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 EL CAMINO DE LA SALVACION

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hgo1939
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MensajeTema: EL CAMINO DE LA SALVACION   EL CAMINO DE LA SALVACION I_icon_minitimeLun Oct 28, 2013 6:03 pm

EL CAMINO DE LA SALVACION
PRIMERA SECCION — INTRODUCCION CON RESPECTO AL ESPIRITU, EL ALMA Y EL CUERPO
EL JUICIO EJECUTADO EN EL GOLGOTA
La muerte entró al mundo debido a la caída del hombre. Esta es una muerte espiritual que separa al hombre de Dios, y vino por medio del pecado. Desde el momento de la caída hasta hoy no ha habido ningún cambio: la muerte siempre viene por medio del pecado. Romanos 5:12 dice que “el pecado entró en el mundo por medio de un hombre”. Adán pecó, y el pecado entró en el mundo. “Y por medio del pecado la muerte”; esto nos muestra que el resultado inevitable del pecado es la muerte. “Y así la muerte pasó a todos los hombres”. ¿Por qué razón? “Por cuanto todos pecaron”. No sólo la muerte pasó a todos los hombres, sino que según la traducción literal de esta frase, la muerte “se extendió a todos los hombres”. El espíritu, el alma y el cuerpo se llenaron de la muerte. La muerte está presente en cada parte del hombre. Por lo tanto, el hombre no tiene otra alternativa que recibir la vida de Dios. El camino de la salvación no depende del esfuerzo del hombre por mejorar, porque “la muerte” no tiene posibilidad alguna de mejorarse. El pecado primero debe ser juzgado, y entonces podemos ser libres de la muerte que viene por medio del pecado. Esta es la salvación que Jesucristo efectúa.
Según la Biblia, el hombre que peque debe morir. Por lo tanto, ningún animal ni ningún ángel puede morir por el hombre como sustituto llevando el castigo del pecado. Es la naturaleza tripartita del hombre la que peca; por lo tanto, el que muere debe tener esa misma naturaleza. Sólo la naturaleza humana puede redimir la naturaleza humana. Ya que todos los hombres pecaron, la muerte de uno mismo no lo puede redimir de su propio pecado. Debido a esto, el Señor Jesús vino y tomó la naturaleza humana a fin de llevar sobre sí el juicio dictado contra la naturaleza humana. El no tenía pecado, así que Su naturaleza santa podía redimir la naturaleza pecaminosa del hombre, por medio de la muerte. El murió como un substituto, llevó sobre Sí el castigo por el pecado y dio Su vida en rescate de muchos, para que todo el que crea en El sea librado del juicio (Jn. 5:24).
Cuando el Verbo se hizo carne, incluyó a toda carne en Sí mismo. Así como la acción de un hombre, Adán, representa las acciones de toda la humanidad, así la obra de otro hombre, Cristo, también representa la obra de toda la humanidad. Debemos ver que Cristo incluyó a toda la humanidad para poder entender lo que es la redención. La transgresión de Adán es la transgresión de toda la humanidad, pasada y presente. Esto se debe a que Adán fue el primero del género humano, y todos los hombres provienen de él. De igual manera, la justicia cumplida por Cristo llega a ser la justicia de toda la humanidad, pasada y presente. Esto obedece a que Cristo es el primero del nuevo linaje, el cual es el nuevo hombre y nace de Cristo.
Tenemos un ejemplo de esto en Hebreos 7, donde el apóstol trata de mostrar que el sacerdocio de Melquisedec es superior al de Leví. Debido a que Abraham le dio a Melquisedec los diezmos de todo y fue bendecido por él, se concluye que Melquisedec es superior a Leví. ¿Por qué llegamos a tal deducción? “Porque aún estaba en los lomos de su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro” (v. 10). Sabemos que Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Leví; así que, Leví fue biznieto de Abraham. Cuando Abraham ofreció los diezmos y recibió la bendición, aunque Leví no había nacido ni su padre ni su abuelo, la Biblia reconoce el diezmo de Abraham y la bendición que recibió, como el diezmo de Leví y la bendición para él. Si Abraham es inferior a Melquisedec, entonces Leví también debe serlo. Este evento nos ayuda a entender por qué todos se consideran pecadores por haber pecado Adán, y por qué todos fueron juzgados cuando Cristo lo fue. Cuando Adán transgredió, todos estaban en sus lomos, y cuando Cristo fue juzgado, las vidas de todos los pecadores regenerados también estaban en sus lomos. Por esta razón, cuando Cristo fue juzgado por el pecado del hombre, todos los que creen en El también fueron reconocidos como ya juzgados, y todos los que creen en El no serán juzgados.
Debido a que la naturaleza humana debe sufrir el juicio, el Hijo de Dios, el hombre Jesucristo, llevó sobre la cruz, en Su espíritu, alma y cuerpo el castigo que merecía la humanidad.
