La Práctica De La Verdad
Semana 4 - El Oro Transparente [2]
Lunes
Leer con oración:
Mt 3:11; 1 P 1:6-7; 4:12-13
“Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”(2 Co 4:17)
La Experiencia De Pedro Al Tratar Con La Vida Del Alma
El Espíritu Santo nos ha llevado a seguir la línea del Espíritu y la vida, del ministerio del apóstol Juan en su madurez. Con una edad bastante avanzada, Juan se acordó de cuando estuvo con Pedro y también de sus experiencias.
La vida del alma de Pedro era extremadamente fuerte y, en la etapa inicial de su caminata con el Señor, él tuvo que tratar con ella por medio del sufrimiento. Al final, se dio cuenta de que los sufrimientos no eran suficientes para eliminarla por completo, porque mientras sufría, aparentemente la vida del alma desaparecía durante algún tiempo, pero eso no era duradero porque después que el sufrimiento pasaba, ella se volvía fuerte nuevamente.
Así como Pedro, nosotros tenemos el mismo problema. Si bien nadie quiere que la vida del alma permanezca siendo una barrera o estorbo para la obra del Señor, sabemos que es difícil eliminarla de nuestro ser.
Cuando actuamos impulsados por nuestra vida del alma, no cumplimos la voluntad de Dios. Por eso ella debe ser eliminada por el fuego que nos purifica (1 P 4:12). En Mateo 3:11, Juan el Bautista afirma que el Señor bautizaría en Espíritu Santo y fuego. Aunque el término “fuego” en este versículo es entendido por muchos estudiosos como el fuego inextinguible, citado en el siguiente versículo, la conjunción “y” indica que, pese a ser bautizados en Espíritu Santo, también necesitamos pasar por el bautismo en fuego. Este fuego se refiere a la obra transformadora del Espíritu en nuestra alma en esta era.
En su primera epístola, Pedro habla del fuego dos veces. La primera se encuentra en 1:6-7: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”. En este trecho, él se refiere a las pruebas que sufrimos para que el Señor purifique nuestra fe, así como el fuego purifica el oro. En su estado natural, el oro contiene impurezas que necesitan ser retiradas, para que éste llegue a ser de gran valor. Esto ocurre cuando se calienta a una temperatura de más de mil grados Celsius. Cuando eso ocurre, éste se vuelve líquido y por ser un metal de gran densidad, se deposita en el fondo; así las impurezas suben a la superficie y pueden ser retiradas.
La segunda vez que Pedro escribe sobre el fuego está en 4:12-13, donde leemos: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría”. Las pruebas por las cuales el Señor permite que pasemos no son algo extraordinario; al contrario, son parte de la obra del Señor en nosotros, al hacernos participantes de Sus sufrimientos en esta era.
Si nos gozamos en los sufrimientos, que son leves y momentáneos cuando los comparamos al eterno peso de gloria que recibiremos (2 Co 4:17), cuando el Señor vuelva, nos gozaremos con gran alegría. ¡Qué bendición es ser trabajados por el Señor en esta era!
Punto Clave:
No sorprendernos del fuego de prueba.
Pregunta:
En medio de las pruebas, ¿usted percibe que el Señor quiere trabajar en usted y transformarlo?
La Práctica De La Verdad
Semana 4 - El Oro Transparente [2]
Martes
Leer con oración:
Sal 32:1-5; 51:1-10, 17
“Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.”(Stg 1:2-3)
El Que Persevere Hasta El Fin Será Salvo
Pedro descubrió que el Espíritu y el fuego están asociados, por eso, en su primera epístola, él describe que “sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 P 1:7). Pedro se dio cuenta de que, cuando se volvía al Espíritu, ese fuego consumía su vida natural. En su vivir, él reconocía que su vida del alma era muy fuerte. Aunque había intentado eliminarla, esta volvía. Sin embargo, cuando vio el Espíritu Santo y el fuego, él descubrió el secreto. Era como si dijera: “Basta estar en el espíritu, porque ahí está el fuego. Cuando estoy en el espíritu, hay un fuego en mi interior que puede quemar mi vida del alma”.
