EL HOMBRE NO REGENERADO
El Señor Jesús dijo que el hombre no regenerado nace una sola vez, y es carne y vive en la esfera de la carne.
Cuando un hombre no ha sido regenerado, vive en la concupiscencia de su carne, satisfaciendo los deseos de la carne y de los pensamientos, y es por naturaleza hijo de ira (Ef. 2:3) porque “no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios” (Ro. 9:
. El alma está dominada por la atracción de los deseos del cuerpo y, en tal condición, comete pecados vergonzosos. Pero ya que en este momento el hombre está muerto para Dios (Ef. 2:1), está muerto en sus delitos y en la incircuncisión de su carne (Col. 2:13) y no está consciente en lo más mínimo de que está en pecado y quizá hasta esté orgulloso de sí mismo, pensando que es mejor que otros. De hecho, cuando un hombre está en la carne, la sed de pecar, que actúa por medio de la ley, opera en sus miembros y lleva fruto para muerte (Ro. 7:5). Ya que es “carnal, vendido al pecado”, (v.14) sirve “con la carne, a la ley del pecado” (v.25).
Debido a que la carne es excesivamente débil (aunque es bastante fuerte para cometer pecados y seguir los deseos de la mente), no puede satisfacer a Dios ni cumplir Sus requerimientos, y tampoco puede guardar la ley (Ro. 8:3). La carne no solo es incapaz de cumplir la ley de Dios, sino que ni siquiera puede sujetarse a ella, “por cuanto la mente puesta en la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede” (v.7). Sin embargo, esto no significa que la carne se conduce a su antojo y rechaza por completo las cosas de Dios. De hecho, hay hombres carnales que hacen lo posible por guardar la ley. La Biblia no dice que los que son de la carne no andan de acuerdo a la ley, sino que afirma que “por las obras de la ley ninguna carne será justificada” (Gá. 2:16). Es común que los que son de la carne no guarden la ley; eso mismo es evidencia de que son de la carne. Sin embargo, Dios dispuso que el hombre es justificado por la fe en Jesucristo, y no por la ley (Ro. 3:28). Por lo tanto, aun si una persona carnal trata de guardar la ley, eso sólo demostrará que se somete a sí misma y a su propia voluntad, más no a Dios, y así establece otra justicia que no es la de Dios. Esto también demuestra que ella es carnal. De todos modos, “los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (8:
. Estos tres “no pueden” (es decir, la carne no puede guardar la ley, no puede sujetarse a la ley, y no puede agradar a Dios) juzgan a todos los hombres carnales con respecto a sus pecados.
Ante Dios, la carne es absolutamente corrupta. Ya que la carne está estrechamente ligada a las pasiones, la Biblia frecuentemente habla de “los deseos de la carne” (2 P. 2:18). Aunque el poder de Dios es grande, El no transforma la naturaleza de la carne en algo que le agrade. El mismo dice: “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne” (Gn. 6:3). La corrupción de la carne está fuera del alcance de Dios; es algo que El no puede cambiar. Tampoco el Espíritu Santo en Su luchar contra la carne puede hacer que ella deje de ser carne. Lo que es nacido de la carne, carne es. Sin embargo, el hombre por no entender la Palabra de Dios intenta reformar y mejorar la carne. Pero la Palabra de Dios es verdadera y permanece para siempre. Ya que la carne está en un estado tan deplorable delante de Dios, El les dice a Sus santos que aborrezcan “aun la ropa manchada por su carne” (Jud. 23).
Dios conoce la verdadera condición de la carne, y sabe que ésta no puede cambiar. Todo aquel que intente mejorar o cambiar su propia carne, aun negándose al yo, está destinado a fracasar. Dios sabe que la carne no puede cambiar ni mejorar ni reformarse. Así que, aunque El quiere salvar al mundo, El no emprende la tarea de cambiar la carne, porque eso no conduciría a nada. Dios no cambia la carne del hombre, sino que le da una nueva vida para que pueda cooperar con El en llevar la carne a la muerte. La carne debe morir. Este es el camino de la salvación.
Tomado de “El hombre espiritual” W. Nee
¡Jesús es el Señor!