Examinemos primeramente el castigo que sufrió Su cuerpo. El hombre peca por medio de su cuerpo, pues éste hace que el hombre peque y sienta placer al hacerlo. Por lo tanto, la parte del hombre que necesita ser castigada es el cuerpo. ¿Quién puede comprender completamente el sufrimiento del cuerpo del Señor Jesús mientras estaba sobre la cruz?. En el Antiguo Testamento, los salmos mesiánicos (los que se relacionan con Cristo) nos dan una descripción clara de la agonía de Su cuerpo: “Horadaron mis manos y mis pies” (Sal. 22:16). El profeta lo describió como Aquel “a quien traspasaron” (Zac. 12:10). Sus manos, Sus pies, Su frente, Su costado y su corazón fueron traspasados por los hombres; El fue horadado por los seres humanos pecaminosos y para el bien de ellos. Allí El sufrió intenso dolor. Debido a que el peso de Su cuerpo había estado colgando de la cruz sin ningún soporte, tuvo una fiebre alta causada por la falta de circulación de la sangre en todo Su cuerpo. Su boca se secó, y El clamó, “Mi lengua se pegó a mi paladar” (Sal. 22:15), y “En mi sed me dieron a beber vinagre” (Sal. 69:21). A las manos les encanta pecar; por eso, deben ser clavadas. Ya que a la boca le gusta pecar, debe sufrir. Los pies van en pos del pecado; así que, deben ser traspasados. A la cabeza le place pecar; por ende, debe llevar una corona de espinas. El castigo que el cuerpo humano merece, fue ejecutado a cabalidad sobre Su cuerpo. Fue así como El sufrió el dolor físico, hasta que la muerte puso fin a todo ello. Aunque El podía evitarse esos sufrimientos, El entregó Su cuerpo voluntariamente para sufrir esos indescriptibles dolores y agonías. No se retractó ni por un momento, hasta que supo que “todo estaba consumado” (Jn. 19:28). Sólo entonces, rindió Su vida.
No sólo Su cuerpo sufrió, sino también Su alma. Nuestra alma es la parte por la cual estamos conscientes de nosotros mismos. Cuando el Señor Jesús estaba en la cruz, le ofrecieron vino mezclado con mirra para que perdiera la sensibilidad y no sintiera dolor, pero El lo rechazó. No quiso dejar de estar consciente. El alma del hombre anhela los placeres del pecado; por eso, El debía estar muy consciente de los dolores por el pecado. El escogió beber la copa que Dios le dio, y no beber la que le haría perder el sentido.
¡Qué vergonzoso era morir en una cruz! Era un castigo para los esclavos que escapaban. Un esclavo no tenía posesiones ni derechos civiles. Hasta su cuerpo pertenecía a su amo; por lo tanto, la cruz, el castigo menos honroso, se aplicaba a los esclavos. El Señor Jesús tomó nuestro lugar como un esclavo y fue clavado en la cruz. Isaías se refirió a El como esclavo; Pablo también dijo que El era un esclavo. El vino como un esclavo para salvarnos a nosotros, quienes a lo largo de nuestras vidas éramos esclavos del pecado y de Satanás. Éramos esclavos de las concupiscencias, de la ira, de los vicios y del mundo; habíamos sido vendidos al pecado; pero El murió para librarnos de nuestra esclavitud y llevó sobre sí toda nuestra vergüenza.

La Biblia nos dice que los soldados echaron suertes sobre Sus vestidos (Jn. 19:23). Cuando fue crucificado, estaba casi desnudo. Esta vergüenza era parte de la crucifixión. El pecado quita nuestras vestiduras de luz y nos desnuda. El Señor Jesús fue despojado de Su ropa delante de Pilato y luego en el Gólgota. ¿Cómo reaccionó Su naturaleza santa? ¿No pisoteó esto la santidad de Su humanidad y lo avergonzó? ¿Quién puede comprender cómo se sintió Su alma en esa hora? Mientras todos los hombres disfrutaban la gloria del pecado, nuestro Salvador sufría la vergüenza del pecado. Ciertamente, a esa hora Dios “lo cubrió de afrenta”, y “Tus enemigos, oh Jehová, han deshonrado. Porque tus enemigos han deshonrado los pasos de Tu ungido” (Sal. 89:45, 51). Pero El “sufrió la cruz, menospreciando el oprobio” (Heb. 12:2).
Nadie puede comprender en verdad cómo sufrió Su alma en la cruz. Por lo general, solamente pensamos en los sufrimientos de Su cuerpo y olvidamos los sentimientos de Su alma. La semana anterior a la Pascua, El dijo: “Ahora está turbada mi alma” (Jn. 12:27). Esto habla de la cruz. Cuando estaba en Getsemaní dijo: “Mi alma está profundamente triste, hasta la muerte” (Mt. 26:38). Sin estas palabras no podríamos entender la agonía en Su alma. Isaías 53:10-12 dice tres veces que El dio Su vida (o alma), afligió su alma, y derramó su vida (o alma) hasta la muerte. Ya que El cargó con la maldición y la vergüenza de la cruz, todo aquél que cree en El ya no necesita cargar con ello.
