EL ESPIRITU SANTO Y LA EXPERIENCIA
“Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones por los pecados ... operaban en nuestros miembros a fin de llevar fruto para muerte. Pero ahora estamos libres ... por haber muerto...” (Ro. 7:5-6). A esto se debe que la carne ya no pueda dominarnos.
Ya creímos y confesamos que nuestra carne fue crucificada. Sólo ahora, y no antes, podemos prestar atención a nuestra experiencia. Aunque ahora ponemos atención a la experiencia, aún así, nos aferramos firmemente a los hechos que tenemos ante Dios, ya que lo que Sus logros y la experiencia que tenemos de ellos, son dos cosas inseparables.
Dios ya hizo lo que podía hacer; ya lo logró todo. Ahora nos preguntamos qué haremos con lo que El logró y cuál será nuestra actitud ante lo que El llevó a cabo. El crucificó nuestra carne, no en teoría, sino en realidad. Si creemos y ejercemos nuestra voluntad para escoger lo que Dios hizo por nosotros, eso mismo se convertirá en nuestra experiencia en vida. No se nos pide que hagamos nada, porque Dios ya lo hizo todo. No se nos exige que crucifiquemos nuestra carne, porque Dios la crucificó. Ahora la pregunta es: ¿Creemos que esto es verdad? ¿Queremos que se lleve a cabo en nuestra vida? Si lo creemos y lo deseamos, debemos cooperar con el Espíritu Santo para obtener esta experiencia. En Colosenses 3:5 dice: “Haced morir, pues, vuestros miembros terrenales”. Esta es la manera de llegar a la experiencia. La palabra “pues” comunica este versículo con lo anterior. El versículo 3 dice: “Porque habéis muerto”. Esto fue lo que Dios logró para nosotros. “Porque habéis muerto”. “Haced morir, pues, vuestros miembros terrenales”. La primera afirmación es un hecho que nos concede dicha posición en Cristo. La segunda oración es la experiencia que tenemos. Podemos ver la relación entre estas dos. El fracaso que los creyentes tienen en la carne se debe a que no ven la relación de estas dos muertes. Algunos sólo quieren poner fin a su carne, prestando atención primeramente a las experiencias que tienen de la muerte, pero cuanto más tratan de dar muerte a su carne, más se aviva ésta. Otros reconocen la verdad de que su carne fue crucificada juntamente con Cristo, pero no buscan la realidad práctica de ello. En ninguno de estos casos llegan a experimentar la crucifixión de la carne.
Si deseamos hacer morir nuestros miembros, debemos tener una base. De no ser así, aunque anhelemos tal experiencia, confiando vanamente en nuestros propios esfuerzos, no la obtendremos. Los creyentes que saben que la carne murió con el Señor y no aplican lo que el Señor logró por ellos, descubrirán que el conocimiento solo también es inútil. Para hacer morir nuestra carne, debemos primero identificarnos con la muerte de Cristo. Sobre dicha identificación, debemos hacer morir nuestra carne. Estos dos pasos deben ir juntos y se respaldan el uno al otro. Si sólo estamos satisfechos con conocer el hecho de nuestra identificación con Su muerte, pensando que todo es espiritual y que la carne ya llegó a su fin, nos engañamos a nosotros mismos. Del mismo modo, si al hacer morir las obras malignas de la carne, les prestamos demasiada atención y no tomamos la actitud de que nuestra carne murió, esto también será en vano. Si al hacer morir la carne, olvidamos que la muerte ya tuvo lugar, no podremos hacer morir nada. “Habéis muerto”. Yo ya morí con el Señor Jesús porque cuando El murió, crucificó allí mi carne. “Haced morir, pues”, ahora debe ser parte de nuestra experiencia, aplicando la muerte del Señor Jesús, haciendo morir todas las prácticas de nuestros miembros. “Haced morir” está basado en “habéis muerto”. Haced morir significa aplicar la muerte del Señor Jesús para ejecutar la sentencia de muerte sobre cada miembro. La muerte del Señor es la muerte que tiene mayor autoridad, es la más letal, y nada que se le enfrente puede sobrevivir. Ya que estamos identificados con esa muerte, si alguno de nuestros miembros es tentado y la lujuria comienza a activarse, podemos aplicar esta muerte para darle fin a ese miembro y hacer que muera instantáneamente.
