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 LA DISTINCION ENTRE EL ESPIRITU Y EL ALMA

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hgo1939
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MensajeTema: LA DISTINCION ENTRE EL ESPIRITU Y EL ALMA   LA DISTINCION ENTRE EL ESPIRITU Y EL ALMA I_icon_minitimeSáb Ene 25, 2014 12:53 am

LA DISTINCION ENTRE EL ESPIRITU Y EL ALMA
Hemos puesto tanto empeño en hablar de la distinción que existe entre el espíritu y el alma, con sus respectivas actividades, con el fin de poder llegar a este punto. Un creyente que busca diligentemente a Dios, debe temer ante todo que el alma funcione más allá del límite establecido por Dios. Por mucho tiempo el alma ha tenido el control. Aun cuando el creyente está dispuesto a consagrarse a Dios, puede mantener la idea de que esto es su obra, y que tiene que llevar a cabo lo que ha consagrado a fin de agradar a Dios. Muchos creyentes no saben cuán profundamente debe obrar la cruz, aun al grado de que el creyente rechace su facultad de valerse por sí mismo. Muchos no ven la realidad de que el Espíritu Santo mora en ellos. Y tampoco conocen la autoridad tan grande que El debe ejercer, al grado de que la mente, la voluntad y los sentimientos de todo el ser del creyente deben sujetrásele, hasta que ya no haya nada de confianza en uno mismo. De no ser así, el Espíritu Santo no puede hacer la obra que desea. La tentación más grande del creyente que diligentemente busca el rostro de Dios es usar su habilidad para tomar decisiones y para hacer la obra de Dios, en vez de esperar humildemente confiando en que el Espíritu Santo lo moverá.
El Señor Jesús nos llama a la cruz para que aborrezcamos nuestra vida anímica a fin de que encontremos la oportunidad de perderla y no guardarla. El Señor desea que el yo sea inmolado y ofrecido incondicionalmente, para que el Espíritu Santo pueda obrar. Toda opinión, obra y capacidad intelectual de la vida anímica deben ser llevadas a la muerte, para que recobremos Su vida mediante la vida y dirección del Espíritu Santo. El Señor habló de que o aborrecemos nuestra vida anímica o la amamos. El alma se ama a sí misma. Si nosotros no aborrecemos nuestra vida natural con todo nuestro corazón, no podremos vivir genuinamente en el Espíritu Santo. Si un creyente no ha visto esto, no tendrá temor de su yo ni de su inteligencia, y no esperará ni buscará al Espíritu Santo ni confiará totalmente en El. Estos son los requisitos primordiales para la vida espiritual. La guerra entre el alma y el espíritu se libra secreta y continuamente en el interior del creyente. El alma, en pro del yo, quiere ser la cabeza y actuar por su cuenta. El espíritu, a favor de Dios, quiere ganar todo el ser del creyente y ser el amo con toda la autoridad. En tal situación, si el espíritu no obtiene la victoria, el alma toma el liderazgo. Si el creyente se convierte en el amo y espera que el Espíritu Santo sea su ayudante y bendiga su obra, inevitablemente perderá el fruto espiritual. Si no nos rechazamos a nosotros mismos ni perdemos la vida del alma, sino que seguimos sus ideas, opiniones y sugerencias, y si no rechazamos constantemente sus derechos y los reducimos a cenizas incondicionalmente y sin reservas, sin añorar lo que perdimos, no podremos tener una vida ni una obra espiritual que agrade a Dios. Si no estamos dispuestos a renunciar al poder, a los deseos y a la vivacidad de la vida anímica ni a hacerla morir, aborreciéndola constantemente, ella aprovechará cualquier oportunidad para volverse a levantar. La razón por la cual tenemos tantos fracasos en nuestra vida espiritual es que mientras esperamos vencer la vida del alma recibiendo más del Espíritu Santo y de su poder, el aspecto bueno del alma no es quebrantado. Si no perdemos la vida del alma ni le damos muerte, sino que se le permitimos mezclarse con el espíritu, seguiremos fracasando igual que antes. Si nuestra vida no manifiesta exclusivamente el poder del Espíritu Santo, no pasará mucho tiempo sin que fracasemos de nuevo, debido a la sabiduría y la opinión del hombre.
