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 EL CREYENTE ANIMICO

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hgo1939
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MensajeTema: EL CREYENTE ANIMICO   EL CREYENTE ANIMICO I_icon_minitimeLun Dic 16, 2013 10:56 pm

EL CREYENTE ANIMICO
¿Por qué un creyente es anímico? Porque aunque la cruz ha obrado y quebrantado su naturaleza pecaminosa, la vida del alma sigue presente. Aunque todos los pecados proceden de la naturaleza pecaminosa, y el alma solamente obedece su dirección para ejecutar sus órdenes, el alma, de todos modos, la heredó de Adán. Aunque el alma no está contaminada completamente, no puede evitar el efecto de la caída de Adán. Ella es natural y muy diferente a la vida de Dios. Ciertamente, el viejo hombre corrupto del creyente ya murió; sin embargo, su alma sigue siendo la fuerza de su vida. El creyente es librado de la naturaleza pecaminosa, pero la vida anímica subsiste. Por eso, no puede evitar ser anímico. Aunque el viejo hombre ya no dirige al alma, ésta sigue siendo la fuerza de su vida. Debido a que la naturaleza de Dios reemplaza la naturaleza pecaminosa, espontáneamente todas las inclinaciones, los deseos y las ideas son buenas; esta condición no es como la antigua condición inmunda. No obstante, la ejecución de todo ello sigue siendo función de la vida del alma.
Una vida que depende del alma puede llevar a cabo el deseo del espíritu por medio de la fuerza natural (terrenal), en su intento por lograr la bondad sobrenatural (divina). En palabras sencillas, el yo usa su fuerza para cumplir los requisitos de Dios. En esta condición, aunque el creyente haya vencido al pecado al practicar obras de justicia, todavía es inmaduro. No obstante, pocos están dispuestos a depender de Dios y a reconocer su debilidad, inmadurez e incapacidad. El hombre en su naturaleza humana piensa que tiene fuerza. Quien no ha sido humillado por la gracia de Dios, nunca reconocerá que no sirve para nada. Debido a esto, no tiene interés en confiar en el Espíritu Santo al hacer las obras de justicia, sino que depende de la fuerza del yo (el alma) para corregir y mejorar su conducta vieja. El peligro en este caso es que el creyente trata de agradar a Dios con su poder y no sabe cómo utilizar la vida del alma, que le fue dada por Dios y que está en él, para incrementar la fuerza de la vida del espíritu mediante el Espíritu Santo, a fin de obedecer lo que dicta la nueva naturaleza que recibió. En realidad la vida espiritual está en una etapa infantil y no ha llegado a la madurez, donde puede expresar todas las virtudes de la naturaleza de Dios. Además, no puede hacerlo. Debido a la falta de paciencia, de humildad y de dependencia de Dios, el creyente no sabe que no importa cuán buenos sean sus esfuerzos, desde la perspectiva humana, él nunca podrá agradar a Dios. En consecuencia, aplica su poder anímico y natural para cumplir los requerimientos que Dios hace a Sus hijos. Tales obras son una mezcla de lo que es de Dios con lo que es del hombre, y expresan los deseos celestiales mediante la fuerza terrenal. Puesto que los hechos y la conducta del creyente son tales, él sigue siendo anímico, y no espiritual.