Nuestra unión con Cristo en Su muerte se convierte en una realidad en nuestro espíritu. (La muerte de Cristo es la muerte más poderosa y activa). Ahora lo que debe hacer el creyente es echar mano de la muerte que se encuentra en su espíritu, para ponerle fin a todas las actividades en sus miembros, ya que la lujuria que hay en ellos puede operar en cualquier momento. Esta muerte espiritual no se produce de una vez por todas. Si el creyente no está alerta y pierde la fe, la carne opera de nuevo. Si un creyente desea ser totalmente conformado a la muerte del Señor, debe hacer morir sin cesar las prácticas de sus miembros, para que lo que está en su espíritu se extienda a su cuerpo.
Pero, ¿cómo podemos tener el poder para aplicar la muerte del Señor a nuestros miembros? En Romanos 8:13 dice: “Si por el Espíritu hacéis morir lo hábitos del cuerpo...” Si el creyente desea hacer morir las prácticas del cuerpo, debe depender del Espíritu Santo para hacer que su identificación con la muerte de Cristo llegue a ser su experiencia; y cuando hace morir las prácticas de su cuerpo por medio de la muerte del Señor, debe creer que el Espíritu Santo hará que la muerte de la cruz sea real en esas prácticas. La crucifixión de la carne de los creyentes juntamente con Cristo es un hecho consumado. No hay necesidad de crucificar la carne de nuevo. Pero si las prácticas malignas del cuerpo parecen surgir de nuevo, el Espíritu Santo aplicará la muerte que la cruz del Señor Jesús obtuvo en nuestro favor, para que cada práctica maligna sea eliminada por el poder de la muerte del Señor. Las prácticas malignas de la carne están listas para manifestarse continuamente y en todo lugar. Por lo tanto, si el Espíritu no llena con el poder de la santa muerte del Señor Jesús al creyente, éste no podrá vencer. Pero si el creyente da muerte de esta manera a las prácticas de su carne, entonces el Espíritu Santo que lo habita logrará el propósito de Dios en él, que consiste en que el cuerpo de pecado sea anulado (6:6). Cuando uno que es niño en Cristo conoce esta cruz, puede ser librado del dominio de la carne y unirse al Señor Jesús en la vida de resurrección.
De aquí en adelante, el creyente debe andar por el Espíritu y así no satisfará los deseos de la carne (Gá. 5:16). Debemos comprender que no importa cuánto ha sido arraigada y cimentada en nuestra vida la muerte del Señor, no podemos pensar ni por un momento que ya no tenemos que vigilar a fin de impedir que las prácticas de nuestros miembros nos perturben. Cuando un creyente no anda por el Espíritu ni es guiado por El, inmediatamente anda en la carne. La verdadera condición de la carne, según lo revela Dios en Romanos 7 después del versículo 5, es la condición típica del creyente. Si por un momento el creyente deja de andar por el Espíritu, inmediatamente llega a ser la clase de persona allí descrita. Ya que Romanos 7 se encuentra entre el capítulo seis y el capítulo ocho, algunos afirman que una vez que el creyente ha pasado por el capítulo siete y ha experimentado el Espíritu de vida en el capítulo ocho, el capítulo siete llega a ser historia. Pero en realidad el capítulo siete y el capítulo ocho son paralelos y simultáneos. Si el creyente no anda según el Espíritu Santo, según el capítulo ocho, automáticamente se encuentra en la experiencia del capítulo siete. El apóstol Pablo dice en Romanos 7:25: “Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado”. “Así que”, es la conclusión a la descripción de las experiencias relatadas antes de 7:25. Antes del versículo 24 él era un fracaso. Llega a ser victorioso en el versículo 25. Pero sólo después de fracasar y obtener la victoria dice: “Con la mente yo mismo sirvo a le ley de Dios”, lo cual significa, que lo que Dios desea es esta nueva vida. “Con la carne a la ley del pecado” significa que a pesar de servir a la ley de Dios con su mente, de todos modos su carne siempre sirve a la ley del pecado. Independientemente del grado al que había sido librado de la carne, ésta seguía sirviendo a la ley del pecado (v. 25). Esto indica que la carne siempre es carne. No importa cuánto haya crecido uno ni cuánto haya sido cimentada nuestra vida en el Espíritu Santo, la naturaleza de la carne no cambia, pues sigue sirviendo a la ley del pecado. Así que, aunque no andemos según la carne y seamos guiados por el Espíritu de Dios (8:14) y seamos librados de la opresión de la carne, necesitamos constantemente hacer morir las prácticas del cuerpo y andar en conformidad con el Espíritu Santo.
Tomado de “El Hombre Espiritual” W. Nee.
¡Jesús es el Señor!