La vida anímica de nuestro hombre natural es un obstáculo para nuestra vida en el espíritu. Nunca está satisfecha con Dios solo y siempre quiere agregar algo además de El. Nunca tiene un momento de paz. Antes de que la vida del alma del creyente sea quebrantada, ella vive de sus emociones y sentimientos, los cuales son muy variables; debido a esto, su vida es bastante inestable. Esto explica por qué la vida de los creyentes es como el vaivén de las olas del mar. Cuando los creyentes permiten que sus experiencias espirituales se mezclen con la vida de su alma, éstas llegan a ser tan inestables que él no es apto para tomar ningún liderazgo. Cuando no nos hemos negado a la vida del alma, ella constantemente induce al hombre a abandonar su centro, el espíritu. Algunas veces es el efecto de las emociones el que perjudica grandemente la libertad y la percepción del espíritu. El gozo y la tristeza hacen que un creyente pierda el dominio propio y sienta que ha estado sin restricción y que tiene problemas para contenerse. Algunas veces son las actividades excesivas de la mente las que hacen que la quietud de la vida espiritual sea afectada y se desordene. Sin duda, es bueno desear conocimiento espiritual. Sin embargo, si excede los límites espirituales, el resultado será la letra, y no el espíritu. Esto explica por qué muchos obreros, aunque predican las verdades excelentes son tan fríos y están tan muertos. Muchos creyentes que buscan la vida espiritual tienen una experiencia en común, algo que los hace gemir: su alma y su espíritu no son uno. Esto significa que la mente, la voluntad y la parte emotiva del alma a menudo se rebelan contra el espíritu y no obedecen sus mandamientos. A veces quieren actuar por su propia cuenta, independientes del espíritu y contradiciendo sus deseos. En esta clase de vida, la que usualmente sufre es la vida del espíritu. Cont….
La enseñanza presentada en Hebreos 4:12 es muy importante porque es precisamente ahí donde el Espíritu Santo nos dice cómo dividir el alma del espíritu en nuestra experiencia. Dividir el alma del espíritu no es una doctrina; el creyente puede y debe tener esa experiencia vital. ¿Qué significa dividir el alma del espíritu? En primer lugar, consiste en que Dios por medio de Su Palabra y mediante Su Espíritu que mora en nosotros, puede establecer una diferencia en nuestra experiencia entre las funciones y la expresión del alma y las del espíritu, enseñando al creyente a conocer lo que es la acción del espíritu, y lo que es la actividad del alma. Segundo, cuando el creyente está dispuesto a cooperar, puede experimentar una vida espiritual pura que no es afectada por el alma. En Hebreos 4 el Espíritu Santo habla del oficio del Señor Jesús como Sumo Sacerdote de los creyentes. El versículo 12 dice: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. El versículo 13 añade: “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en Su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y expuestas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta”. Aquí la Biblia habla de la manera en que el Señor Jesús lleva a cabo Su obra como Sumo Sacerdote con relación al espíritu y al alma de los creyentes. El Espíritu Santo compara al creyente con un sacrificio puesto sobre el altar. En el Antiguo Testamento, cuando el pueblo ofrecía sacrificios, la víctima era atada sobre el altar; luego, el sacerdote la inmolaba con un cuchillo afilado, la abría por la mitad, para que las coyunturas y los tuétanos fueran cortados y abiertos. Las entrañas, que estaban escondidas anteriormente y no podían verse, eran abiertas y quedaban expuestas. Después de abrir el sacrificio, el sacerdote lo quemaba en ofrenda a Dios. El Espíritu Santo utiliza todo esto para describir la obra que el Señor Jesús hace en el creyente, y la experiencia que éste obtiene en el Señor. Así como el sacerdote abría con un cuchillo el sacrificio para que las coyunturas y los tuétanos quedaran expuestos y partidos por la mitad, así sucede con los creyentes hoy. Por medio de la Palabra de Dios, el alma se divide del espíritu por la acción del Sumo Sacerdote, el Señor Jesús, a fin de que el alma no afecte al espíritu, y de que el espíritu no sea controlado por el alma. De este modo, cada uno tiene su propio lugar, y el creyente puede distinguir entre lo que es del alma y lo que es del espíritu, sin confusión ni mezcla.
En la creación, el primer paso de la Palabra de Dios fue separar la luz de las tinieblas. De igual manera, la palabra de Dios ahora opera como una espada aguda dentro de nosotros, mediante el Espíritu Santo, a fin de distinguir entre el espíritu y el alma, para que la morada del Dios altísimo pueda estar totalmente separada de sentimientos viles y para que sepamos que nuestra alma debe someterse a Aquel que está en las alturas. Esto nos muestra de qué manera el espíritu es la morada del Espíritu Dios, y cómo el alma con todo su poder no debe actuar por ella misma, sino según la voluntad del Espíritu Santo, quien se manifiesta mediante el espíritu humano.
Anteriormente los sacerdotes utilizaban cuchillos para cortar y abrir los sacrificios, pero ahora el Sumo Sacerdote emplea la Palabra de Dios para dividir el alma del espíritu en el creyente. El cuchillo del sacerdote del Antiguo Testamento era muy afilado, ya que podía cortar el sacrificio en dos y podía penetrar y partir las coyunturas y los tuétanos, pese a que están sólidamente unidos. Ahora la palabra de Dios, utilizada por el Señor Jesús, es más cortante que toda espada de dos filos y puede dividir perfectamente las partes más íntimas del hombre, a saber: el alma y el espíritu.