Muchos no entienden lo que es la vida del alma. La vida del alma es lo que comúnmente llamamos vida del yo. Algunos cometen el gran error de no distinguir entre el pecado y el yo. Piensan que el pecado y el yo son la misma cosa. Sin embargo, tanto en la enseñanza de la Biblia como en la experiencia espiritual ellos son diferentes. El pecado es inmundo, se opone a Dios y es abominable a lo sumo; mientras que el yo no es necesariamente inmundo, ni necesariamente se opone a Dios, ni es necesariamente abominable. Por el contrario, muchas veces el yo es muy honorable, desea ayudar a Dios y es bastante afectuoso. Por ejemplo: es muy bueno estudiar la Biblia. Sabemos que estudiar la Biblia no es pecaminoso, pero en muchas ocasiones lo hacemos con nuestros propios esfuerzos. Aunque no es pecaminoso entenderla con nuestra inteligencia propia, es obra del yo. Tampoco es pecaminoso laborar para salvar a las personas, pero hacerlo con nuestras propias ideas y métodos está lleno del yo. Sabemos que ir en pos del crecimiento espiritual no es pecaminoso, pero cuán a menudo tal búsqueda tiene su origen en el yo carnal, quizás porque no queremos quedarnos atrás, o porque el crecimiento espiritual puede darnos muchas ventajas, o quizás porque podemos obtener alguna ganancia personal. Siendo explícito, todos sabemos que hacer el bien no es pecaminoso. Sin embargo, muchas buenas obras están llenas del yo. Algunas veces las buenas obras son la bondad natural de un individuo y no lo que recibió del Espíritu Santo cuando fue regenerado. Por ejemplo, existen muchas personas que antes de creer en el Señor y ser regeneradas, eran misericordiosas, pacientes y mansas. Su misericordia, paciencia y mansedumbre son naturales, carnales y del yo, no del espíritu. Por lo tanto, aunque ellos puedan ser todas estas cosas, que no son ni pecaminosas ni pecados en sí, están llenos de las obras que hace la vida del alma. Algunas veces los creyentes llevan a cabo buenas obras por medio de sus propias fuerzas, sin depender en absoluto del Espíritu de Dios.
Estos son sólo algunos ejemplos que nos muestran la distinción entre el pecado y el yo. Si seguimos avanzando en la senda espiritual, sabremos que en muchas cosas el pecado no tiene posibilidad de ganar terreno, pero el yo puede de alguna manera llegar a manifestarse. En realidad, el yo puede mezclarse con la obra más sagrada y la vida más espiritual.
Ya que el creyente ha estado por tanto tiempo bajo la esclavitud del pecado, una vez que es liberado de su poder, considera que logró andar en el nivel más elevado, sin saber que aun después de ser librado del pecado, tiene que vencer el yo continuamente, durante toda su vida.
Después de que un creyente es librado del pecado, el peligro más grande en el que incurre es que piense que todos los elementos peligrosos que había en él ya se fueron. No sabe que aunque el viejo hombre murió al pecado y que el cuerpo de pecado ha quedado paralizado, el pecado mismo no ha muerto. Ahora, él es un monarca derrocado que agotará toda su energía, aprovechando cualquier oportunidad para recobrar su trono. Es decir, el creyente puede seguir experimentando el hecho de que es libre del pecado, pero eso no significa que ya sea perfecto, pues aún tiene que lidiar continuamente con el yo.
Es una lástima que algunos creyentes que buscan la santidad y procuran ser libres del pecado se consideran santos una vez que han logrado su objetivo. Ignoran que ser libres del pecado es sólo el primer paso de un camino victorioso en la vida espiritual. Ser libres del pecado es sólo la victoria inicial que Dios nos ha dado para que en lo sucesivo, podamos tener continuas victorias. Vencer el pecado es la puerta, y una vez que damos ese paso, ya estamos adentro. Pero el camino que debemos recorrer durante toda nuestra vida es el de vencer el yo. Después de que vencemos el pecado, Dios nos llama a vencer el yo diariamente, lo cual en la mayoría de los casos es esa parte buena de nosotros que tiene más celo y más deseos de servir a Dios.
Si el creyente sólo tiene la experiencia de haber sido librado del pecado, pero no sabe lo que es negarse a sí mismo ni lo que es perder la vida anímica, corre el peligro de usar la energía del yo, es decir, su vida anímica para llevar a cabo la voluntad y la obra de Dios, y para vivir a Dios desde su interior cotidianamente. No sabe que además del pecado existen otros dos poderes dentro de él: el poder del espíritu y el poder del alma.
El poder del espíritu es el poder de Dios, recibido por el creyente en el momento de ser regenerado. El poder del alma es el poder del yo, el cual recibió de modo natural cuando nació. Este es el poder natural que posee antes de la regeneración.
El avance del creyente para llegar a ser un hombre espiritual depende de la manera en que aborda estas dos clases de poder dentro de sí. Si rechaza el poder del alma y depende únicamente del poder del espíritu, tendrá éxito en llegar a ser un hombre espiritual. Si utiliza el poder del alma, o el poder del espíritu juntamente con el poder del alma, será un hombre anímico, un hombre carnal.
