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 LA SEPARACION EFECTUADA POR LA PALABRA

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hgo1939
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MensajeTema: LA SEPARACION EFECTUADA POR LA PALABRA   LA SEPARACION EFECTUADA POR LA PALABRA I_icon_minitimeJue Mar 10, 2011 10:54 pm

LA SEPARACION EFECTUADA POR LA PALABRA
En Hebreos 4:12-13 dice: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en Su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y expuestas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta”. En el versículo 12, el vocablo palabra fue tomado del término griego logos, y en el versículo 13, la expresión dar cuenta, corresponde al mismo término griego. Esta última lleva la connotación de juicio. Por lo tanto, la última parte del versículo 13 podría traducirse “todas las cosas están desnudas y expuestas a los ojos de Aquel que nos juzga”, o “todas las cosas están desnudas y expuestas a los ojos del Señor, quien es nuestro Juez”.
Lo primero que debemos ver es que la Biblia dice que la palabra de Dios es viva. Si en verdad tocamos la palabra de Dios, ésta nos transmitirá vida. Y si no recibimos vida, simplemente no hemos tocado la palabra de Dios. Algunos han leído toda la Biblia, pero no han tocado la palabra de Dios. Sólo podemos afirmar que hemos tocado la palabra de Dios en la medida en que toquemos la vida.
En Juan 3:16 dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree, no perezca, mas tenga vida eterna”. Cuando alguien escucha esta palabra y se arrodilla diciendo: “Señor, te doy gracias y te alabo porque me amas y me has salvado”, tal persona verdaderamente ha tocado la palabra de Dios, pues ésta le ha trasmitido vida. Puede ser que alguien que esté a su lado escuche lo mismo, pero para él no sea más que palabras y no entre en contacto con la palabra viva de Dios. En su interior no se produce ninguna reacción de vida hacia la palabra viviente. Esto significa que todo aquel que oye la palabra y no recibe vida, realmente no la ha escuchado, pues la palabra de Dios siempre imparte vida.
La palabra de Dios no sólo es viva, sino también eficaz. Es viva en su naturaleza, y eficaz en realizar en el hombre la voluntad de Dios. La palabra de Dios nunca vuelve a El vacía; siempre lleva fruto y produce resultados. La palabra de Dios no viene a nosotros vacía, sino que es eficaz y produce vida en el hombre.
La palabra de Dios es viva y eficaz. ¿Qué hace esta palabra en el hombre? Penetra y divide. La palabra de Dios es más cortante que cualquier espada de dos filos y penetra, dividiendo el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos. He aquí un contraste. Por un lado, tenemos la espada de dos filos en oposición a las coyunturas y los tuétanos; por otro, la palabra de Dios está en oposición al alma y el espíritu. Las coyunturas y los tuétanos son partes profundas del hombre. Para dividir las coyunturas se separan dos huesos que se tocan, pero para dividir los tuétanos, el hueso se tiene que cortar muy adentro. Una espada de dos filos puede dividir un hueso por dentro y por fuera. Pero hay dos elementos que son más difícil de dividir que las coyunturas y los tuétanos: el alma y el espíritu. Una espada aguda de dos filos puede dividir las coyunturas y los tuétanos, pero no el alma y el espíritu. Tal división no puede mostrarnos qué es el alma y qué es el espíritu, ni qué proviene de una o de otro. Pero la Biblia dice que hay algo más cortante que toda espada de dos filos, que sí divide el alma y el espíritu, a saber: la palabra de Dios. La palabra de Dios es viva y eficaz, y puede penetrar y dividir; pero no penetra en las coyunturas ni separa el tuétano, sino que penetra y divide el alma y el espíritu. Esta palabra es capaz de separar nuestra alma de nuestro espíritu.
Puede ser que alguien diga: “Dudo que la palabra de Dios sea eficaz. La he oído por años, y reconozco haber recibido revelación por medio de ella. Pero en mí no ha sucedido nada especial. He oído que esta palabra corta y divide el espíritu y el alma, pero no entiendo estos conceptos ni he tenido tal experiencia”. La Biblia tiene la respuesta a esta preocupación. En la primera parte del versículo 12 dice: “Y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos”. ¿Qué significa esto? La segunda parte del versículo nos da la respuesta cuando agrega: “Y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Los pensamientos se refieren a lo que pensamos en nuestro intelecto, y las intenciones, a nuestros motivos y propósitos. La palabra de Dios discierne lo que pensamos en nuestro interior y aun nuestros motivos más íntimos.
