LA CENA DEL SEÑOR (9)
¿Cuál es el significado de la Cena del Señor, y por qué la celebramos semanalmente los Cristianos?
3. Las personas para quienes se instituyó la Cena del Señor
Vamos a considerar ahora las personas para quienes -y para quienes solamente- se instituyó la Cena del Señor. Ella fue instituida para la Iglesia de Dios, para la familia de los redimidos. Todos los miembros de esta familia debieran tomar parte allí; pues el que se ausenta sin causa, incurre en la culpa de desobediencia al claro mandamiento de Cristo y de su inspirado apóstol, lo que traerá como consecuencia una positiva declinación espiritual y un completo fracaso en el testimonio para Cristo. Pero estas consecuencias son sólo el resultado de un ausentismo voluntario de la Mesa del Señor. Hay circunstancias en que, por más que uno tenga el más ferviente deseo de estar presente a la Mesa del Señor -y una mente espiritual siempre sentirá la necesidad-, puede verse impedido de hacerlo por motivos de fuerza mayor. Pero podemos afirmar, como principio de verdad, que es imposible que uno haga progreso en la vida divina si, de su propia voluntad, se ausenta de la Mesa del Señor. Se le ordenó a “toda la congregación de Israel” celebrar la Pascua (Éxodo 12). Ningún miembro de la congregación podía ausentarse sin exponerse al castigo, como lo vemos en el libro de los Números, capítulo 9:13: “Mas el que estuviere limpio, y no estuviere de viaje, si dejare de celebrar la pascua, la tal persona será cortada de entre su pueblo; por cuanto no ofreció a su tiempo la ofrenda de Jehová, el tal hombre llevará su pecado.”
Motivos que mantienen ausente al creyente de la Mesa del Señor
Si pudiera despertar un mayor interés sobre este importante tema, un gran servicio se rendiría a la causa de la verdad, y los intereses de la Iglesia de Cristo recibirían un nuevo impulso. Hay muchísima ligereza e indiferencia en los corazones de los cristianos en cuanto a su participación a la Mesa del Señor. En otros casos, cuando no se trata de indiferencia, la tendencia a abstenerse de participar surge de una comprensión imperfecta de la justificación por la fe y de una incapacidad de elevarse hasta el terreno en el cual la gracia nos ha colocado. Estos dos obstáculos, por diferentes que sean en sí mismos, tienen una sola y misma causa: el egoísmo.
La indiferencia
El indiferente permite con facilidad que las circunstancias de importancia mínima le impidan asistir: ocupaciones de la casa, querer su propia comodidad, mal tiempo, ligeras o, como a menudo sucede, imaginarias indisposiciones físicas, son unos pocos de tantos otros pequeños impedimentos. Si se tratara de intereses materiales, de la consecución de algún objeto terrenal, no nos dejaríamos detener por ninguna de estas cosas. No les prestaríamos la menor atención. ¡Cuán a menudo puede observarse que los creyentes que no tienen la suficiente fuerza espiritual para dejar sus casas el domingo, tienen abundante fuerza corporal el lunes para hacer varios kilómetros en vista de sus asuntos terrenales! ¡Es lamentable que así sea! ¡Qué triste es pensar que la ganancia terrenal pueda tener una mayor influencia en el corazón de un cristiano, que el honor de Cristo y el bien de la Iglesia! En este contexto debemos considerar la Cena del Señor. ¿Cuáles serían nuestros sentimientos si, en la gloria, fuésemos llamados a recordar que nuestros negocios o cualquier otro objeto o circunstancia terrenal hayan podido ocupar nuestro tiempo y nuestras energías, cuando descuidamos la reunión de los amados de Dios a la Mesa del Señor?
Querido lector cristiano, si tienes la costumbre de descuidar la reunión de los creyentes, te suplico que pienses seriamente delante del Señor en las tristes consecuencias de tu ausencia de ella: Faltas en tu testimonio para Cristo, provocas daños y perjuicios a las almas de tus hermanos, e impides el crecimiento de tu propia alma en la gracia y el conocimiento de Jesucristo. No vayas a pretender que tu manera de actuar no tenga ninguna influencia en la Asamblea de Dios. O bien eres de ayuda para los miembros del Cuerpo de Cristo en la tierra, o bien eres un estorbo; pues “si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él” (1.ª Corintios 12:26). Este principio no ha perdido ni su verdad ni su fuerza, aun cuando los cristianos estén dispersos en innumerables partidos. Es tan divinamente verdadero, que no hay un solo creyente en la tierra cuyas acciones no sean de ayuda o de estorbo para cada miembro del Cuerpo de Cristo. Si es verdad el principio enunciado -a saber, que la reunión de los cristianos para el partimiento del pan en una determinada localidad, es, o al menos debiera ser, la expresión de la unidad de todo el cuerpo-, nadie puede dejar de ver que su ausencia de la asamblea, o el hecho de no unirse a sus hermanos para dar expresión a esa unidad, provoca un serio daño a los hermanos y a uno mismo. Apelo al corazón y a la conciencia del lector, y ruego al Señor que estas consideraciones calen hondo en su alma[8]. Cont…