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 EL ALMA BAJO EL CONTROL DEL ESPIRITU SANTO

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MensajeTema: EL ALMA BAJO EL CONTROL DEL ESPIRITU SANTO   EL ALMA BAJO EL CONTROL DEL ESPIRITU SANTO I_icon_minitimeMiér Feb 12, 2014 10:44 pm

EL ALMA BAJO EL CONTROL DEL ESPIRITU SANTO
Dijimos anteriormente que el espíritu, el alma y el cuerpo del ser humano corresponden al templo santo, el cual consta del Lugar Santísimo, el lugar santo y el atrio. También dijimos que Dios vive en el Lugar Santísimo. Hay un velo que separa el Lugar Santísimo del lugar santo. Parece que este velo cubría la gloria y la presencia de Dios dentro del Lugar Santísimo y lo separaba del lugar santo. Esto hace que el hombre sienta y vea solamente las cosas que están fuera del velo, en el lugar santo, y que no entienda ni conozca lo que hay en el Lugar Santísimo. Así, la presencia de Dios no se puede ver en las situaciones externas de la vida, a menos que uno crea.
Sin embargo, la existencia de este velo fue temporal. Venido el tiempo, el cuerpo del Señor Jesús, que era la realidad de ese velo (He. 10:20), fue crucificado para que el velo se rasgara de arriba abajo (Mt. 27:51). Ahora lo que separaba al Lugar Santísimo del lugar santo ha desaparecido. El propósito de Dios no es quedarse para siempre en el Lugar Santísimo, sino que quiere extender Su presencia al lugar santo. Sin embargo, El espera que la obra de la cruz sea completada, ya que sólo por medio de la cruz el velo puede rasgarse para que la gloria de Dios brille desde el Lugar Santísimo.
Por lo tanto, cuando el creyente permite que la cruz complete su obra, Dios hace que el espíritu y el alma tengan la experiencia del Lugar Santísimo y el lugar santo en Su templo santo. Si el creyente se somete constantemente al Espíritu Santo, sin ninguna resistencia, la comunión entre el Lugar Santísimo y el lugar santo se hace mejor y más armoniosa día tras día. En poco tiempo, el creyente verá un gran cambio. Es la obra de la cruz la que hace que el verdadero velo del templo santo, tanto en el cielo como en la tierra, se rasgue. De esta manera, la cruz ejerce un efecto verdadero y tangible en la vida y experiencia del creyente, haciendo que pierda su vida anímica y que no se conduzca de una manera independiente, sino que confíe y espere en la vida espiritual para que ésta genere el poder para vivir y obrar. “El velo rasgado” es entonces una experiencia que se llega a tener en el espíritu y el alma del creyente.
El velo fue rasgado en dos de arriba abajo. Esto fue obra de Dios, y no del hombre. Cuando la obra de la cruz fue consumada, Dios, de acuerdo con Su voluntad, rasgó el velo. Esto no se debe a nuestra labor ni a nuestra fuerza para pedir a fin de obtener algo. Siempre que la obra de la cruz es llevada a cabo, el velo es rasgado. Por lo tanto, renovemos nuestra consagración al Señor y no nos amemos a nosotros mismos; estemos dispuestos a hacer morir la vida del alma, permitiendo que Aquel que mora en el Lugar Santísimo sea nuestro Señor en todas las cosas. Si el Señor ve que la cruz hizo una obra suficientemente profunda en nosotros, hará que el Lugar Santísimo y el lugar santo en nosotros sean uno, así como El, mediante el poder de Dios, primero rasgó el velo para que el Espíritu Santo pudiera fluir desde Su cuerpo glorioso.