La meta de Dios es que rechacemos todo lo que provenga de nosotros, lo que somos, lo que tenemos y lo que podemos hacer; que vivamos totalmente para El, participando diariamente de la vida que está en Cristo mediante el Espíritu Santo. Si un creyente no comprende esto o no está dispuesto a obedecer a Dios en esto, en lo sucesivo vivirá para Dios mediante la vida del alma y el poder del yo, y no será una persona espiritual, sino anímica.
Por consiguiente, el creyente espiritual permite que el Espíritu Santo opere en su espíritu, recibe a la persona del Espíritu Santo para que more en su espíritu y permitiendo que la vida que le da el Espíritu Santo le suministre la fuerza o el poder necesario para su vida diaria. Apropiándose del poder del Espíritu Santo, vive en la tierra sin tratar de hacer su voluntad, sino haciendo la del Señor. No confía en su inteligencia para planear nada en el servicio de Dios. Además, la regla de su conducta es permanecer quieto en su espíritu, sin ser controlado ni afectado por sus emociones.
El creyente anímico es exactamente lo opuesto. Aunque tiene la vida en su espíritu, no obtiene el suministro vital de la vida que hay en su espíritu. En su vida diaria persiste en hacer del alma su vida y depende del poder del yo. Actúa de acuerdo con sus preferencias y no obedece a Dios en su corazón. En la obra de Dios aún utiliza su inteligencia natural para hacer sus planes, y en su vida diaria es manipulado y afectado por el estímulo de sus emociones.
El problema de las dos naturalezas queda resuelto, pero el problema de las dos vidas sigue vigente. Tanto la vida del espíritu como la del alma conviven dentro de nosotros. La vida del espíritu es en sí misma muy fuerte, pero debido a que la vida del alma está arraigada profundamente en el hombre, ésta gobierna sobre todo su ser. Si uno no está dispuesto a negarse a su vida anímica ni a permitir que la vida del espíritu se exprese y opere, ésta hallará dificultad para desarrollarse.
Esta enseñanza es extremadamente importante, ya que si el creyente se centra únicamente en el problema del viejo hombre y estima que vencer las situaciones externas o los pecados inmundos comprende la totalidad de la vida cristiana, no podrá ir más allá de su vida anímica, la cual Dios aborrece (tanto como al pecado). El creyente debe saber que vencer el pecado (aunque es de mucha bendición) es meramente una condición general de los creyentes y no es algo extraordinario. Por consiguiente, el hecho de que un creyente peque o sea esclavo del pecado es algo anormal y extraño. “Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” Creer que el Señor Jesús murió como nuestro substituto es creer que nosotros también morimos con El. De lo contrario, no habría substitución. Si creímos en la muerte substitutiva del Señor Jesús, o sea, que nosotros fuimos crucificados juntamente con El, ¿no es extraño, que un muerto todavía peque?
No es difícil ser librado del pecado, ya que poseemos una salvación completa. El creyente debe aprender la lección completa, que quizá es más difícil, pero que es mas profunda, ésta es, aborrecer su misma vida. No sólo debe odiar su naturaleza pecaminosa, heredada de Adán, sino también su vida natural, por la cual él vive. Debe estar dispuesto no sólo a abandonar los pecados de la carne, sino también a negarse a todas las buenas obras que provienen de su vida natural. No sólo debe abandonar los pecados, sino también, desde el punto de vista de Dios, entregar esta vida pecaminosa a la muerte. La vida del Espíritu Santo no sólo no peca, sino que tampoco permite que el yo viva. El Espíritu Santo puede manifestar Su poder únicamente en aquellos que viven por El. Quien viva por su vida natural, no puede esperar ver las obras poderosas del Espíritu Santo. Debemos ser librados de todo lo natural, así como lo somos de todo lo inmundo. Si aún vivimos según el hombre (no necesariamente el hombre pecaminoso), en la esfera natural, el Espíritu Santo no puede gobernarnos. Si somos libres del pecado, pero aún pensamos, deseamos y vivimos como los hombres, sin confiar completamente en la obra del Espíritu Santo en nuestra vida, ¿cómo podrá el Espíritu Santo manifestar Su poder? Deseamos ser llenos con el Espíritu Santo, pero primero debemos eliminar la infiltración de la vida del alma.
Tomado de: “El Hombre Espiritual” W. Nee
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