A nadie le gusta tener la sensación de estar siendo quemado por el fuego. No es algo agradable, pero al entender ese aspecto de la obra transformadora del Señor, podemos gozarnos, así como Pedro, porque entendemos lo beneficioso que es estar en el espíritu: en él está el Espíritu Santo y el fuego. De este modo, al volvernos al espíritu, las impurezas de nuestra alma son quemadas.
Cierta vez un hermano testificó diciendo que percibía que su vida del alma era muy fuerte. Un día él se enfermó mucho y, como todos nosotros cuando tenemos una enfermedad grave, su primera reacción fue arrepentirse delante del Señor. Tras ese arrepentimiento, él presentó una buena recuperación.
Pasado un tiempo, empeoró nuevamente y oró: “Oh Señor, yo ya me arrepentí, ya me he confesado delante de Ti. ¿Será que aún hay algo dentro de mí relacionado a mi vida del alma?”. Y el Espíritu Santo le mostró que sí. Incluso estando en la camilla del hospital, él una vez más confesó y se arrepintió de nuevo. En esa segunda confesión, su arrepentimiento fue más profundo que el primero. Luego, él volvió a mejorar.
Tiempo después, él se puso mal por tercera vez. En ese momento reconoció que no había confesado lo suficiente y lo hizo de una manera aún más profunda, y el Señor lo perdonó nuevamente. A continuación testificó: “Yo sufrí y negué la vida del alma; sufrí de nuevo y me negué una vez más. Pero, pasado un tiempo, percibí que la vida del alma todavía estaba ahí”.
No nos desanimemos, pues nuestra alma caída ciertamente será transformada por el Señor. Pero es importante saber que, aunque hemos pasado por las situaciones que nos hicieron negarnos a nosotros mismos, no obtuvimos un “diploma” por eso. Cada situación es una nueva oportunidad de negar la vida del alma. Esto ocurrirá hasta la venida del Señor. Por eso el Señor dijo que “el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt 10:22; 24:13).
Punto Clave:
Rendirse cada día a la obra transformadora del Espíritu.
Pregunta:
¿Qué lecciones puede sacar del testimonio presentado hoy?
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Semana 4 - El Oro Transparente [2]
Miércoles
Leer con oración:
Gn 2:11-12; 1 Co 3:12; Ap 21:18
“Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo.”(1 P 1:7)
El Fuego Del Espíritu Como La Solución Definitiva Para La Vida Natural
No es muy eficaz eliminar la vida del alma simplemente mediante los sufrimientos. El pasar por tribulaciones en sí no es lo que nos transforma, sino volvernos a nuestro espíritu, donde habita el Espíritu del Señor. En esos momentos de sufrimiento y pruebas, es el Espíritu que opera en nosotros, y no el sufrimiento en sí. Si no nos volvemos al Espíritu que mora en nuestro espíritu, simplemente vamos a usar nuestra fuerza natural para intentar mejorar. Esto puede tener algún efecto temporal, pero, pasado el sufrimiento, volvemos a ser lo que éramos antes.
Por eso, en su primera epístola, Pedro dice que cuando somos afligidos por diversas pruebas, debemos gozarnos, porque esas tribulaciones del presente son por un breve tiempo y ocurren si es necesario. Luego, una vez que sea confirmado el valor de nuestra fe, que es mucho más preciosa que el oro perecedero, aunque es purificado por el fuego, resultará en alabanza, gloria y honra cuando Jesucristo sea manifestado (1 P 1:6-7).
