La salvación del alma
Puesto que somos seres tripartitos, esto es, puesto que nuestro ser consta de tres partes, espíritu, alma y cuerpo (1 Ts. 5:23), nuestra salvación tiene que incluir estas tres partes. Nuestro espíritu fue salvo en el momento en que creímos en el Señor, y el Espíritu Santo nos regeneró. Cuando Dios nos perdonó todos los pecados, el Espíritu Santo entró en nosotros y dio vida a nuestro espíritu muerto. La salvación de nuestro cuerpo tendrá lugar cuando el Señor venga y, por Su poder, El transformará nuestro cuerpo vil en un cuerpo glorioso. Pero nuestra alma necesita ser salva, lo cual se relaciona con la entrada en el milenio y el reinado con el Señor. El Señor nos dará el galardón, y nuestra alma disfrutará con El, el gozo del reino.
“Porque el que quiera salvar la vida de su alma, la perderá; y el que la pierda por causa de Mí, la hallará” (Mt. 16:25).
La palabra “salvar” en este versículo no se refiere a la salvación eterna que recibimos gratuitamente al creer, pues la salvación a la que alude este versículo requiere un precio. Se tiene que perder el alma y sacrificarla a fin de poder ganarla. Esto se refiere a la persona que es salva, y está dispuesta a negarse a sí misma, a tomar la cruz y a seguir al Señor. Ella sacrifica su propia alma por causa del Señor y, por hacerlo, entrará en el reino milenario y participará del gozo del Señor (25:21, 23). El alma es parte de nuestro ser y siente gozo y dolor. Si soportamos el sufrimiento y el sacrificio temporal por causa del Señor, entraremos en Su gozo cuando El venga. El alma del hombre también es su yo. Si nos negamos a nosotros mismos por causa del Señor ahora, El nos dará lo que es verdadero en el futuro (Lc. 16:11-12).
“Porque el que quiera salvar la vida de su alma, la perderá; y el que la pierda por causa de Mí y del evangelio, la salvará” (Mr. 8:35).
La causa del Señor y la del evangelio siempre van juntas; jamás se pueden separar. Sea por el Señor o por el evangelio, si sacrificamos el alma y sus placeres en este siglo, nuestra alma recibirá el gozo especial que se tiene en la era del reino. Esto significa que reinaremos juntamente con el Señor y disfrutaremos de Su gozo en la gloria.
“El que procure conservar la vida de su alma, la perderá; y el que la pierda, la conservará” (Lc. 17:33).
Los creyentes que conserven su alma y los placeres de ésta en la era presente, perderán el gozo en la era del reino, y los que pierdan su alma y los goces de esta era, salvarán su alma y obtendrán el gozo en el reino venidero.
“Mas el que haya perseverado hasta el fin, éste será salvo” (Mt. 10:22).
“Con vuestra perseverancia ganaréis vuestras almas” (Lc. 21:19).
Si los creyentes perseveran hasta el fin de la persecución, recibirán del Señor el galardón, y entonces, sus almas no sufrirán sino que participarán del gozo.
“Pero nosotros no somos de los que retroceden para ruina, sino de los que tienen fe para ganar el alma” (He. 10:39).
La fe que se menciona aquí es la fe que recibimos después de ser salvos, pero no es la fe inicial sino la fe por la cual andamos; no es la fe necesaria para obtener la vida, sino la fe necesaria para vivir diariamente. Si podemos caminar por la senda del Señor por la fe y vivir en victoria después de ser salvos, nuestra alma será salva en el futuro y participaremos de la gloria y del gozo del reino.
“Obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” (1 P. 1:9).
Esta fe también es la fe que recibimos y por la cual vivimos después de ser salvos. Dicha fe hace que Dios nos guarde; vence las dificultades y pruebas; traerá la salvación que Dios ha preparado, y se manifestará cuando el Señor regrese. Esto es lo que significa ser librado de todos los sufrimientos y disfrutar el gozo de gloria.
“Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas” (San. 1:21).
La salvación del alma no equivale a la salvación del espíritu, ya que para obtener ésta lo único que debemos hacer es creer y recibir; pero la salvación del alma requiere que desechemos toda inmundicia y malicia en nuestra conducta para recibir con mansedumbre la palabra implantada.
“El Señor... me salvará para Su reino celestial” (2 Ti. 4:18).
“Por lo cual, hermanos, sed aún más diligentes en hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no tropezaréis jamás. Porque de esta manera os será suministrada rica y abundante entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P. 1:10-11).
La salvación del alma es la salvación que nos introduce en el reino de los cielos, el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. W. Nee
¡Jesús es el Señor!