Esto hará que la gloria del Lugar Santísimo donde habita el Dios Altísimo llene abundantemente nuestra vida diaria. Nuestro vivir y nuestras actividades en el lugar santo serán santificadas por la gloria que proviene del Lugar Santísimo, y hará que nuestra alma sea como el espíritu, habitada y regida por el Espíritu de Dios. De esta manera, nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad serán llenas del Espíritu Santo. Finalmente, lo que anteriormente teníamos en el espíritu, mediante la fe, llega a nuestra alma. Además, esto nunca decrecerá ni sufrirá pérdida. ¡Qué vida tan bienaventurada! “La gloria de Jehová llenó la casa. Y no podían entrar los sacerdotes en la casa de Jehová, porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová” (2 Cr. 7:1-2). Desde ahora, nuestras actividades, aunque sean tan buenas como las de aquellos sacerdotes que servían a Dios, no tendrán la oportunidad de actuar ante la gloria de Dios. La gloria de Dios estará en todo, y no tendremos que recalcar la obra que se hace con los animales.
Este es el otro aspecto de la separación del espíritu y el alma. En cuanto al problema de que el alma afecta y controla al espíritu, la obra de la cruz divide el alma del espíritu. Pero en cuanto a ser llenos del Espíritu Santo y permitir que el espíritu tenga la autoridad, la obra de la cruz hace que el alma no sea independiente, sino que esté perfectamente unida al espíritu. En cuanto a la experiencia de nuestro vivir personal, debemos procurar que el espíritu y el alma lleguen a ser uno. Así que, si permitimos que la cruz y el Espíritu Santo operen de una manera profunda, veremos que lo que el alma ha perdido no es nada comparado con lo que ha ganado. Lo que muere lleva fruto; y lo que se perdió está guardado para vida eterna. Si nuestra vida anímica está bajo el control del espíritu, veremos que nuestra alma tendrá un cambio radical. Anteriormente era completamente inútil en Sus manos. Para Dios estaba perdida, ya que vivía únicamente para nosotros mismos, siempre deseando actuar en un modo independiente. Pero ahora, aunque perdida para el hombre, ha sido ganada para Dios. Desde ese momento somos aquellos de quienes se habla en Hebreos 10:39: “Los que tienen fe para ganar el alma”. Esto es mucho más profundo que lo que se conoce comúnmente como “la salvación del alma”. Aquí se habla específicamente de la vida. Ahora que el creyente ha aprendido a no actuar ni conducirse siguiendo sus sentimientos ni influido por lo que ven sus ojos, tiene fe para salvar su vida a fin de servir y glorificar a Dios. Lo que aparentemente se perdió, en realidad, se gana. Jacobo [Santiago] 1 también menciona esta salvación: “Recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas” (v. 21). Cuando una rama es injertada en un árbol, recibe la naturaleza de ese árbol. De igual manera, cuando la palabra de Dios es injertada en nuestra vida, nos transmite su naturaleza. De este modo la rama llega a ser útil e incluso a llevar fruto. Por la palabra de vida obtenemos la vida de la palabra. La rama no es eliminada, sino que obtiene una vida nueva como principio de su vitalidad. Todo lo que pertenece al alma está todavía allí, excepto que ahora no es la vida del alma la que produce las facultades de su conducta, sino la vida de la palabra de Dios. Esta es la verdadera salvación del alma.
Nuestro sistema nervioso es muy sensible y es fácilmente estimulado por las circunstancias. Las conversaciones, las actitudes, el ambiente y las relaciones humanas pueden fácilmente afectarnos. Nuestra mente tiene muchos pensamientos, planes e imaginaciones, todos los cuales son muy confusos. Nuestra voluntad tiene muchas opciones e ideas y le encanta actuar según sus caprichos. Ninguna de las facultades de nuestra vida anímica nos dan paz. Ya sea en una manera individual o colectiva, la vida del alma nos hace cambiar constantemente, nos turba, nos confunde y nos inquieta.