Nuestra vida del alma es fuerte. Cuando ésta se manifiesta y somos iluminados, percibimos que aún está muy activa y espontáneamente intentamos suprimirla por nosotros mismos. Decidimos no actuar más de aquella forma o pensar de cierta manera, pero repentinamente se manifiesta de nuevo, pues así es nuestro ser natural. Esta es nuestra historia donde quiera que estemos. La solución, el secreto, es volvernos al espíritu, donde está el fuego del Espíritu que puede quemar la vida del alma. ¡Alabado sea el Señor!
De entre más de 100 elementos químicos, el oro es uno de los que tiene una temperatura más alta de fusión. Para que el oro sea refinado, el mineral impuro es puesto en un recipiente llamado crisol; luego es colocado en el fuego, a altísima temperatura, por sobre los mil grados Celsius. En este punto el oro se funde. Puesto que el oro es un metal pesado y los demás metales son relativamente más livianos, el oro permanece en el fondo del crisol y los demás suben y pueden ser retirados.
Todos nosotros necesitamos tener la experiencia de pasar por el fuego. Este fuego está en nuestro espíritu, por tanto, cuando estamos en el espíritu, el fuego comienza a operar y separar las impurezas de nuestro ser natural. Una vez que son removidas, lo que queda es el oro, es decir, la naturaleza divina.
El oro físico nunca es cien por ciento puro, y Pedro lo llama oro perecedero, pero el oro en la Biblia se refiere a la naturaleza divina. Éste es mencionado en Génesis 2:11-12, Primera de Corintios 3:12 y Apocalipsis 21:18. A este oro – la naturaleza divina en nosotros – es al que Pedro se refiere cuando menciona el valor aumentado de la fe después de ser purificada por el fuego: “Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 P 1:7).
¡Este es el “oro” que debemos desear!
Punto Clave:
La fe probada es como el oro refinado.
Pregunta:
¿Cómo puede convertirse en oro puro su vieja naturaleza caída?
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Semana 4 - El Oro Transparente [2]
Jueves
Leer con oración:
Gn 2:10-12; Ap 21:18, 24-25
“Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará.”(1 Co 3:12-13)
Las Oportunidades Para Que La Vida Divina Crezca En Nosotros
Además de la vida humana que recibimos de nuestros padres, obtuvimos otra vida por medio del nuevo nacimiento: la vida divina: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (1 P 1:3). Cuando recibimos al Señor, la vida divina que entró en nosotros (Jn 1:12-13) aún se encuentra en una proporción pequeña, como una semilla (1 P 1:23), pero tenemos una esperanza viva de que esta vida crecerá y que el Señor hará surgir oportunidades en las cuales las impurezas en nosotros serán removidas. Esta esperanza viva es que un día recibiremos una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para nosotros (v. 4).
El versículo 5 dice que somos “guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”. Esta será nuestra salvación completa: nuestro espíritu, alma y cuerpo serán salvos. Sin embargo, el versículo 6 dice que en el presente necesitamos aprender varias lecciones: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas”. Esta es la etapa de nuestra jornada cristiana por la cual todos necesitamos pasar; es la etapa del crisol. De esta forma seremos purificados, refinados, limpiados de las impurezas; por ello, durante un tiempo breve, seremos afligidos en diversas pruebas.
El oro transparente de la nueva Jerusalén será el resultado del trabajar de la vida divina en nosotros. Una vez que seamos refinados por el fuego, es decir, por la obra transformadora del Espíritu en nosotros, seremos más preciosos que el oro perecedero. Esta preciosidad es completamente diferente al oro que conocemos hoy. En la eternidad futura, la nueva Jerusalén será una ciudad de oro puro, semejante al vidrio limpio (Ap 21:18). Si el oro de la nueva Jerusalén fuera lo que conocemos hoy, opaco, por el cual no pasa luz, ¿cómo la ciudad podría iluminar a todas las naciones de alrededor? (vs. 24-26). ¡Sería imposible! Pero ese oro es muy especial, será transparente y puro, demostrando el resultado del trabajar del Señor en nosotros.
