Los Beneficios de creer en el Señor Jesus
La persona que creyó en el Señor Jesus, independiente de su estatus, profesión, sexo, nacionalidad, clase social, nivel de estudios, recibió inmediatamente y de manera gratuita, una serie de beneficios que describiremos a continuación. Nuestro objetivo al destacar lo que el creyente en Cristo recibió es, en primer lugar, que valore más su salvación, que viva una vida cristiana con un gozo cada vez más grande. En segundo lugar, que anuncie las buenas nuevas y que siempre predique este evangelio de la gracia a los inconversos.
l. Ser iluminado
“El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región de sombra de muerte, luz les resplandeció” (Mateo 4:16).
El apóstol Juan, en una de sus epístolas, también dijo: “Sin embargo os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra” (1 Juan 2:
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Cuando el evangelio fue predicado y creímos en el Señor, la primera cosa que recibimos fue una luz, fuimos iluminados. Vivíamos en las tinieblas y, por tanto, en una condición de impureza, desorden, confusión. Estábamos acostumbrados a esa vida, muy cómodos, pensábamos que no teníamos ningún problema. Si alguien nos llamaba pecadores, nos molestábamos con esa persona y hasta nos alejábamos de ella pensando que fue muy dura e injusta con nosotros. Pero, gracias a Dios, la luz llegó a nosotros pudimos ver nuestra verdadera condición y eso generó el segundo punto del beneficio que obtuvimos al creer en el Señor.
ll. Arrepentirse
“¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? (Romanos 2:4).
Al ser expuesta nuestra verdadera condición por la fuerte iluminación del Señor, inmediatamente nos arrepentimos, es decir, experimentamos un cambio de manera de pensar. Estábamos andando en una dirección contraria a Dios, y nos volvimos a Él. Este es el verdadero significado de la palabra arrepentimiento, y fue un beneficio más que recibimos al creer en el Señor Jesús.
lll. Confesar los pecados y ser perdonado
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad “(1 Juan 1:9). Al ser iluminados por el Señor nos arrepentimos y fuimos llevados a confesar nuestros pecados. De esta manera, disfrutamos de otro beneficio: el perdón de Dios.
IV. Tener el registro de los pecados borrado
“Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircucisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándonos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Colosenses 2:13-14).
El Señor Jesús, además de perdonarnos, eliminó y anuló completamente el registro de la deuda que teníamos con Dios en la cruz. Es decir, hoy tenemos un “registro limpio” delante de Él.
V. Ser justificado
“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24). “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (5:1).
Ser justificado es ser aprobado por Dios, de acuerdo con su patrón; es tomar a Cristo como nuestra justicia mediante la fe. En palabras sencillas, ser justo es hacer la voluntad de Dios. En Adán, todos los hombres llegaron a ser injustos a los ojos de Dios. En el libro de Génesis vemos que el hombre, engañado por la serpiente, desobedeció a Dios al tomar el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, en consecuencia fue expulsado del huerto del Edén (Génesis 3:1-8, 24). Sin embargo, Dios proveyó una manera para hacernos justos y aptos para volver a su presencia. Por lo tanto, nuestra justificación viene de Dios mismo, y la manera de recibirla es por la fe, es decir, por medio de la acción de creer en el Señor. El apóstol Pablo dice: “Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Romanos 10:4). Nos bastó sólo creer en el Señor Jesús para llegar a ser justos delante de Dios. Por el derramamiento de su sangre, fuimos justificados.
VI. Ser santificado
“A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo, Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”(1 Corintios 1:2).
Además de ser justificados, fuimos también santificados. Ahora somos santos porque fuimos apartados del mundo por el Señor y fuimos puestos en una posición santa a fin de que recibamos continuamente del dispensar de su naturaleza santa. Para ilustrar la santificación, podemos usar como ejemplo un vaso que estaba tirado en el barro y alguien vino, lo sacó de aquel lugar, lo lavó y lo dejó limpio y listo para recibir algún líquido saludable como su contenido. Espiritualmente hablando, esta era nuestra condición antes de creer en el Señor Jesus. Fuimos sacados del mundo (del barro), lavados (por su sangre preciosa) y cambiados de posición. Así pudimos recibirlo como nuestra vida.
“Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo 2:21).
Vll. Ser reconciliado con Dios
“Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Romanos 5:11).
Antes de creer en el Señor éramos enemigos de Dios, es decir, no teníamos paz con Él y, por tanto, no podíamos disfrutar de Su presencia ni Él de la Nuestra. Pero al creer en la obra redentora de Cristo, fuimos reconciliados con Dios y ahora podemos vivir constantemente en comunión con Él, pero, en el Espiritu.
VIII. Ser regenerado
“Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23).
Ser regenerado significa obtener una nueva vida. Al recibir la vida de Dios, una simiente incorruptible fue plantada en nosotros. Cuando la simiente de la vida divina se desarrolle totalmente, Cristo será plenamente engendrado en nuestro interior; en otras palabras, seremos como Cristo es, en vida y naturaleza, pero, sin la Deidad. Desde que Dios formo al hombre, deseó que disfrutara de su vida, representada por el árbol de la vida, que estaba en el huerto del Edén. Sin embargo, el hombre desobedeció a Dios y fue expulsado del huerto. Entonces, Dios puso querubines para guardar el camino al árbol de la vida (Génesis 3.24). Por medio de la obra que el realizó por nosotros, comenzamos a disfrutar de los beneficios antes mencionados, gratuitamente. Además, nos fue abierto un nuevo y vivo camino (Hebreos 10:19-20) y ahora podemos comer del fruto del árbol de la vida que hoy significa leer la Biblia con un corazón vuelto hacia el Señor, buscando su presencia en la lectura, en la oración, para que ésta se convierta en nuestro alimente espiritual y no una simple doctrina. También debemos invocar constantemente el nombre del Señor, declarando así nuestra total dependencia de Él. De esta manera, todos estos puntos serán muy reales en nuestra experiencia y la vida divina crecerá poco a poco en nosotros.
Dong Yu Lan