Sin embargo, debido a que el alma es gobernada por el espíritu, podemos ser librados de ese caos. El Señor Jesús dijo: “Tomad sobre vosotros Mi yugo, y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. Si estamos dispuestos a rendirnos al Señor, a tomar Su yugo y a andar según Su voluntad, la vida de nuestra alma no será estimulada. Si estamos dispuestos a imitar al Señor y a aprender de El, al ver que El fue despreciado y que no hizo Su propia voluntad sino la voluntad de Dios, entonces la confusión de nuestra alma se disipará. El motivo por el cual lloramos y nos lamentamos es que no estamos satisfechos con la misma clase de trato que el Señor recibió, ni estamos dispuestos a someternos a la voluntad de Dios ni a lo que El dispuso para nosotros. Si hacemos morir la vida del alma y nos rendimos totalmente al Señor, nuestra alma (con sus sensibilidades), descansará en el Señor y no pensará que El nos desea algún mal. El alma controlada por el Espíritu Santo se halla en reposo.
Antes estábamos muy ocupados en nuestros planes; ahora confiamos tranquilamente en el Señor. Antes estábamos afligidos y ansiosos; ahora somos como un niño que acaba de alimentarse y descansa en el regazo de su madre. Antes estábamos llenos de nuestras propias ideas, de deseos y de ambiciones; ahora sabemos que únicamente la voluntad de Dios es buena, y descansamos en Dios. Esto es perfecta sumisión y gozo perfecto. Cuando nos damos incondicionalmente al Señor, todo está tranquilo y en paz. Efesios 6:6, hablando de lo mismo, dice: “Sino como esclavos de Cristo, haciendo la voluntad de Dios, de corazón” [o con toda el alma]. No es como antes, que nos apoyábamos en el alma, es decir, en nosotros mismos, para hacer la voluntad de Dios; sino que es con el alma, con todo el corazón, haciendo la voluntad de Dios. Mediante la obra de la cruz, la vida del alma que anteriormente se rebelaba contra Dios, ahora está totalmente sometida a Su voluntad. Anteriormente todo era superficial, y hacíamos nuestros propios asuntos según nuestra voluntad o en el mejor de los casos, hacíamos la voluntad de Dios, pero según nuestro parecer. Mas ahora somos uno con Dios en todas las cosas.
Un alma gobernada por el Espíritu Santo no se preocupa por sí misma. “No os inquietéis por vuestra vida [alma]” (Mt. 6:25). Ahora buscamos primeramente el reino de Dios y Su justicia, y confiamos en que Dios cuidará de nuestras necesidades diarias. La vida del alma tiene que ser quebrantada por la cruz mediante el Espíritu Santo para que no esté preocupada por ella misma. La primera manifestación del alma es que está consciente del yo. Ya que el creyente es uno con Dios y perdió el yo, puede confiar plenamente en Dios. El amor propio, los planes y la preocupación por uno mismo, productos del alma, son eliminados en la práctica. Debido a esto, el creyente ya no hace planes en los asuntos prácticos.
Puesto que la cruz cumplió su obra, no tenemos que afanarnos por nosotros mismos. Anteriormente nos preocupábamos, pero ahora que conocemos a Dios podemos buscar apaciblemente Su reino y Su justicia. Si nos preocupamos por lo que a Dios le interesa, El se hará cargo de lo que nosotros necesitamos. Antes los milagros eran raros y escasos para nosotros, pero ahora vivimos en el Dios que hace milagros, sabiendo que El proveerá para toda necesidad. Esto no se logra utilizando la mente, sino descansando en las manos de Dios. Ya que el poder de Dios es nuestro descanso, todo lo relacionado con nuestra vida diaria, como por ejemplo, la comida y la bebida, llegan a ser insignificantes.
“De modo que también los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, haciendo bien” (1 P. 4:19). Esto es lo que enseña la Biblia. Algunas veces las personas del mundo solamente conocen a Dios como Creador, y no como Padre. Pero los creyentes no solamente le conocen como el Padre, sino también como el Señor de la creación. Hablar de El como el Señor de la creación es dar a conocer Su poder y declarar que todo el universo está bajo Su mano. Antes cuando sufríamos, teníamos miedo del hombre, pero ahora sabemos que todas las cosas están en Sus manos y que El lo dispone todo providencialmente. Antes nos era difícil creer que nada puede moverse en este mundo sin Su voluntad, pero ahora sabemos que todas las cosas en el universo, ya sea el hombre, las cosas naturales o sobrenaturales, todo está ordenado sabia y cuidadosamente por El. Ahora sabemos que todo lo que nos sucede es permitido y predestinado por El. Un alma gobernada por el Espíritu Santo es un alma tranquila, pacífica y obediente.
