LA NATURALEZA DE LAS BUENAS OBRAS DE LA CARNE
Dios se opone enérgicamente a la carne porque conoce muy bien su verdadera condición. Su propósito es que los creyentes sean completamente libres de la antigua creación y experimenten plenamente la nueva creación. Sea buena o mala, la carne pertenece a la antigua creación. Hay una gran diferencia entre lo bueno que proviene de la carne y lo bueno que procede de la vida nueva. La carne se centra en el yo, puede hacer el bien sola, y lo hace con sus propias fuerzas. No necesita depender del Espíritu Santo ni humillarse ni esperar en Dios, y tampoco necesita implorar a Dios; lo único que tiene que hacer es tomar sus propias decisiones, pensar por sí sola y actuar por su cuenta. Naturalmente, es inevitable que se adjudique a sí misma la gloria, diciéndose: “¡Ahora soy mejor que antes!” “Ahora, realmente soy buena”. Además, estos logros no llevan al hombre a Dios, pues hace que se envanezca en secreto. Dios quiere que el hombre acuda a Él, completamente desvalido y totalmente sumiso al Espíritu Santo, esperando humilde y confiadamente en El. Cualquier cosa buena de la carne que gire en torno al yo es una abominación a los ojos de Dios, porque es la obra del yo y da la gloria al hombre mismo; no es obra del Espíritu Santo ni procede de la vida del Señor Jesús.
En Filipenses 3:3 el apóstol mencionó “confianza en la carne”. En el texto original, “confiar” equivale a creer. El dice que él mismo no “creía en la carne”. La mejor obra de la carne es ¡la confianza en uno mismo! No necesita confiar en el Espíritu Santo, porque se siente capaz. Cristo crucificado es la sabiduría de Dios, pero el creyente confía en su propia sabiduría. Lee la Biblia, predica, escucha la Palabra y cree en ella; sin embargo, todo eso lo hace mediante el poder de su propia mente, y no piensa ni por un momento pedirle al Espíritu Santo que lo instruya. Muchos creen que ya recibieron toda la verdad, aunque lo que tienen pertenece más a los hombres que a Dios, ya que lo recibieron de otros o de su propia búsqueda. Su corazón no ha aprendido a esperar en Dios para que El le revele Su verdad en Su luz.
Cristo también es poder de Dios. Pero, ¡cuánta confianza existe en la obra cristiana que uno lleva a cabo! Empleamos más tiempo en planes y métodos humanos que en esperar delante de Dios. El tiempo que se utiliza en preparar los temas y las secciones de un mensaje, excede muchísimo al que se utiliza para recibir poder desde lo alto. El problema no es que no proclamemos la verdad ni que no confesemos la persona y obra de Cristo como nuestra única esperanza, ni que no queramos glorificar Su nombre, sino en que como nuestra confianza está en la carne, la mayor parte de nuestras obras está muerta. Al predicar, confiamos en la sabiduría humana para presentar una doctrina. Usamos ejemplos apropiados y variamos las expresiones para conmover a los hombres. También usamos exhortaciones sabias para conducir a los hombres a tomar una decisión. Sin embargo, ¿cuál es el verdadero resultado? En este tipo de obra, ¿en qué medida confiamos en el Espíritu Santo y hasta donde confiamos en la carne? ¿cómo puede la carne darle vida al hombre? ¿tiene realmente la antigua creación el poder suficiente para ayudar al hombre a que llegue a ser la nueva creación?
