LA CARNE DESDE EL PUNTO DE VISTA DE DIOS
Sería bueno que los creyentes refrescasen su memoria con respecto al veredicto de Dios acerca de la carne. El Señor Jesús dijo: “La carne para nada aprovecha” (Jn. 6:63). Ni los pecados de la carne ni la justicia de la carne traen provecho alguno. Todo lo que es nacido de la carne, sea lo que sea, es carne, y nunca puede dejar de serlo. Aunque la carne predique, escuche, ore, ofrende, lea las Escrituras, cante himnos o haga el bien, Dios ya nos dijo que nada de eso es de provecho. No importa cuánto confíen en la carne los creyentes, Dios dijo que no es de provecho y que no ayuda a la vida espiritual. La carne no puede cumplir la justicia de Dios.
“La mente puesta en la carne es muerte” (Ro. 8:6). Desde el punto de vista de Dios, en la carne hay muerte espiritual. No existe otro camino excepto ponerla en la cruz. No importa cuánto bien pueda hacer, cuánto pueda pensar, planear u obtener alabanza del hombre, a los ojos de Dios, todo lo que se origina en la carne lleva en letras mayúsculas la etiqueta que dice: “MUERTE”.
“La mente puesta en la carne es enemistad contra Dios” (Ro. 8:7). La carne está completamente en contra de Dios, y no tiene la posibilidad de mezclarse con El. Y esto no sucede sólo con las maldades que se originan en la carne, sino que también los pensamientos y las acciones más nobles de la carne son enemistad contra Dios. Hacer obras justas, sin siquiera mencionar los pecados, es actuar aparte de Dios.
“Porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede” (Ro. 8:7). Cuánto mejor haga alguien las cosas, más se aleja de Dios. En el mundo, ¿cuántos hombres buenos desean creer en el Señor Jesús? Realmente, la justicia propia no es justicia, sino injusticia. No importa quién sea un hombre, por su propia cuenta no puede hacer lo que la Biblia enseña. Sea bueno o sea malo, no puede sujetarse a la norma de Dios. Si es malo, ofende la ley, y si es bueno, establece una justicia aparte de la del Señor Jesús, y pierde el propósito original de la ley. “Porque por medio de la ley es el conocimiento claro del pecado” (3:20).
“Y los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (Ro. 8:
. Este es el veredicto final. No importa cuán intachable sea la conducta del hombre, si se origina en el yo, no puede agradar a Dios, pues El sólo se complace en Su Hijo. Aparte de Él y de Su obra, ningún hombre ni ninguna obra humana pueden agradar a Dios. Lo que el hombre hace en su carne tal vez parezca bueno, pero ya que lo hace con sus propias fuerzas y a partir del yo, no agrada a Dios. El hombre puede diseñar muchas buenas obras para mejorar y avanzar, pero debido a que todo ello se origina en la carne, no complace a Dios. Esto no sólo se aplica a las personas no regeneradas, sino también a las regeneradas. Si hacemos algo por nuestro propio esfuerzo, no importa cuán bueno o productivo sea, Dios no se complacerá en ello. Lo que agrada o desagrada a Dios no tiene relación alguna con el bien o mal, sino con el origen de las cosas. La conducta puede ser muy buena, pero, ¿de dónde procede?
Al leer estos pocos versículos, realmente vemos cuán vana es la conducta del hombre que se expresa según la carne. Los creyentes deben ver con precisión la evaluación que Dios hace acerca de la carne, ya que de esta manera no se equivocarán. Aunque los seres humanos hacen una distinción entre una conducta buena y una mala, Dios no hace distinción en la conducta, sino que evalúa el origen de las obras. Delante de Dios, una acción perversa y corrupta es igual a la obra más excelente de la carne. Ambas son de la carne y no pueden agradarle. En el mismo grado en que Dios aborrece la injusticia, aborrece la justicia que el hombre se atribuye a sí mismo. Delante de Dios, las buenas obras que se hacen en la esfera natural, sin regeneración y sin unión con Cristo ni dependencia del Espíritu Santo no son menos carnales para Dios que el adulterio, la inmoralidad, la impureza, el libertinaje, etc. Por muy excelentes que sean las buenas obras del hombre, si no surgen de una dependencia absoluta del Espíritu Santo, son carnales y, por ende, Dios las rechaza. Dios abomina todo lo que pertenece a la carne, independientemente de las apariencias externas, tanto si se trata de un pecador como de un santo. Su veredicto es el mismo: la carne debe morir.
“El Hombre Espiritual” (Tomo 1) W. Nee.
¡Jesús es el Señor!