La primera vez que el oro es mencionado en la Biblia es en Génesis 2:10-12: “Y salía de Edén un río para regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro brazos. El nombre del uno era Pisón; éste es el que rodea toda la tierra de Havila, donde hay oro; y el oro de aquella tierra es bueno; hay allí también bedelio y ónice”.
El versículo 12 dice que el oro de esa tierra era bueno. Éste prefigura nuestra experiencia de pasar por la purificación del Señor, puesto que el oro es purificado por el fuego que remueve las impurezas. El producto final es un oro especial, más precioso que el oro perecedero, un oro transparente.
El río Pisón prefigura al río de agua de vida que fluye hasta la nueva Jerusalén. Por medio del fluir del río de la vida y el trabajar del Señor en nosotros, recibimos “el oro” no perecedero y somos transformados en “piedras preciosas” que finalmente compondrán la nueva Jerusalén. Esto ocurrirá cuando Jesucristo sea manifestado, lo que resultará en alabanza, gloria y honra.
Punto Clave:
Refinados, purificados y transformados.
Pregunta:
¿Cuál será el resultado del trabajar de Dios y del quemar del Espíritu en nuestro ser?
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Semana 4 - El Oro Transparente [2]
Viernes
Leer con oración:
He 2:5-7; 4:15; 1 P 1:6-7; Ap 21:23
“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor ”(2 Co 3:18)
La Vida Del Alma: El Impedimento Para Nuestra Transformación
Dios quiere hacernos útiles para Su reino y entregarnos el gobierno del mundo venidero, por eso hoy Él nos está preparando (He 2:5). El hombre fue creado para ir al encuentro de la necesidad de Dios. Pero, para gobernar el mundo venidero, el hombre necesita solucionar su problema: la naturaleza caída heredada de Adán, que lo lleva a cometer todo tipo de pecado y a ser independiente de Dios.
Mateo 1:1 dice que el Señor Jesús era descendiente de David. Al nacer de María, Él se revistió de la naturaleza humana, participando de carne y sangre, semejante a nosotros, pero sin pecado (He 2:14; 4:15). Por eso, aunque era Hijo, el Señor aprendió la obediencia por las cosas que padeció (5:
, sometiéndose a la voluntad del Padre, al punto de morir en la cruz por nosotros. Él sabía que lo que más estorba al hombre para hacer la voluntad del Padre es el viejo hombre, el ego, el hombre natural, es decir, la vida del alma.
El objetivo del Señor después de que nacemos de nuevo es trabajarse en nosotros para eliminar la vida del alma caída. Entonces Pedro, al reflexionar sobre su vivir, se dio cuenta de que, para que eso sucediera, necesitaba el fuego (1 P 1:6-7). Si nuestra meta es crecer en la vida divina, necesitamos eliminar la vida del alma por medio del fuego. Nadie va a llevar su vida del alma al reino; Dios trabaja en nosotros en la era presente, por eso necesitamos rendirnos al Señor para que Él la elimine con el fuego que está en nuestro espíritu.
En la vida de la iglesia nos servimos los unos a los otros y, de vez en cuando, expresamos nuestra vida natural por medio de opiniones, preferencias y puntos de vista. ¡Nuestra vida del alma está llena de opiniones! Actuar según la vida natural nos causa sufrimientos, pruebas y tribulaciones, pero no son los sufrimientos los que van a transformarnos, pues todos los seres humanos sufren y no por eso son transformados a la imagen de Dios. Pero sí somos transformados al negar la vida del alma, por volvernos al espíritu. Cada vez que hacemos eso, un poco más de la vida del alma es eliminada y más de la vida divina se añade.
Aunque es fácil hablar de esto, no es fácil aprender esta lección. Por eso debemos invocar en todo momento: “¡Oh Señor Jesús! ¡Oh Señor Jesús! ¡Oh Señor Jesús!”. Cuando la Biblia dice que quien invoca el nombre del Señor será salvo, no se refiere sólo a la salvación inicial, a la regeneración, sino a la salvación completa, es decir, a la transformación de nuestra alma en esta era. Al invocar, entramos en el espíritu, en el cual habita el Espíritu de Dios, y en Él encontramos el fuego, que espontáneamente quema todas las impurezas. Aleluya.