Su espíritu también sufrió grandemente. El espíritu es la parte por medio de la cual el hombre tiene comunión con Dios. El Hijo de Dios es santo y sin pecado, separado de los pecadores. Su espíritu, en unión con el Espíritu Santo, nunca tuvo un momento de oscuridad ni de confusión. Constantemente disfrutó la presencia de Dios. “Porque no estoy Yo solo, sino Yo y el que me envió, el Padre” (Jn. 8:16). “Porque el que me envió, conmigo está” (v. 29). Por eso, podía orar: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes” (11:41-42). Sin embargo, mientras estaba sobre la cruz (el momento en que más necesitaba la presencia de Dios), El clamó: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado? (Mt. 27:46). Su espíritu estaba separado de Dios. Se sintió solo, rechazado y aislado. Siguió siendo obediente, haciendo la voluntad de Dios; pero fue abandonado, no por nada Suyo, sino por el pecado de otros.
El peor daño que causa el pecado es el que le causa al espíritu. Por lo tanto, aun tal Santo, el Hijo de Dios, debido a que cargó con el pecado de otros, llegó a estar separado de Dios. Es un hecho que en la eternidad insondable “Yo y el Padre uno somos” (Jn. 10:30); esta verdad permaneció vigente aun mientras estuvo sobre la tierra. La humanidad no podía separarle de Dios, pero el pecado lo hizo, aunque era el pecado de otros. El sufrió la separación espiritual por nosotros, a fin de que nuestro espíritu pudiera reconciliarse con Dios.
Cuando El vio la muerte de Lázaro, quizá pensó en Su propia muerte, así que “se indignó en Su espíritu (Jn. 11:33). Cuando anunció que sería traicionado y moriría en la cruz, “se conmovió en espíritu” (13:21). Debido a eso, cuando estaba en el monte llamado Gólgota recibiendo el juicio de Dios, clamó: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué Me has abandonado?” “Me acordaba de Dios, y me conmovía; me quejaba, y desmayaba mi espíritu” (Sal. 77:3). Esto se debió a que Su espíritu se separó del Espíritu de Dios, quedó desprovisto en Su espíritu de la fuerza del Espíritu Santo, quien normalmente lo sustentaba (Ef. 3:16). Así que clamó: “He sido derramado como aguas, y todos Mis huesos se descoyuntaron; mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte” (Sal. 22:14-15).
Por un lado, el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, se apartó de El; mientras que por otro, el espíritu malvado de Satanás se burlaba de El. Las palabras de Salmos 22:11-13 parecen indicar esto: “No te alejes de mí .... porque no hay quien ayude. Me han rodeado muchos toros. Fuertes toros de Basán me han cercado. Abrieron sobre mí su boca como león rapaz y rugiente”.
Su espíritu, por un lado, sintió el abandono de Dios, y por otro, resistió la burla y el desprecio del espíritu maligno. Cuando el espíritu del hombre se separa de Dios, se exalta a sí mismo y se convierte en presa fácil para la operación de los espíritus malignos (Ef. 2:2). Sin embargo, el espíritu del hombre debe ser completamente quebrantado, para que el hombre no pueda resistirse a Dios ni unirse al enemigo. El Señor Jesús fue hecho pecado por nosotros en la cruz. Su naturaleza santa fue completamente quebrantada, debido a que la naturaleza pecaminosa del hombre fue juzgada por Dios. Cristo fue abandonado por Dios, y experimentó la parte más dolorosa del juicio de Dios, ya que el amor de Dios, Su rostro bondadoso y Su luz se escondieron de El, haciendo que el Salvador sufriera en tinieblas la ira del castigo de Dios sobre el pecado. El resultado del pecado es ser abandonado por Dios.
Ahora, tanto nuestra naturaleza pecaminosa como nuestro espíritu, alma y cuerpo fueron castigados. La naturaleza pecaminosa del hombre fue plenamente juzgada en la naturaleza humana y santa del Señor Jesús, la cual ganó la victoria en El. Los castigos que merecían el cuerpo, el alma y el espíritu de los pecadores fueron infligidos al Señor Jesús. El es nuestro representante. Nosotros llegamos a ser uno con El por la fe, y El llega a ser uno con nosotros. Su muerte es nuestra muerte. Su persona juzgada es nuestra persona juzgada. En El, nuestro espíritu, alma y cuerpo fueron juzgados y castigados. Es como si nosotros mismos hubiéramos pasado por esos castigos. Por lo tanto, “no hay condenación para los que están en Cristo Jesús” (Ro. 8:1).
Esto es lo que El logró en nuestro favor. Esta es nuestra posición ante la ley. “Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Ro. 6:7). En nuestra posición estamos muertos en el Señor Jesús. Ahora debemos permitir que el Espíritu Santo aplique este hecho a nuestra experiencia. La cruz es el lugar donde el espíritu, alma y cuerpo del pecador son juzgados, y mediante la muerte y resurrección del Señor Jesús, el Espíritu Santo de Dios puede impartirnos Su naturaleza santa. La cruz lleva el castigo del pecador y libera la vida del Señor Jesús. Por lo tanto, de ahora en adelante, todo el que quiera recibir la cruz, será regenerado por el Espíritu Santo y recibirá la vida del Señor Jesús.
Contunua…
Tomado de “La vida cristiana normal” de W. Nee
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