El gran designio de la Iglesia
Las personas religiosas son muy ruidosas, hablan mucho y son muy activas. Pero la actividad porque sí no es de Dios. Lo primero que deberíamos rechazar es la idea de que la iglesia es un club social. Una iglesia debe mantener ciertos compromisos sociales y también cierta comunión, pero no somos un club social. Tampoco somos un foro de debate sobre los acontecimientos actuales. A menudo tendemos a leer alguna revista y luego despegar como un avión, usando como pista lo que acabamos de leer. Sin embargo, no somos un foro donde debatir las noticias de actualidad ni un teatro religioso donde artistas aficionados manifiesten sus talentos. No somos ninguna de estas cosas.
Somos un pueblo santo, real sacerdocio, generación santa, llamada de las tinieblas para manifestar la gloria de Aquel que nos sacó de ellas. Deberíamos dar los pasos que fueran necesarios para cumplir nuestro elevado destino como Iglesia del Nuevo Testamento. Hacer menos que eso supone fracasar por completo, fallar a Dios y también a nuestro Señor Jesucristo, quien nos redimió. Significa fallarnos a nosotros mismos y a nuestros hijos. Supone fallarle al Espíritu Santo, que procede del corazón del Señor Jesús para llevar a cabo una obra en nosotros. Esa obra es necesaria para hacer de nosotros un pueblo santo, un pueblo santificado que sea espejo del Todopoderoso que refleja la gloria del Dios altísimo.
¿Por qué es importante esto? Por la sencilla razón de que si una iglesia local de una generación no alcanza su gran destino —la adoración—, la siguiente generación de esa iglesia abandonará la fe por completo. Es así como llegamos al liberalismo. Muchas iglesias son la prueba de que la generación anterior le falló a Dios, y como resultado la generación actual sucumbe al liberalismo y no predica en absoluto la Palabra. Como no tienen el Espíritu de Dios sobre ellos y carecen de líderes bautizados en el fuego, necesitan compensarlo de alguna manera. Por eso, se sostienen a base de actividades sociales y sin perderse nada de lo que suceda en el mundo. Pero como iglesia, han fracasado, ya no lo son. La gloria los ha abandonado.
Si pudiéramos ver la nube que se cierne sobre nuestras iglesias, aquella nube que una vez pendió sobre el campamento israelita en el desierto, podríamos identificar fácilmente a las iglesias que actúan de acuerdo con su naturaleza espiritual. Si se nos permitiera ver el fuego de noche y la nube de día, que penden como una pluma sobre las iglesias que complacen a Dios, me pregunto cuántas veríamos que testifican al mundo que son la morada de Dios. En lugar de eso, quizá viéramos solo monumentos repartidos por el campo.
No debemos aceptar una iglesia como es o como la encontramos. Debemos confrontarla con la Palabra de Dios para comprobar si es como debería ser. Luego, con reverencia y en silencio, lentamente pero con seguridad, con paciencia y amor, debemos conseguir que vuelva a parecerse a la del Nuevo Testamento, para ver si es así como sería si el Espíritu Santo se complaciera en ella.
Y cuando eso sucede, el Espíritu Santo empieza a brillar como luminarias en la iglesia. Eso es lo que anhela ver mi corazón. Dios mío haz esto realidad ahora en nosotros.
Continua en… “Viva conforme al propósito para el que fue creado”
Amados, somos hechos a imagen y semejanza de Dios Gen. 1:26,
para adorar a Dios, en Espíritu y en verdad” Jn. 4:23-24
¡Jesús es el Señor!