La palabra de Dios es “viva”, pues tiene el poder de la vida, y “eficaz”, ya que puede hacer la obra; y es “más cortante que toda espada de dos filos”, pues penetra hasta el espíritu. La Palabra de Dios puede penetrar más allá del alma, hasta lo más recóndito del ser humano, el espíritu. De esta manera, los creyentes son guiados a lo que está más hondo que los sentimientos, a la vida eterna del espíritu. Si el creyente desea tener una vida estable en Dios, necesita entender qué significa penetrar en el espíritu. Unicamente el Espíritu Santo puede mostrarles a los creyentes lo que son la vida del alma y la vida del espíritu. Cuando el creyente en su experiencia puede distinguirlos y puede conocer su valor, deja atrás la vida superficial de las emociones y obtiene la vida espiritual sólida y profunda. Sólo entonces puede descansar. La vida del alma nunca trae reposo al hombre. Pero esto tiene que ser comprendido por experiencia. De no ser así, el entendimiento mental sólo hará a los creyentes más anímicos.
Debemos prestar especial atención a las palabras “penetra” y “partir”. La Palabra de Dios penetra en el alma y en el espíritu para poderlos partir. Cuando el Señor Jesús fue crucificado, Sus manos, Sus pies y su costado fueron traspasados. ¿Estamos dispuestos a permitir que la cruz opere en nuestra alma y en nuestro espíritu? El alma de María fue traspasada (Lc. 2:35). Aunque Dios le había dado este hijo, ella tenía que cederlo y entregar todos sus derechos con respecto a ese hijo. Tenía que rechazar el amor natural y deshacerse de todo lo que estaba adherido a su alma. Esta es la obra que la Palabra de Dios debe hacer en nosotros.
Dividir el alma y el espíritu no solamente separa el alma del espíritu, sino que además parte al alma misma, lo cual tiene mucho significado, pues a fin de que la palabra de vida llegue a nuestro espíritu, primero tiene que partir el alma, ya que ella rodea al espíritu. La palabra de la cruz penetra en el alma y, al partirla, abre el camino para que la vida de Dios llegue al espíritu y lo libere del cautiverio en que lo tenía el alma. Cuando la vida del alma tiene las huellas de la cruz, mantiene una posición sumisa al espíritu. Si el alma no es un canal para el espíritu, entonces se convierte en su cadena. El alma y el espíritu nunca están de acuerdo en nada. Si el espíritu no tiene la preeminencia, las dos estarán en conflicto. El espíritu lucha para obtener la libertad y la autoridad, pero la vida del alma, que es bastante fuerte, hace lo posible por reprimirlo, pero cuando la vida del alma es quebrantada por la cruz, el espíritu es liberado. Si el creyente ignora el daño causado por el alma al no querer estar en armonía con el espíritu y al no estar dispuesta a abandonar el placer de vivir por los sentidos, él no podrá progresar. En tanto que el alma tenga aprisionado al espíritu, la vida del espíritu no puede brotar.
Al leer cuidadosamente la enseñanza de este pasaje bíblico, descubrimos que el espíritu se separa del alma mediante dos cosas: la cruz y la Palabra de Dios. El sacrificio tiene que ser puesto sobre el altar, y luego el sacerdote puede usar el cuchillo para partir el sacrificio en dos. Sabemos que el altar en el Antiguo Testamento es la cruz en el Nuevo Testamento. Por lo tanto, si los creyentes no están dispuestos a morir en la cruz, no pueden esperar que su Sumo Sacerdote divida el alma y el espíritu con la espada cortante de Dios, es decir, con Su Palabra. Primero somos puestos sobre el altar, y después la espada nos parte. Los creyentes tienen que ir a la cruz. Sólo entonces pueden esperar que el Señor Jesús cumpla Su tarea de Sumo Sacerdote y parta su alma y su espíritu mediante Su palabra. Por lo tanto, los creyentes que deseen obtener la experiencia de que su alma y su espíritu se dividan, deben escuchar la voz del Señor, que los llama a ir al Gólgota, para que ellos mismos se pongan en el altar, sin ninguna reserva confiando en que su Sumo Sacerdote los abrirá y dividirá su alma y espíritu con Su cortante espada. Ahora los creyentes se presentan como ofrenda agradable a Dios sobre el altar. Después de esto, el Sacerdote efectúa su oficio, usando su cuchillo para dividir. Los creyentes, por su parte, deben cumplir esta condición y confiar el resto de la experiencia a las manos de su fiel Sumo Sacerdote. En el momento oportuno, sin duda alguna, El les permitirá tener una experiencia espiritual plena.
Ya vimos que el Señor nos llama a que vayamos a la cruz para hacer morir la vida de nuestra alma. Si no nos ponemos sobre el altar, nuestro Sumo Sacerdote no podrá partir nuestra alma y nuestro espíritu con Su espada cortante. Debemos estar dispuestos a permitir que la cruz opere; entonces nuestro Sumo Sacerdote actuará en nosotros. Debemos seguir el ejemplo de nuestro Señor Jesús. Cuando El murió, derramó Su vida anímica hasta la muerte (Is. 53:12), pero entregó Su espíritu a Dios (Lc. 23:46). Nosotros debemos hacer lo mismo. La vida del alma tiene que morir. Si derramamos la vida de nuestra alma y encomendamos nuestro espíritu a Dios, en poco tiempo veremos que Dios nos dará a conocer el poder de la resurrección. En la gloria de la resurrección existe la vida espiritual plena. “El Hombre Espiritual” W. Nee
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