Muchas veces admitimos que cierta acción surgió de nuestro hombre exterior, del alma o de la carne; estamos conscientes de que fue un hecho natural o carnal, o reconocemos que el autor de la acción fue nuestro yo. Pero decir esto con tanta tranquilidad revela que no vemos la seriedad de este asunto, pues lo decimos en tono de broma, pese a que es un asunto muy delicado. El día que Dios por Su misericordia nos ilumine y nos muestre la seriedad de esto, nos sorprenderemos y nos estremeceremos con tal revelación, pues parecerá decirnos: “Mira lo horrible que son la carne y el yo. Este es el yo del que has hablado por años. Es algo abominable e insoportable a Mis ojos, y tú has bromeado por años al respecto con demasiada ligereza”. Cuando no tenemos la revelación de lo que es la carne, bromeamos acerca de ella, pero cuando recibimos la luz, caemos humillados ante Dios y reconocemos la realidad de la carne acerca de la cual bromeábamos. Entonces se efectúa la división o separación del alma y el espíritu. Esta no es producida por un entendimiento mental, sino por la iluminación que nos trae la palabra de Dios, que nos revela que la fuente de nuestros pensamientos y acciones es la carne, y que el origen de nuestros motivos impuros y egoístas es el yo.
Usemos un ejemplo que explica esto claramente. Supongamos que hay dos pecadores. Uno de ellos es un pecador que tiene conocimiento, ha oído predicaciones y enseñanzas acerca del pecado. Reconoce que es pecador en virtud de sus hechos y de lo que ha oído; inclusive lo confiesa. Sin embargo, sigue impasible y despreocupado. Pero el otro hombre, al escuchar estas mismas cosas, recibe la iluminación de Dios y cae sobre su rostro diciendo: “¡Dios mío, ahora veo que soy pecador!” Este no sólo escuchó la palabra de Dios, sino que vio su condición, se condenó a sí mismo por sus pecados y cayó arrepentido a los pies del Señor confesándolos. Por lo tanto, recibió de Dios la salvación. En cambio el primero, que bromeaba acerca de sus pecados, ni vio ni fue salvo.
Hemos visto claramente que el hombre exterior constituye un serio problema y, por ende, debe ser quebrantado. No sería apropiado examinar este asunto ligeramente, como si se tratara de una conversación sin importancia. Pero si Dios nos concede Su misericordia y Su luz para que veamos la realidad de esto, diremos: “Señor, ahora puedo ver lo que es el yo, y me doy cuenta de lo negativo que es mi hombre exterior”. Cuando la luz de Dios nos ilumine y recibamos la revelación, caeremos postrados ante el Señor y no levantaremos el rostro, pues nos daremos cuenta de la clase de persona que somos. Decimos amar al Señor sobre todas las cosas, pero al ser iluminados por Su intensa luz, descubrimos que eso no es cierto y que sólo nos amamos a nosotros mismos. Cuando la luz de Dios llega a nosotros, separa las partes de nuestro ser. Ni nuestra mente ni las doctrinas pueden lograr esto; únicamente Su luz. En muchas ocasiones hacemos alarde de nuestro celo por el Señor, pero cuando la luz de Dios brilla sobre nosotros, nos damos cuenta de que este celo no es más que una actividad de la carne. Creemos tener un gran amor por los pecadores, pues predicamos el evangelio con entusiasmo, pero la luz de Dios muestra que nuestra predicación es sólo producto de nuestra propia inquietud, locuacidad e inclinación natural. Cuanto más intensa es la luz de Dios, más expone los pensamientos y las intenciones del corazón. Nosotros asegurábamos que nuestros pensamientos e intenciones estaban centrados en el Señor, pero esta luz muestra que en realidad provenían de nosotros mismos. La luz nos pone en evidencia a tal grado que no podemos hacer otra cosa que caer postrados a los pies del Señor. Con cuánta frecuencia la luz muestra que lo que decíamos que era del Señor, surgía de nuestro esfuerzo natural, y sólo una pequeña parte era producto de Su obra. Suponíamos con orgullo que muchos de los mensajes que predicamos los recibimos directamente de Dios, pero Su luz de nuevo nos muestra que sólo unas cuantas palabras venían de El, o tal vez ninguna. Aunque llegamos a creer que nuestras obras son acciones realizadas en obediencia a Dios, cuando la luz del cielo desciende sobre nosotros, vemos que todo lo que hemos realizado son meras actividades de nuestra carne. Este descubrimiento de la verdadera naturaleza de nuestras acciones y motivos, nos confronta con la realidad y nos ilumina para que podamos distinguir lo que es de nuestro yo y nuestra alma, y lo que en verdad es del Señor y del espíritu. Tan pronto brilla la luz, se establece una separación entre el alma y el espíritu, y se disciernen los pensamientos y las intenciones del corazón.