En Hebreos 2:6, leemos: “¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él?”. En esta era, es decir, por poco tiempo, el ser humano es menor que los ángeles, pero Dios tiene un objetivo para este hombre que fue corrompido con la naturaleza pecaminosa: trabajar en él continuamente hasta que el hombre sea coronado de gloria y de honra (v. 7).
Él hace eso removiendo nuestra vida del alma, es decir, nuestro viejo hombre, e infundiendo en nosotros más de Su vida y naturaleza. Por medio del trabajar del Espíritu y del infundir de la vida divina, en el aspecto positivo, y del quemar del fuego, en el aspecto negativo, somos transformados a la imagen del Señor, día a día y de gloria en gloria (2 Co 3:18). Como la imagen gloriosa del Señor, seremos la nueva Jerusalén, irradiando luz por toda la eternidad (Ap 21:23).
Punto Clave:
La transformación del alma.
Pregunta:
¿Qué lección debemos aprender sobre la transformación de nuestra alma?
La Práctica De La Verdad
Semana 4 - El Oro Transparente [2]
Sábado
Leer con oración:
Jn 10:11-15; Hch 2:42-47; 1 P 2:11-12, 17-20; 3:1-7
“Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey.”(1 P 2:17)
El Vivir De Reuniones, Familiar, Social Y La Lucha Espiritual
Si permitimos que el Señor trabaje en nosotros y nos transforme en esta era, cuando Jesucristo sea manifestado recibiremos alabanza, gloria y honra (1 P 1:6-7). Esto fue lo que Pedro probó y también debemos experimentar. Pedro era bastante natural, como lo vemos en los evangelios, actuando conforme a los impulsos de su alma, pero Dios trabajó en él, hasta el punto de ser transformado: el Pedro que vemos en los evangelios es muy diferente al Pedro que vemos en sus cartas, pues ya había madurado en la vida del Señor.
El vivir de la iglesia es el ambiente en el cual el Señor nos transforma, y este vivir está constituido por cuatro esferas: las reuniones, el vivir familiar, el vivir social y la lucha espiritual. Necesitamos del vivir de reuniones, porque en ellas podemos ejercitar el espíritu, tener comunión los unos con los otros, recibir luz colectivamente y alimentarnos de la Palabra. Somos un rebaño; no podemos vivir solos (Jn 10:11-15). Pero la vida de la iglesia no se limita a las reuniones. No podemos tener un vivir en las reuniones y otro en nuestra casa, por eso la vida de la iglesia incluye además la vida familiar: en la casa también debemos rumiar la Palabra, orar con nuestros familiares y tener momentos de comunión personal con el Señor a fin de tener intimidad con Él.
Además de esos dos tipos de vivir de la iglesia, debemos ejercitar el espíritu y volvernos a Él en la vida social. En el trabajo o en el colegio, siempre debemos tener un buen testimonio y expresar al Señor tanto en nuestras acciones como en las palabras, predicando el evangelio a nuestros compañeros y conocidos. Asimismo, tampoco podemos olvidarnos que estamos en una guerra espiritual, luchando a favor del reino de Dios, y en todo momento necesitamos velar y orar, porque el enemigo de Dios no duerme; él nos quiere matar, robar y destruir para impedir que el reino de Dios se manifieste (Mt 26:41; Jn 10:10; Gá 5:17; Ef 6:12).
Estos cuatro aspectos de nuestro vivir forman parte de la vida de la iglesia, y en todos ellos debemos tener experiencias subjetivas de la obra transformadora del Señor en nosotros, como las que Pedro tuvo; experiencias de ser purificados por el fuego. Cuando nos volvemos a nuestro espíritu, el fuego del Espíritu puede consumir todas las impurezas.