Las buenas obras de la carne están constituidas de la seguridad y la confianza que uno tiene en sí mismo. Para la carne es imposible depender de Dios, pues es demasiado impaciente para tolerar la demora que conlleva ser dependiente. Mientras se considere fuerte, nunca dependerá de Dios. Incluso en momentos de desesperación, la carne sigue haciendo planes y buscando salidas; nunca tiene la sensación de impotencia. Si los creyentes quieren comprender lo que son las obras de la carne, lo único que necesitan es ponerla a prueba. Todo lo que no se obtiene como fruto de esperar en Dios es de la carne. Todo lo que puede producirse o hacerse sin depender del Espíritu Santo, es de la carne. Todo lo que un creyente decide según su propio criterio, sin necesidad de buscar la voluntad de Dios, es de la carne. Si el corazón está falto del sentir profundo de debilidad e impotencia y no siente que debe depender completamente del Señor, entonces, todo lo que haga es de la carne. No obstante, eso no significa que todas estas cosas sean perversas o malas; no importa cuán buenas o piadosas sean, aun leer la Biblia, orar, adorar, predicar, si no se hacen dependiendo completamente del Espíritu Santo, son el resultado de la carne. Mientras se le permita a la carne vivir y de estar activa, ella es capaz de hacerlo todo, ¡hasta someterse a Dios! En todas las obras de la carne, aun las que son buenas, el yo es siempre el factor principal, salvo que algunas veces se esconde y otras se manifiesta. La carne nunca reconoce su debilidad ni su inutilidad. Aun si hace el ridículo, se rehusa a reconocer su incapacidad.
“¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora os perfeccionáis por la carne?” Esta pregunta revela una gran verdad: lo que en el principio es recto, pues procede del Espíritu, no necesariamente continúa siendo así. Además, la experiencia de los creyentes nos muestra que lo que al principio es del Espíritu, fácilmente llega a ser algo de la carne. A menudo cuando uno recibe una verdad, la recibe del Espíritu Santo, pero después de un tiempo esa verdad se convierte en una jactancia de la carne. Ese fue el caso de los judíos en aquellos días. Muchas veces cuando nos sujetamos a Dios, nos negamos nuevamente al yo, y recibimos poder para salvar almas, ya que lo hacemos dependiendo verdaderamente del Espíritu Santo; pero al mismo tiempo convertimos la gracia de Dios en nuestra propia gloria, considerando lo que es de Dios como si fuera nuestro. Lo mismo ocurre con nuestra conducta. Por medio de la obra que el Espíritu Santo efectúa al comienzo, experimentamos un gran cambio que hace que amemos lo que antes odiábamos y que aborrezcamos lo que antes amábamos. Pero gradualmente el yo empieza a infiltrarse. Consideramos la mejoría de nuestra conducta como un logro personal y nos ensalzamos a nosotros mismos, o dejamos de depender del Espíritu Santo y nos volvemos descuidados, confiando en nosotros mismos para seguir adelante. En la experiencia de los creyentes, hay incontables casos donde al principio el Espíritu Santo era su centro, pero más adelante la carne vuelve a ser su centro.
¿Por qué tantos hijos de Dios buscan deseosos una consagración absoluta y anhelan intensamente más vida abundante, y a pesar de eso fracasan? A menudo, al escuchar los mensajes, al conversar con personas, al leer libros espirituales o al orar, Dios mismo les muestra que es perfectamente posible tener una vida de plenitud en el Señor. El creyente percibe la sencillez y la dulzura de una vida semejante y no ve ningún obstáculo en su camino que le impida conseguirla. El creyente es introducido en la experiencia, recibe bendiciones, poder y gloria, como nunca antes había recibido. ¡Es maravilloso! Sin embargo, aquello no dura mucho. ¡Qué lástima! ¿Por qué? ¿Será que la fe es imperfecta? ¿O quizá la consagración no es incondicional? Tanto la consagración como la fe son verdaderas. Entonces, ¿por qué sucede esto? La razón por la cual se pierde tal experiencia y la manera de recuperarla parecen fuera de nuestro alcance. Realmente, no hay otra razón que la confianza en la carne. El creyente piensa que puede perfeccionar por la carne lo que comenzó por el Espíritu. Sustituye al Espíritu Santo por el yo. El yo desea ir al frente y espera que el Espíritu Santo esté a su lado para ayudarle. La obra y la posición del Espíritu Santo han sido sustituidas por las de la carne. No depende totalmente de la dirección del Espíritu Santo para llevar a cabo toda la obra, ni espera en el Señor. Esto significa que quiere seguir al Señor Jesús sin negarse a sí mismo. Esta es la raíz de todos los fracasos.
“El Hombre Espiritual” (tomo 1) W. Nee.
¡Jesús es el Señor!
Cuantos santos estaran verdaderamente dispuestos a aceptar y poner en practica estas verdades, para servir al Señor conforme al deseo de Su corazon?