No sólo debemos entregar nuestra alma al Señor, sino que también debemos amarlo y anhelarlo. “Está mi alma apegada a Ti” (Sal. 63:Cool. Ya no nos atrevemos a tener fe en nosotros mismos ni a ser independientes ni a servir al Señor según los caprichos de nuestra alma. Ahora seguimos al Señor cuidadosamente, aun con temor y tenacidad sin atrevernos a soltarlo ni por un momento. Ya no actuamos solos sino en completa sumisión a El, no de mala gana, sino dispuestos y con gozo; ahora aborrecemos la vida de nuestro yo, y anhelamos y amamos al Señor.
Sólo una persona así puede decir juntamente con María: “Mi alma magnifica al Señor” (Lc. 1:46). Tal creyente no se jacta en sí mismo ni se exalta a sí mismo ni abierta ni secretamente, sino que reconoce que es inútil y se humilla para exaltar al Señor, pues no quiere robar la gloria al Señor para dársela al yo (al alma), sino que magnifica al Señor en su alma. Si el Señor no es magnificado en el alma del hombre, no es magnificado en ningún lugar.
Solamente esta clase de persona no estima preciosa su vida anímica (Hch. 20:24), sino que la pone por sus hermanos (1 Jn. 3:16). Si no dejamos de amarnos a nosotros mismos, entonces cuando el Señor nos llame a llevar la cruz juntamente con El, retrocederemos. Si uno rechaza diariamente la vida del alma, podrá, por amor al Señor, no estimar preciosa su vida. Aun en condiciones normales, uno debe vivir como mártir, dispuesto a entregar su vida en la cruz, para que cuando el momento llegue, pueda ser inmolado por amor al Señor. Si uno continuamente lleva una vida dispuesta a ser derramada por amor a los hermanos y no exige sus derechos ni su comodidad, sino que se niega al yo cada día, cuando la necesidad lo requiera, podrá poner su vida por los hermanos. El verdadero amor hacia el Señor y hacia los hermanos proviene de no amar al yo. Un Cristo que quisiera salvarse y se condoliera de Sí mismo, no nos habría amado ni habría muerto por nosotros. Si El me ama, se entrega a Sí mismo por mí. Rechazar la vida del alma produce un corazón que ama, pues la fuente de la bendición es el derramamiento de la sangre.
Al llevar esta clase de vida, el alma prospera (3 Jn. 2). La prosperidad no se consigue porque uno haya ganado algo, sino por haberlo perdido todo. Sin embargo, perder la vida del alma no es perder la vida, ya que el alma está perdida en Dios. La vida del alma es egoísta y absorbente. El alma que se pierde en la vida de Dios vive en la vida ilimitada que El tiene. En esto consiste la libertad y la prosperidad. Cuanto más pérdidas suframos, mayor será nuestra ganancia. Nuestras posesiones no se miden por la cantidad que acumulemos, sino por la cantidad que demos. ¡Esta es la verdadera vida fructífera!
Uno no logra abandonar la vida del alma tan rápidamente como obtiene la liberación del pecado. Esa es nuestra vida, y constantemente debemos estar dispuestos a no vivir por ella, sino escoger la vida de Dios. Es así como cada día debemos llevar la cruz fielmente con más intensidad que antes. Todavía nos falta mucho por recorrer. Por eso, debemos identificarnos con el Señor Jesús, quien, menospreciando el oprobio, sufrió la cruz. “Considerad a Aquel ... para que no os canséis ni desfallezcan vuestras almas” (He. 12:2-3). El alma del Señor Jesús afrontó el oprobio y lo menospreció y sufrió la cruz. Esa es la meta de todos los que estamos dispuestos a seguir Sus pasos en la senda de la cruz. “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser Su santo nombre” (Sal. 103:1). Tomado de : “El Hombre Espiritual” W. Nee
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