El fruto de la santificación (Punto 3)
“Así como el Santo, quien os llamó, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 P. 1:15). El Señor es santo y puesto que El nos llamó, estamos en la posición de santidad; por eso, también debemos serlo en nuestra vida cotidiana. ¿Cómo podemos ser santos ante Dios sin ser santos ante los hombres? Nuestra vida debe expresar que somos un
pueblo santo y separado, santificado para Dios.
“Más ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos esclavos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Ro. 6:22). Agradecemos a Dios por habernos librado del pecado y apartado para Dios. Ahora somos cautivos de Dios y debemos llevar como fruto la santificación. No debemos presentar nuestros miembros a la iniquidad y la injusticia, sino a la justicia y entregarnos totalmente a Dios como esclavos Suyos, y llevar el fruto de la santificación.
“Así que, amados, puesto que tenemos estas promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Co. 7:1). Debemos deshacernos de lo que contamine nuestro cuerpo y espíritu y de todo lo que no sea de Dios, y debemos llevar el fruto de la santificación en el temor de Dios. “Santifícalos en la verdad; Tu palabra es verdad” (Jn. 17:17). Ser santificado en la verdad equivale a llevar el fruto de la santificación día a día. Dicha verdad es la palabra de Dios. Cuando comparamos nuestra conducta diaria con la verdad de Dios, todo lo que no sea santificado ante Dios es erradicado por la palabra de Dios a fin de que seamos purificados.
Esto se relaciona con el avance diario y no se lleva a cabo inmediatamente ya que esto es obra del Espíritu Santo, el cual labora constantemente en nuestra vida según la verdad.
Algunos dicen que la santificación se lleva a cabo de inmediato y que podemos ser santificados instantáneamente; pero esto es imposible.
Indudablemente, hay verdaderas experiencias súbitas de victoria sobre los pecados, pero no las podemos llamar santificación. Ser santificado significa ser apartado para Dios; y la victoria instantánea sobre el pecado la llamamos liberación. Una interpretación errónea puede producir un resultado erróneo. “Porque ellos, por pocos días nos disciplinaban como les parecía, pero El para lo que es provechoso, para que participemos de Su santidad” (He. 12:10). La disciplina es otro medio por el cual podemos producir el fruto de la santificación y cuando nos desviamos, Dios nos regresa a la senda de la santidad por medio de Su disciplina a fin de que seamos partícipes de Su santidad y le pertenezcamos por completo.
Finalmente, vemos que el fruto de la santificación no se relaciona solamente con nuestra conducta, sino con la experiencia de acercarnos a Dios y tener comunión íntima con El. “Seguid... la santificación, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12:14). Aunque tenemos la posición de ser santos y podemos entrar con confianza al Lugar Santísimo a fin de tener una relación estrecha con Dios, si no nos mantenemos en esa posición, podemos pensar que no podemos tocar a Dios; por lo tanto, debemos procurar la santidad, pues sin ella nadie verá al Señor. “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo, sean guardados perfectos e irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Ts. 5:23-24). W. Nee