Tal vez anteriormente nos esforzábamos por discernir y clasificar según las doctrinas lo que era del Señor o de la carne o del Espíritu Santo o de la gracia o del hombre exterior o del hombre interior. Habíamos creado una lista enorme y posiblemente hasta la intentamos memorizar, pero aun así, permanecíamos en tinieblas. Seguíamos actuando de la misma manera, sin poder deshacernos del hombre exterior, ni librarnos de todo lo negativo y lo natural de nuestras vidas. Aunque podíamos detectar lo que era de la carne y condenarlo, eso no nos salvaba. La liberación no llega de esta forma, sino únicamente por la luz de Dios. Tan pronto como la luz de Dios brilla sobre nosotros, comprendemos que aun nuestra crítica y rechazo de lo carnal es un acto de nuestra carne. Cuando el Señor nos dé Su luz y discernamos los pensamientos e intenciones de nuestro corazón, veremos nuestra verdadera condición y nos inclinaremos ante El, diciendo: “Señor, ahora veo que todo esto pertenece al hombre exterior”. Hermanos, sólo esta luz separará nuestro hombre exterior de nuestro hombre interior. Tal separación no se produce al negarnos a nosotros mismos, ni al tomar una decisión firme. Estas actitudes no son confiables. Aun nuestra confesión, por más lágrimas que la acompañen y por más que pidamos que la sangre de Cristo nos lave, puede ser impura. La luz del Señor nos hace ver la realidad tal como Dios la ve, y nos guía a no confiar en nuestros pensamientos.
Dios afirma que Su palabra es viva y eficaz y que no hay nada que sea más cortante. Cuando esta palabra viene a nosotros, divide y separa el alma del espíritu, de la misma forma que una espada de dos filos divide las coyunturas y los tuétanos. Esta división se produce cuando se ponen de manifiesto los pensamientos y las intenciones del corazón. Muy pocos conocen realmente su propio corazón, pues únicamente aquellos que se encuentran bajo la luz divina pueden conocerlo. El requisito ineludible para conocer nuestro corazón es estar bajo el brillo de la luz de Dios. Cuando la palabra de Dios viene a nosotros, comprendemos que hemos vivido para nosotros mismos y para nuestra propia satisfacción, gloria, realización, posición y edificación. Siempre que la luz de Dios manifiesta nuestro yo, somos humillados de tal forma que caemos postrados ante el Señor.
“El quebrantamiento del hombre exterior y la liberación del Espiritu. Pags. 83-88”
Ningún verdadero siervo del Señor debe permitir que sus pensamientos y emociones actúen independientemente. Cuando su hombre interior requiera liberación, el hombre exterior deberá proporcionarle un canal por el cual el espíritu pueda salir y llegar a otros. Si no hemos aprendido esta lección, nuestra efectividad en la obra del Señor será muy limitada.
“Señor, por el bien de la iglesia, por el avance del evangelio, para que Tu tengas libertad de actuar y para que yo mismo pueda avanzar espiritualmente, me entrego a Ti total e incondicionalmente. Señor, con gusto y humildemente me pongo en Tus manos. Estoy dispuesto a que te expreses libremente por medio de mí”.
Watchman Nee
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