A pesar de que en nosotros hay muchas impurezas por causa de nuestra herencia de Adán, es decir, nuestra vida del alma caída, el Señor hoy está ocupado trabajando en nosotros. Con el paso del tiempo, nuestra vida del alma va siendo negada y la vida de Dios va creciendo hasta llegar a la instancia en que recibiremos alabanza, gloria y honra.
Que todos vivamos la vida de la iglesia, ejercitando el espíritu en el vivir de reuniones, en la vida familiar, en la vida social y en la batalla espiritual a favor del reino de Dios. ¡Aleluya!
Punto Clave:
Vivir la vida de la iglesia en el espíritu nos conduce al reino.
Pregunta:
¿Su vida de la iglesia se ha limitado sólo a las reuniones?
La Práctica De La Verdad
Semana 4 - El Oro Transparente [2]
Domingo
Leer con oración:
Ro 6:6; 2 Co 5:17; Gá 5:24
“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.”(2 P 1:3-4)
La Manera Espontánea De Negar La Vida Del Alma
Por permitir que el Señor trabajara en él, Pedro estaba seguro de que recibiría alabanza, gloria y honra cuando el Señor se manifestara, es decir, en Su venida (1 P 1:7) ¿Y nosotros? Debemos continuar negando la vida del alma, volviéndonos al espíritu, y permitir que el fuego queme todas las impurezas de nuestro ser.
La Biblia nos revela varios hechos espirituales realizados por el Señor a nuestro favor en la cruz. Romanos 6:6 dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”. En Segunda de Corintios 5:17 Pablo nos dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. En Gálatas 5:24 leemos: “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. Estas acciones realizadas por el Señor son objetivas, es decir, son hechos que, en muchos aspectos de nuestro vivir, aún no han llegado a ser nuestra realidad.
Por eso insistimos en que no es fácil negar la vida del alma, negarse a sí mismo, tomar la cruz, hacer morir la carne con sus pasiones y deseos, y despojarnos del viejo hombre con sus prácticas. Esto no depende simplemente de entender los hechos espirituales con la mente y tomar una decisión con la voluntad.
Cuando oímos estas palabras acerca de negarnos a nosotros mismos, de que nuestro viejo hombre ya fue crucificado juntamente con Cristo y que hoy somos una nueva creación, muchas veces decimos: “De hoy en adelante, yo voy a negar la vida del alma”, pensando que de ese modo la vida del alma desaparecerá. ¡No! Día a día debemos experimentar estos hechos espirituales. El reino fue sembrado en nosotros por la palabra del Señor (Mt 13:19). Ahora esta semilla necesita crecer, y eso tarda tiempo y requiere labor y cuidados. Por una parte, nadie puede decir que ya ha sido totalmente transformado y que ya ha crecido; por otra, todos tenemos la esperanza, porque tenemos la semilla. ¡Aleluya, estamos en este proceso!
La manera de experimentar estos hechos del Señor es volvernos a nuestro espíritu, donde mora el Espíritu de verdad, de realidad. Él es quien convierte todos esos hechos espirituales en una realidad para nosotros y en nosotros. Una manera sencilla y eficiente de volvernos al espíritu es invocar el nombre del Señor Jesús (cfr. 1 Co 12:3). El Señor está trabajando en aquellos que fueron regenerados. Ellos nacieron de nuevo, recibieron la vida divina y están en el proceso de crecimiento y transformación a fin de convertirse en hijos maduros. Cuando el Señor termine esta obra en ellos, podrán heredar el reino para así gobernar con Él el mundo venidero. ¡Alabado sea el Señor!
Punto Clave:
Los hechos espirituales pueden convertirse en nuestra realidad subjetiva.
Pregunta:
¿Cuál es la manera más espontanea de negarnos a nosotros mismos?
¡Jesus es el Señor!