si usted entrase en mi estudio, vería montones de himnarios. Como cantante, dejo mucho que desear, pero eso no es asunto de nadie. Mi cántico es una expresión de mi adoración por el Dios todopoderoso que está en lo alto. Él me escucha mientras le canto viejos himnos franceses y traducciones de los antiguos cantos latinos, y también algunos remotos cánticos griegos de la Iglesia ortodoxa; y, por supuesto, las hermosas rimas y algunos de los cánticos más sencillos de Watts, Wesley y los demás. El himnario cristiano es algo hermoso donde comenzar un régimen cotidiano de adoración a Dios.
Algunos podrían decir que pasarse el tiempo adorando a Dios es un desperdicio. “Hay trabajo que hacer para el Maestro”, nos dicen. No hay tiempo para holgazanear, afirman, como si la adoración encajase en esta categoría. La parte positiva de esto es que, si usted adora a Dios, será una persona activa.
Las personas que ardían con la adoración radiante de Dios hicieron todas las cosas en la Iglesia de Cristo. Los grandes místicos, los grandes escritores de himnos y, los grandes santos fueron quienes hicieron todo el trabajo. Los santos que escribieron los grandes himnos que cantamos eran adoradores activos hasta el punto de que uno se pregunta cómo lo lograron. George Whitefield, Juan y Carlos Wesley, Bernardo de Claraval, Gerhard Tersteegen y otros escribieron nuestros himnos de fe. Cuanto más intensa fue su adoración, más amplio su trabajo.
Los hospitales en aquella época nacieron de los corazones de adoradores. Y así nacieron tambien los manicomios. Los hombres y las mujeres adoradores aprendieron a ser compasivos con aquellos cuyas mentes habían fallado.
Contemple algunos de los grandes progresos de la civilización y descubrirá que los hicieron hombres y mujeres adoradores. Siempre que la Iglesia salía de su letargo y se despertaba de su sopor espiritual, y llegaba a un renacimiento y un avivamiento, los adoradores estaban detrás del proceso.
Somos llamados a adorar y, cuando no lo hacemos, usando la plenitud de nuestro potencial como redimidos, fallamos a Dios. Cuando sustituimos la adoración por el trabajo, fallamos a Dios de maneras que no podemos ni siquiera entender. Cuando la gloria del Padre descendió sobre el templo en los días antiguos, los sacerdotes no podían estar allí ministrando, de lo temible que era su presencia.
Cuando un vendedor ambulante llegó a una ciudad donde tenía lugar un avivamiento de Carlos Finney, en Nueva Inglaterra, percibió que allí estaba pasando algo. Le preguntó al primer hombre con el que se encontró. Este le dijo: “En esta ciudad, se ha producido un avivamiento; Dios está aquí, y las personas se convierten, se cierran las tabernas y las casas de mala nota. Los hombres y las mujeres se arrepienten y purifican. Los malvados renuncian a sus hábitos cotidianos y hacen las paces con Dios. El Señor está en este lugar”.
Esto es lo que nos falta en las iglesias evangélicas de hoy dia. No lo vemos en nuestras conferencias bíblicas, ni en nuestras reuniones de campamento, o en nuestras congregaciones. La mayoría de iglesias de hoy día se dirige igual que puede dirigirse un club o una empresa, lo cual me entristece. Ojalá pudiéramos ser tales adoradores, de modo que cuando una persona entrase en una iglesia y descubriera al pueblo de Dios adorando, pudiera postrarse y decir: “Ciertamente, Dios está en este lugar”.
La presencia del Señor es lo más maravilloso del mundo. Una vez estuve orando debajo de un árbol junto a algunos predicadores y a un capitán del Ejército de Salvación. Yo oré, y los otros también. Luego, el hombre del Ejército de Salvación se puso a orar. No recuerdo una sola palabra de las que dijo, pero supe que allí estaba una persona que se relacionaba con Dios de una manera impresionante, maravillosa y elevada, sumida en el acto sagrado de la adoración.
Cuando yo era niño, pertenecía a una iglesia muy liberal. En aquella época, me faltaba información espiritual. Un domingo por la noche, una niña pequeña se puso de pie para cantar. Era jorobada, y su rostro expresaba que había sufrido mucho. Su aspecto físico no generaba ninguna expectación, al menos para mí. Sin embargo, cuando se puso a cantar, algo cambió. Qué rostro tan hermoso tenía. Estaba allí, de pie, cantando con su voz infantil. Adoraba a Dios.
Esto es lo que falta en nuestras iglesias.
Solíamos cantar un antiguo himno escrito por Isaac Watts.
Señor Jesús, Eterno Rey, las alabanzas de tu grey, acepta hoy que con fervor te ofrece en prueba de su amor.
Que nuestro culto al ofrecer, un pacto nuevo pueda ser del santo amor que solo a Ti debiera el alma darte aquí.
Y que tu gracia, buen Jesús, que al alma llena de tu luz, jamás nos llegue a faltar, y no podamos desmayar.
Que cada instante en nuestro ser un nuevo triunfo pueda haber, creciendo en gozo, fe y amor, hasta llegar a Ti, Señor. Amén.
“¿Por qué olvidar los prodigios que Él ha hecho?” ¿Por qué hemos de guardar silencio sobre las maravillas de Dios? “¿Por qué dejar en el olvido sus grandes obras?” Que toda la tierra confiese su poder, que toda la tierra adore su gracia. Todos, gentiles y judíos se unirán en la divina tarea de la adoración.
¡Oh, estas cosas me entristecen el corazón! Quiero estar entre adoradores. Quiero estar entre personas que perciban la presencia de Dios entre ellos, lo cual da como resultado una adoración radiante y, en ocasiones, extática.
Oración
Amado Señor Jesús, te amamos y amamos a tu santo Padre. Amamos al bendito Espíritu Santo, el Consolador, el Señor y dador de la vida, quien, junto con el Padre y el Hijo, es adorado y glorificado; te amamos, oh Dios. Tenemos la esperanza de pasar la eternidad contigo, no situados detrás del altar, sino como las criaturas que adoran en el fuego, imbuidas de un gozo admirable.
Anhelamos levantarnos para hacer tu obra en los confines remotos de la creación y regresar ante tu trono para informarte, oh Dios.
Esta es nuestra esperanza; antes pensábamos que la muerte era un río terrible, oscuro, espantoso y cruel; pero es la puerta a una nueva luz, y nos deleita mirar tu rostro y ver a tu pueblo, a Abraham, Isaac y Jacob, y sentarnos en el reino de Dios con personas de toda lengua y nación de la tierra. Oh, Señor, prepáranos para aquella hora.
Enséñanos el protocolo del cielo, la etiqueta del reino. Enséñanos de manera que luego no hagamos nada inusual al tomar nuestra arpa y unirnos a la compañía innumerable, o al cantar en el coro invisible.
Bendice a este pueblo, Señor. Espíritu Santo, brilla con tu luz divina sobre mi corazón. Espíritu Santo, te rogamos que desciendas con poder divino, y confieras poder y gracia y fortaleza a nuestros corazones, por amor de Cristo.
Continua en… LOS ELEMENTOS DE LA ADORACION GENUINA
“Amados, somos hechos a imagen y semejanza de Dios Gen. 1:26
para adorar a Dios, en el Espiritu” Jn 4:23-24
¡Jesus es el Señor!